jueves, 31 de diciembre de 2015

año nuevo / vida nueva


Este fin/principio de año, sin propósitos ni recuentos, solo algunas aspiraciones

 
Flores, espacio, más colores y menos lágrimas, palabras, imágenes, cariños, muchos cariños y abrazos y besos y reencuentros, encuentros y finales finales, aperturas 




Y luz, mucha luz para todos los seres, para aquellos con quienes me uno por el bien y aquellos con quienes me uno por el mal, los conocidos y los que llegarán

Y la ilusión de volver a abrazar a mi Santiago queridísimo y seguir caminando juntos, siempre juntos aun separados, compartiendo la vida, la nuestra y la de cada uno




miércoles, 30 de diciembre de 2015

El Popo


Yo crecí viendo el Popo. Y respirándolo. Y contemplándolo. Y lo sigo haciendo. El volcán ha sido y es una presencia constante en mi vida. Hasta parece un desafío a la impermanencia.

Viví 33 años en la Ciudad de México y el Popo siempre andaba por ahí: al fondo del eje vial que llevaba a casa de mis padres o en la azotea de la escuela donde pasé 15 años de mi vida. Ya en la prepa, cuando entrábamos a clase a las 7 de la mañana, recuerdo que, lidereados por un muchacho mayor que luego sería mi primer novio, algunos amigos y yo nos trepábamos a escondidas a un techo para ver el amanecer con el Popo y su compañera, la Iztaccíhuatl. Era un verdadero espectáculo. Los volcanes, en general nevados —la mejor temporada era el invierno— y el cielo, teñido de naranja tras ellos. Algunos compañeros hacían fotos, analógicas claro.

Durante toda mi infancia y ya bastante entrada mi adolescencia, pasamos los fines de semana en Cuernavaca en casa de mis abuelos maternos y el Popo se nos aparecía en la carretera, después de "la pera" (una curva muy pronunciada) ya casi para llegar a Cuerna, detrás del Tepozteco. Cuentan que a mi abuelo Óscar le gustaba tanto que cuando Angelina Beloff pintó un cuadro del Valle de Tepoztlán visto desde la carretera, le pidió que incluyera el volcán, aunque desde donde ella estaba situada no se veía. Ese cuadro abrió durante muchos años la entrada al departamento de mis padres en la colonia Narvarte.

Y también hacia San Vicente Chimalhuacán —el queridísimo Chimal—, donde mi tía Marisa tuvo "el rancho" durante tantos años, el volcán y la volcana presiden el paisaje. Mi padre construyó allá su "castillo plano", cuya fachada, así como la ventana de la biblioteca y de la habitación principal, daban al volcán. Don Goyo, como lo llaman en la zona, me recuerda a mi papá, que ya no amaneció con él entrando por su ventana como tanto lo soñó.

Yo me casé en la terraza de esa casa y el Popo fue testigo.

Hoy vivo en Cuernavaca y el Popo a veces se sigue apareciendo al fondo de una calle, desde el estacionamiento de la plaza comercial más popular o camino a México. Si hay suerte, el Tepozteco aparece en primer plano. La volcana es mucho más escurridiza, pero también se deja ver, a veces.

Durante muchos años, en esta época un manto blanco cubría a ambos volcanes, que quedaban unidos así por un velo de nieve. Ahora ya no sucede muy a menudo y cuando pasa, dura poco. Hoy suelen verse desnudos. Imponentes en su desnudez.


Hace un par de días así se desplegó durante mi visita más reciente a Chimal.



Y recordé , sí, que tú te quedaste sin verlo en persona.

miércoles, 23 de diciembre de 2015

palabras para julia



hallazgo 10


Pues yo sí soy del 99% de la población que ha visto y disfrutado la saga de Star Wars. No soy fanática perdida (no me disfrazo, pues, para ir ver las pelis ni hago cola para verla en el minuto 1 del día del estreno), pero sí me emociona cada nueva entrega.

De las tres primeras (o sea, las que luego pasaron a ser la 4, la 5 y la 6) apenas me acuerdo de haberlas visto en el cine. Supongo que así fue y luego las debo haber vuelto a ver en video o dvd con mi hijo. (Cuando se estrenó la primera, yo tenía 14 años). Eso sí recuerdo perfecto la afición de mi amiga Ángela por Mark Hamill, el joven jedi Luke Skywalker, y su tristeza cuando se accidentó.

De las segundas tres (o sea, las que son en realidad la 1, la 2 y la 3) tengo más fresca la memoria porque las compartí en el cine con Santiago, cuando era bastante chico. (Él tenía 3 años para la primera entrega, aunque no recuerdo si fue tan chiquito a verla, lo cual es probable porque su entrenamiento cinematográfico se inició a muy corta edad.)

Ahora acabo de ver la séptima, acompañada por una amiga, que aun siendo de mi generación no había visto ninguna, y extrañando a Santiago, que quizá la vea pronto con un amigo suyo en Suiza. Creo que esta es una de las que más me ha gustado. Fue como encontrarme con conocidos viejos y queridos (Han Solo, la princesa —ahora generala— Leia y los robots de siempre, entre otros) después de 30 años (los mismos que han pasado por mí), pero todos vivitos y coleando.

Creo que uno de los grandes aciertos de esta súper producción es que retoma el tema (e incluso el argumento) de toda la serie (la luz versus la oscuridad en el marco de una misma familia), con una mezcla de escenarios familiares y personajes nuevos con los cuales es fácil identificarse desde la primera escena (entre ellos el nuevo droide BB-8, un verdadero encanto). Además, la música, nuevamente de John Williams como en las 6 entregas anteriores, es espectacular y tiene ese mismo sello que une lo conocido con lo nuevo. O sea, como volver a casa y encontrarse con los de siempre y con los recién llegados. (No digo más por aquello de no echarle a perder a nadie la experiencia.) Tan efectiva es la fórmula que alguien como mi amiga que no conocía ni a los personajes, salió enganchadísima y habiendo cachado todo perfectamente (salvo uno que otro detalle) y hasta lamentándose un poco de no haber visto las anteriores (lo cual netflix le resolverá en un pispás.)

Y como suele suceder con las historias bien contadas, siempre hay algún punto donde la de uno se ve reflejada. Para mí esta vez fue cuando uno de los personajes nuevos (un ente femenino, no humano y no jedi, pero muy sabio) le habla a la joven protagonista sobre la pertenencia. Y entonces me encontré (he ahí mi décimo hallazgo) con que es justamente esa necesidad de pertenecer —a una familia, a un grupo, a otra persona— la que probablemente englobe mis otras obsesiones, anhelos y demás parientes. 

A la novel protagonista le señalan que lo que busca no está detrás, en el pasado, sino adelante, en el presente (o el futuro), lo cual me hace mucho sentido. Yo añadiría que seguramente esté más dentro que fuera (hacia eso he estado apuntando yo hace algunos años ya) sin dejar de reconocer el papel tan importante, aun relativo, que juega encontrarlo (o construirlo) también en el exterior.

Salí del cine conmovida y feliz de que habrá, por lo menos, dos entregas más (no creo que pudiera ser de otro modo).


el lindo BB-8


martes, 22 de diciembre de 2015

Solsticio de invierno

solsticio
Del lat. solstitium.
1. m. Astron. Época en que el Sol se halla en uno de los dos trópicoslo cual sucede del 21 al 22 de junio para el de Cáncer, y del 21 al 22 de diciembre para el de Capricornio.

solsticio hiemal

1. m. Astron. solsticio de inviernoque hace en el hemisferio boreal el día menor la noche
mayor del añoy en el hemisferio austral todo lo contrario.


Entre ayer y hoy, a diferentes horas dependiendo de dónde nos tocó estar en el planeta, el sol cruzó el trópico de Capricornio y en el hemisferio norte vivimos la noche más larga del año, que marca el inicio del invierno. En Cuernavaca nada de esto se manifiesta de forma extrema, de hecho, el paso es muy suave, casi imperceptible.

Yo esta vez estuve más pendiente después de haberme encontrado aquí un artículo interesante sobre el significado del solsticio. Entendí por qué en esta época mi humor tiende a la baja, como el sol que entra a su travesía más oscura, al final de la cual volverá más luminoso. Seguirse(me) moviendo es la única opción para fluir con el viaje (cósmico e interior), acogiendo las ausencias y soltándolas, una vez más, confiando en el juego de la muerte y el renacimiento, desde el recogimiento al que nos lleva el tránsito entre la sombra y la luz.


bugamibilias en diciembre

domingo, 20 de diciembre de 2015

Obsesión 2

(o plática imaginaria con Marisa)

Hace casi exactamente cuatro años que escribí la primera entrada titulada así aquí. Hoy vuelvo a ella y me encuentro con que ahora el diccionario consigna, además de la definición a que me refería en el 2011, esta: 1. f. Perturbación anímica producida por una idea fija.

Y sí, muchas veces me he sentido perturbada por una idea fija, pero hoy ya no estoy ahí. Hoy sé que me gustaría volver a tener una persona que me acompañe y a quien acompañar en la vida, cómo no, pero la idea ya no me perturba ni me aflige —quizá solo condicione un pelín mi actitud—. Hoy no quiero que nadie me salve ni me rescate ni quiero yo hacerlo tampoco.

Mi amiga Marisa dice que cuando suelte la obsesión llegará esa compañía. Yo digo que más que obsesión es anhelo (deseo, sí, vehemente, sí) y que se vale anhelar. Que me hizo ilusión que el tapón de la botella de vino espumoso que destapó otra amiga en una celebración hace unos días cayera a mis pies, pero que mi vida no gira en torno a esa fantasía.

Tal vez empiezo a pararme en este anhelo de un modo diferente y aún no lo notan mis amigos ni yo acabo de creérmelo. Tal vez esté pisando ya la etapa final de ese duelo prolongado de cuyo último hito ni siquiera se ha cumplido un año aún.


Quizá esté aprendiendo a aceptar las cosas como son, a disfrutar la media luna de un atardecer, con quien esté a mi lado o en soledad, anhelando sin obsesionarme.


sábado, 19 de diciembre de 2015

pregunta retórica


El diccionario la define así:


1. f. pregunta que se hace no para manifestar duda o pedir respuestasino para expresar indirectamente una afirmación o dar más vigor y eficacia a lo que se dice.

Y yo no coincido del todo. Yo a veces me hago preguntas retóricas porque tengo más dudas que nada, porque sé que no hay respuesta y mataría por encontrarla, porque estoy lejos de una afirmación y porque el vigor y la eficacia andan de parranda.

¿Por qué te sigo soñando?, me pregunto, retóricamente.
Quizá porque esa es la manera de llegar a olvidarte, me respondo, retóricamente también.

Amanezco de nuevo con la sensación de haberte visto en sueños, quizás incluso de haberte rozado en sueños. Despierto de nuevo con tu ausencia y con mi anhelo envejecido. Quizá así, envejeciendo, llegue finalmente a término.

Quizá abandones mis sueños cuando habites solo en la ficción. Y yo, mientras tanto, tal vez vuelva a preguntarme, vacuamente, unas cuantas cosas más.

martes, 15 de diciembre de 2015

Invitado: Chogyam Trungpa



Aceptar la vida como es

El amor no es solo la experiencia de belleza y alegría romántica. El amor o la compasión, el camino abierto, está asociado con "lo que es". Para desarrollar amor —amor universal, amor cósmico, como sea que quieras llamarlo— uno tiene que aceptar la situación toda de la vida como es, tanto la luz como la oscuridad, tanto lo bueno como lo malo. Uno debe abrirse a la vida, comunicarse con ella.




Original en inglés y fuente, aquí.
Traducción al español e imagen, mías.

lunes, 14 de diciembre de 2015

De amistad y polvorones

Para Mony mamá y Mony hija
amigas ambas




polvorón

De pólvora 'partículas a que se reduce una cosa sólida'.

1. m. Tortacomúnmente pequeñade harinamanteca y azúcarcocida en horno fuerte y que se deshace en polvo al comerla.

A mi papá le encantaban los polvorones. Nunca supe si eran solo el sabor y la textura o si habría algún otro recuerdo asociado a ellos. Ahora a mí me hacen pensar en él, aunque no sean mis galletas favoritas.

Ayer tuve un encuentro diferente con ellos. Llamé a mi amiga Mónica, a quien hacía algunos días o quizá semanas que no veía, y me invitó a ir a su casa por un café y acompañarla en sus labores de cocina. Es una excelente cocinera y en estas fechas tiene muchos pedidos, entre ellos doce kilos de polvorones para el próximo martes. Yo andaba medio depre, así que después de irme al cine sola, me lancé a su casa. Nada más entrar, se lanzaron sobre mí aromas deliciosos. Mony me presumió una olla enorme de bacalao (y me prometió una torta para después de Navidad) en el anexo de la cocina que tiene afuera de la casa. Luego entramos y estaba todo tapizado de ingredientes e instrumentos casi exóticos para una lega como yo. Después de que me ofreció un plato de espagueti alfredo y un café, y con música romántica de fondo, me ofrecí yo a ayudarla en la elaboración de los dichosos polvorones, siguiendo paso a paso la receta de su mamá.

Lo primero, mezclar todos los ingredientes necesarios para hacer la masa: harina y azúcar glass cernidas, nuez picada y manteca de cerdo recién derretida. Todo esto había que integrarlo en un pasta, más o menos homogénea, con las manos. Por supuesto que renuncié a los guantes que me mi amiga me ofreció y metí las manos en la masa. Qué sensación más rica la de las texturas diferentes y el calor de la manteca. "El chiste es que no se enfríe mucho la masa para poder hacer los polvorones", me explicó Mony cuando me vio disfrutando sin prisa el proceso de amasado. Luego me enseñó a hacer los cilindros aplastaditos que al hornearse se convertirían en las galletas favoritas de mi papá. Aprendí rápido, aunque con una tendencia a hacerlos más grandes de lo conveniente, sobre todo tomando en cuenta que los papeles de china individuales en los cuales se envelverá cada uno ya estaban cortados.

Al rato llegó Mony hija y se incorporó al grupo. Ella está más entrenada y se puso a cernir harina para la siguiente tanda de galletas. Y mientras tanto, paradas las tres alrededor de la mesa de la cocina hablábamos, de amores, de recuerdos, de planes, de desamores, de la vida, como sucede con quienes se juntan alrededor del fuego y hacen magia. Me encantó sentirme parte de esa vivencia de complicidad entre mujeres, transmitida de generación en generación. Yo en mi familia no la viví mucho: un poco quizá con mi tía Marisa en el rancho y haciendo tortilla de papa con mi padre.

Después de un par de horas de trabajar de pie y de tener el cuerpo adolorido (sí ya sé, no aguanto mucho), me despedí de las dos Mónicas y me fui a casa. Llegando me di cuenta de que la tristeza se había disipado y en su lugar tenía yo una sensación profunda de compañía y calidez. Y la promesa de un polvorón para el próximo encuentro.

domingo, 13 de diciembre de 2015

Soledad 2


La primera soledad la escribí aquí hace cinco años y un mes y a lo largo de los años del blog se ha colado en muchas entradas, en diferentes contextos, con diferentes disfraces. Hace un par de años empecé a vislumbrar la posibilidad de la compañía y hace un año esa ilusión se desmoronó por completo.

Y no es que no sepa estar sola. Incluso sé disfrutar cuando no tengo más compañía que la mía. Pero hoy, en diciembre, después de ti, la soledad se siente más punzante. Quizá porque perdí la costumbre.

Hace cinco años y un mes, mi amiga Fernanda comentaba así mi entrada: La incapacidad del ser humano de aceptar la soledad como una condición irremediable lo obliga a actuar de maneras incongruentes. Me incitaba también a preguntarme qué me falta.

Y es una buena pregunta. Nada, en realidad. Pero añoro, sí, una presencia cálida junto a mí al despertar, una mano en la mía al ir por la calle o un beso en los labios antes de dormirme.

Nada más.