viernes, 27 de marzo de 2015

Invitado: Chogyam Trungpa


Cuando nos examinamos, tendemos a obsesionarnos con nuestra neurosis, desazón y agresión. O podríamos obsesionarnos con cuán maravillosos, exitosos e invulnerables somos, pero esas sensaciones son generalmente superficiales y cubren nuestras inseguridades. Echa un vistazo. Hay algo más, algo más que todo eso. Estamos dispuestos: dispuestos a esperar, dispuestos a sonreír, dispuestos a ser decentes. No deberíamos de descontar ese potencial, esa simiente poderosa de gentileza.


Original en inglés y fuente, aquí.
Traducción al español e imágenes, mías.

domingo, 22 de marzo de 2015

Heart advice


*Be water, my friend*
(CC)


*ZEN PROVERB*
The wise adapt themselves to circumstances, as water molds itself to the pitcher.

sábado, 21 de marzo de 2015

Invitado: Mingyur Rinpoché






Cada aflicción mental es, de hecho, la base de la sabiduría. Si nos enredamos en nuestras aflicciones o intentamos reprimirlas, solo acabamos provocándonos más problemas. Si, en cambio, las vemos directamente, las cosas que tememos que nos maten se transforman tarde o temprano en los apoyos más fuertes que podríamos desear para la meditación. Las aflicciones mentales no son enemigas. Son nuestras amigas.  

Original en inglés y fuente, aquí.
Traducción al español, mía.

jueves, 19 de marzo de 2015

Desmoronarse


Se desmorona.
Un polvorón cuando lo partimos.
El amor cuando se traiciona.
Las palabras de nuestro diccionario.
                                           Se exilian. 
                                                  Se cuartean.
                                                             Se desvanecen.
Los espejos cuando la tristeza nos embarga la mirada.
Los sueños cuando despertamos.
Los nomeolvides, de minúsculos pétalos azules.
Tu nombre y el mío que han dejado de besarse.
Para siempre.
Como nunca.
El tiempo.
          Los recuerdos.
                        Los besos.
                                  Las caricias.
Como un castillo de arena.
Se desmoronan.
No dejan ni rastro.
No hay vuelta atrás.
No hay regreso.
El futuro se hace migajas.
Las migajas no son suficientes.
Me desmorono yo.
Dejo de ser yo.
Tú, tan aseado y recompuesto.
Te has desmoronado tú.
Como una alegría de amaranto y ajonjolí.
Como un muro humedecido.
No eres ese tú que fuimos los dos.
Yo tampoco.
N.o.s.o.t.r.o.s.t.a.m.b.i.é.n.n.o.s.d.e.s.m.o.r.o.n.a.m.o.s.
T.ú.y.y.o.d.e.s.m.o.r.o.n.a.d.o.s.
Mitades arrancadas. 
Un poco más cada día.
Desmoronándonos también.
Bendiciones del guru.

miércoles, 18 de marzo de 2015

Invitado: Jonathan Carroll


Nadie sale vivo del amor. Esa es la mitad del trato y todos lo sabemos para cuando tenemos quince años. Apuestas y pierdes alrededor de 90% del tiempo. Es como comprar un billete de lotería. Las posibilidades de ganar algo son de un millón a uno. Sabemos eso pero ello no nos impide intentarlo una y otra vez. Lo cual es bueno porque muestra que las personas son optimistas acerca de lo más importante en la vida.


en algún lugar de cuernavaca de cuyo nombre no quiero acordarme



De su libro Bathing the Lion.
Original en inglés, aquí.
Traducción del fragmento al español e imagen, mías.

martes, 17 de marzo de 2015

Expreso de Madrid



El tren empieza a desperezarse despacio, como si tuviera los goznes entumecidos. El chirrido de la fricción entre las ruedas y las vías le arde a Andrea en los ojos. O serán las lágrimas que se agolpan todas de pronto. Cuando se despidió de Fernando en el andén se clavó las uñas en las palmas para distraer el llanto. Ahora, asomada a la ventanilla, sucumbe a su embate. Puede distinguir aún las manos de Helena agitándose con lentitud. Fernando debe haber refugiado las suyas en los bolsillos del pantalón, como suele hacerlo. Andrea quisiera que el tren se detuviera un instante, solo uno, para poder encontrar su aliento, pero la marcha es irremediable. Tiene una noche larguísima frente a ella. Cuántas veces no se habrá imaginado así, sola a bordo de un tren nocturno rumbo a un destino tan desconocido como anhelado. Por qué, entonces, la embarga hoy esa oscuridad que empieza apenas a vislumbrarse en el horizonte De las gotas que dejó la lluvia tras de sí sobre las baldosas del andén aún se desprende algún destello. Cuántas lágrimas no se habrán evaporado después de quién sabe cuántos adioses desgarrados en esa estación. El llanto no deja estelas, solo vestigios de sequía en los ojos y en la garganta. Ojalá la lluvia le hubiera dejado el alma lavada, pero hoy necesitaría varias tormentas más. Sí, siempre ha tenido una vena un poco melodramática, ya se lo decía su padre.
            Después de una eternidad, cuando Barcelona se ha desvanecido casi por completo detrás de ella, se sienta en su cabina privada. La única compañía que le queda es la enorme maleta que fue incapaz de acomodar en su lugar. El armatoste de cuero se queda ocupando el espacio de alguien más, torpe y silente. Para alcanzar el servicio, Andrea habrá de escalarlo de ida y de vuelta. Sobre el asiento que en breve se convertirá en cama, descansan su bolso y el paquete que su tía Ángela le preparó para ahorrarle la visita a la cafetería del tren. Lo abre y se encuentra con un par de bocadillos de tortilla. Sus favoritos. No tiene apetito pero sí la necesidad de distraerse. “Siempre que te den comida durante un viaje, come”, le había aconsejado su madre hacía varios meses cuando la despidió en el aeropuerto de la Ciudad de México. “Así si te hará más corto el recorrido.”
            Toma uno de los bocadillos y despacio le quita la envoltura. El aceite gotea pertinaz sobre el papel de aluminio. Su tía cocina siempre con demasiada grasa. Con razón a Fernando, su primo, le dan esos achuchones del hígado. Una sonrisa se le mezcla con una arcada cuando recuerda la merluza que, sumergida en aceite, nadaba entre los guisantes en su plato durante el último almuerzo en el sobreático de los Riusech. Entonces buscó la mirada cómplice de Fernando para que la ayudara con su porción de pescado, pero él no la despegaba de su comida. Hoy tampoco hay quien la saque del aprieto. Muerde un bocado y cierra los ojos intentando volver al comedor de la familia que la adoptó y hoy la deja marchar. La tristeza, tenaz también, le vuelve a ensuciar los ojos. Escucha otra vez las últimas palabras de Fernando acariciándole la espalda mientras ella subía los escalones hacia el coche cama. “Venga, disfruta la travesía” y, casi inaudiblemente, “Te vamos a echar de menos.” Sí, como protagonistas de película vieja, de esas que le gusta a la tía ver los domingos por la tarde.
            Ella también los va a extrañar, sobre todo a él, aunque no alcanzó a decírselo. Solo sabía que no quería dejar el sobreático, ni el ensanche, ni el Parque Güell, ni Barcelona. Sabía también que no quería volver al departamento de sus padres en México. Nunca se había sentido como en casa hasta que conoció a la familia de la prima hermana de su padre. Hasta el tío Isidre, ese hombrón enorme y tan serio a primera vista, acabó llamándola “nuestra hija predilecta”. Cada noche de su estancia le contó un trozo de la historia de su ciudad y le enseñó alguna frase en catalán, aprovechando, además, para sortear así los reproches mudos de su mujer.
            Cuando el empleado de renfe golpeó la puerta para entrar a arreglar la cama, Andrea no supo ni qué decir. Su voz seguía en la curva que hacen las vías al salir de la Estación de Francia. Ahora se sienta con las piernas cruzadas sobre la cobija y abraza el mono de peluche que la prima Helena le regaló la noche anterior. “Ha estado conmigo muchos años, que ahora te acompañe a ti”, le dijo mientras la ayudaba a preparar la maleta y Fernando les hacía las últimas fotos. El concierto que va dando el tren al rozar las vías y el traqueteo de los carros la adormecen. Se acurruca bajo la manta y se acaricia los labios con las yemas de los dedos. Se los humedece con la lengua y se vuelve a imaginar que Fernando la besa. Sabe que es un sueño imposible, pero la noche a la mitad de ningún lado se hace cómplice de sus fantasías. Las voces que durante el pasado mes en casa de los Riusech la mantuvieron al borde de sus sentimientos se escaparon por la ventanilla entreabierta. Puede dormirse pensando en su primo, imaginando que son novios y que ella se queda a estudiar la universidad en Cataluña. A la mañana siguiente, Andrea se despierta con el aviso de que el tren está por llegar a Atocha. Se va estirando poco a poco, con la decisión firme de plantarles cara a sus padres. Les expondrá todos sus planes, bueno quizá solo los estrictamente académicos. Mejor no exagerar. Aún le queda por delante un largo viaje trasatlántico para urdir la mejor estrategia.

lunes, 16 de marzo de 2015

Mañana de lunes


Hoy vuelve a salir el sol después de un día nublado y medio lluvioso. Las jacarandas este año están más brillantes y tupidas que nunca. Más que la temporada pasada, seguro. Así me lo parece al menos. Basta solo con que me acerque a las ventanas de mi casa y me encuentro rodeada de manchones morados, sobre todo si no llevo puesto los lentes de contacto y no alcanzo a distinguir con claridad las siluetas. Recuerdo (no puedo evitarlo) que hace un año buscabas jacarandas en Barcelona e ibas fotografiando una candidata tras otra para mostrármelas. Me parece que al final no encontraste ninguna. Conservo una pequeña colección de árboles de flores rosas cuyo nombre ignoro, pero ninguna jacaranda barcelonesa. No sé si las haya. ¿Las habrá?

Tantas preguntas que se me van quedando sin respuesta. Pero las jacarandas de este lado siguen floreciendo. Eso que ni qué...

sábado, 14 de marzo de 2015

Una comedia ridícula, por Ryokan





Donde hay belleza, hay fealdad.
Cuando algo está bien, algo más está mal.
El conocimiento y la ignorancia dependen uno del otro. 
Ha sido así desde el principio.
¿Cómo podría ser de otro modo ahora?
Querer desechar uno y aferrarse al otro da lugar a una comedia ridícula.
Aún tienes que afrontar todo siempre cambiante, incluso cuando dices que es maravilloso. 



 Original en inglés y fuente, aquí.
Traducción al español mía.

viernes, 13 de marzo de 2015

Invitado: Mario Benedetti


*


El amor no es repetición. Cada acto de amor es un ciclo en sí mismo, una órbita cerrada en su propio ritual. Es, cómo podría explicarte, un puño de vida.



*

jueves, 12 de marzo de 2015

Invitado: Mingyur Rinpoché





El Buda comparó el apego con beber agua salada del océano. Entre más bebemos, más sed nos da. De igual modo, cuando nuestra mente está condicionada por el apego, no importa cuánto tengamos, nunca experimentamos realmente el contento. 


 Original en inglés y fuente, aquí.
Traducción al español, mía.

miércoles, 11 de marzo de 2015

Invitado: Paco Bello


Tarde de martes




Es marzo y llueve. Y truena. Ya las nubes lo presagiaban. Nubes grises con huecos de cielo. No durará mucho. Pero de momento, el sonido del agua que golpea el pavimento me tranquiliza. Se mete por la ventana. Me acompaña. Así no necesito llorar. Me puedo volver a imaginar las jacarandas brillantes que salpican de morado, las calles, la carretera, tu recuerdo. Arrecia y el viento se entromete en mi estudio. Azota las persianas. Azota mi memoria. Hoy fue difícil. Pero mañana las flores moradas me estarán esperando cuando salga de casa. Otra vez. Como siempre en esta época. Como hace un año. Truena. Huele a tierra mojada. Llueve y es marzo.


martes, 10 de marzo de 2015

Lunes al mediodía





Me dispongo a nadar. Sobre el agua de la alberca ("piscina" la hubiera llamado él), flotan algunas flores de jacaranda. Morado sobre azul. Las que se le escaparon al jardinero cuando limpió el agua. Una mariposa amarilla, casi verde, pasa volando por encima, de la alberca y de mí. El agua helada es una promesa para mi piel, semidesnuda.





lunes, 9 de marzo de 2015

Invitado: Karmapa 17






Es imposible estar en nuestro mejor momento o en nuestro peor momento todo el tiempo. ¿Quién es consistente siempre? Todo el mundo cambia según las situaciones diferentes y a medida que atraviesa las diversas fases de la vida. No tiene sentido experimentar un gran orgullo o una gran vergüenza debido a circunstancias transitorias.





Original en inglés y fuente, aquí.
Traducción al español mía.

(tristezas)



(que pasan, como todo)

domingo, 8 de marzo de 2015

Mar de Cortés (tercera versión)


Toda valentía es una forma de constancia. Es siempre a sí mismo a quien un cobarde abandona primero.
Después de esto, vienen todas las demás traiciones.
Cormac McCarthy

Fernando nunca se imaginó que haría un viaje más, esta vez hasta el norte de México. Menos aún que se atrevería a dejar sus ataduras al otro extremo del Atlántico. Tomó el avión el día del primer aniversario luctuoso de su madre. Su hermana Helena insistió en acompañarlo al aeropuerto, pero él se negó. Temía que la presencia de ella lo hiciera flaquear. Hoy está en la Baja California. Tras una vida de aguantar la respiración y llevar la cabeza sumergida, se arriesga a tomar una bocanada de aire fresco —él que ni en sus fantasías más extravagantes lograba alejarse del piso de sus padres, donde ha vegetado desde siempre. Llegó a soñar con Valladolid media docena de veces y con Lanzarote cuando se puso más intrépido. Ahora va navegando por el Mar de Cortés mientras los delfines  saltan junto a él, casi al alcance de su mano, y los lobos marinos duermen echados al sol a escasos metros del lente de su cámara. Y Andrea, su primer amor, su único amor, va a su lado en la lancha, más de treinta años después de su último encuentro.
Andrea es hija de Rodrigo, el primo hermano de su madre refugiado en México al término de la Guerra Civil. Sí, es su prima segunda. Tiene nueve años menos que él y comparten un apellido. Dos viajes de ella a España  —a sus diecisiete y luego a sus veinte años—, seis meses de cartas que cruzaron el Atlántico cada quince días, un viaje de Fernando a México animado por esa correspondencia, una desconexión casi total durante tres décadas y un encuentro cibernético hace unos meses fueron suficientes para que Fernando le confesara que seguía enamorado de ella. A sus cincuenta años y pico, esa constancia resucitó en Andrea la ilusión. Los impedimentos se sienten más sorteables que ayer. Ella ha dado rienda suelta a los sentimientos que él guardó junto a sus cartas en una caja de madera. Hoy ambos parecen haber hecho la misma apuesta.
“Si me llego a caer por la borda de la panga, me ahogo seguro”, piensa Fernando al darse cuenta de que la embarcación sobre la que se montó con dificultad no lleva flotadores. Se le acelera el pulso y le sudan las manos.  Es la primera vez en su vida que se aventura más allá de tierra firme. Los viajes en golondrina en el puerto de Barcelona, donde ha vivido desde que era un crío, no cuentan. Hoy Fernando se siente libre. Andrea lo toma entero, con todo y los cien kilos que ha ido acumulando a lo largo de sus sesenta años. El lanchero casi tuvo que cargarlo para ayudarle a embarcar. Ella no se apartó ni un instante de su lado.
            Durante el recorrido en la lancha, van mirando en la misma dirección. Ella también se percató de la ausencia de salvavidas. Ni uno ni otra son grandes nadadores. Ella tomó clases de niña y se defiende. Él nunca aprendió. Puede flotar haciendo el muertito pero no mucho más. Mejor no pensar, ni en eso ni en el inminente retorno de Fernando a Barcelona. En este momento están juntos. Andrea estira su mano para rozar la de él. A veces lo logra. Otras, solo alcanza a sonreírle. Cuando aparecen los delfines y empiezan a jugar cerca de la barca, ella se instala en la proa, sentada sobre sus piernas cruzadas, y asoma de tanto en tanto la cabeza. Fernando le hace varios retratos. Le encanta el contraste entre su bañador rosa y la blusa roja, medio transparente y con visos plateados, que se puso encima. “¡Qué guapa estás!”, piensa pero no se lo dice. La presencia del lanchero lo intimida un poco. Los repetidos disparos de la cámara de su amante le hacen saber a Andrea que está guapa. “Te amo”, le dice él sin emitir sonido, moviendo solo los labios. “No te vayas”, contesta ella de igual modo mientras respira profundo para detener la tristeza que amenaza con nublarle los ojos. Él sigue fotografiando animales exóticos.
            Al cabo de unos cuarenta minutos llegan a la Isla Coronado, excursión turística obligada para quienes visitan la zona. Desembarcan en una ribera desierta, custodiada por una tropa de pelícanos que aguardan, formados en la orilla, la llegada de las lanchas y las sobras de pescado. No es temporada alta. Hace un calor infernal, más de cuarenta grados, y hay pocos visitantes. A Fernando le gustaría quedarse unas horas a solas con Andrea. Poseerla sin freno. Nunca imaginó que pisaría el paraíso de esa mano anhelada durante tres décadas. Quisiera prolongar la dicha, más ahora, a unos cuantos días de su vuelta a casa.
—¿Nos bañamos? —lo invita Andrea. —Aquí no está hondo.
Él le toma la mano sin decir nada. Juntos caminan por la arena blanquísima hacia el agua turquesa que les permite andar un buen trecho sin cubrirlos.
—¿Sabes?
—Dime.
—Es la primera vez que soy feliz en el mar —declara Fernando.
—Me alegro —le dice ella, mientras le acaricia la barba.
De pronto, se sumerge para sorprenderlo. Él la busca un poco desconcertado. A ver qué se le ocurre ahora. Parece una chiquilla. Ella vuelve a la superficie y en el camino le roza el sexo con su cuerpo. A él se le corta el aliento, pero le sigue la corriente. “Debo estar enloqueciendo”, piensa al tiempo que atrae a su mujer hacia él. La abraza por detrás y con las manos busca sus pezones. Se los aprieta. Ella se escabulle de nuevo. Él quiere ir tras ella, pero no se atreve. Podría perder el piso y ahogarse. Y Helena le pidió que se cuidara cuando se despidieron.
—¿Ya no juegas? —le pregunta Andrea traviesa.
—Ya es hora de volver —contesta él encaminándose hacia la orilla.
Se muere de ganas de penetrarla ahí y ahora, pero recuerda que no hay salvavidas. Helena se horrorizaría si pudiera verlo.
—¿Nos vamos? —dice Fernando.
Ella le responde salpicándole la cara.
El camino a Loreto, el pueblo donde se hospedan, lo hacen esta vez de espaldas el uno al otro. Fernando piensa en su regreso. Andrea se pierde en la estela que la lancha va dejando tras de sí. Ojalá no desapareciera tan rápido. Él se distrae haciendo más fotos. Ella  esconde la zozobra bajo el sombrero que la guarda del sol. Sus manos no se tocan. Llegando al hotel, se meten a la piscina (“alberca” la llama ella) y se acarician bajo el agua nuevamente. Un colibrí se acerca buscando el néctar de las flores que cuelgan de la barda. Fernando lo mira embelesado. Es la primera vez que ve uno. Andrea no se lo puede creer. No sabe que es un ave americana, inexistente en Europa.
—¿Sabes? —pregunta ella.
—Dime —dice él.
—Según los antiguos aztecas, los colibrís son los guerreros muertos en combate que regresan a alimentarse de las flores, en espera de la siguiente batalla. ¿No te gustaría ser uno de ellos?
Él la mira, como la miró hace treinta años cuando se despidió de ella después de su primera estancia en México. Entonces le pedía que volviera con él a España. Ella le sostiene la mirada, como no lo hizo entonces, mientras se impulsa hacia arriba, golpeando con los pies el fondo de la piscina para agarrarse de sus hombros y abrazarle el torso con las piernas. Alcanza su boca y abre la suya, ofreciéndose como él soñó que lo haría en aquel aeropuerto hace tantos años. Él trastabilla un instante y ella lo sostiene. Él la recibe toda y entrelaza su lengua con la de ella.
—Quédate —le pide Andrea, dejando su aliento mezclado con la saliva de él.
Fernando clava otra vez sus ojos en los de ella. Si tan solo pudiera quedarse a vivir en esa mirada.
—Helena me está esperando. No puedo dejarla sola.
Andrea intenta urdir algún argumento convincente, pero solo acierta a hacerle una caricia suave, quizá la última, en la barba. Unos días más tarde, Fernando está entrando de vuelta a su apartamento en el ensanche barcelonés.
—¡Bienvenido a casa! —exclama Helena mientras lo conduce a la mesa donde ha dispuesto un pequeño banquete para recibirlo.
México, Andrea y los colibrís no son ya más que un sueño del que despertó para volverse a hundir en la cotidianidad anaeróbica del sobreático.
—Te preparé las croquetas como las hacía mamá. ¿Te acuerdas?
Fernando mira a su hermana, pero no atina ni a agradecerle el gesto. Ella se apresura a encender el televisor.
—Siéntate que abro una botella de vino para que brindemos. ¿Te apetece?
Con su silencio, él accede a la celebración. En la tele repiten un documental sobre buzos y belugas. Sentado en el comedor de casa, a Fernando no le inquieta la falta de flotadores.

sábado, 7 de marzo de 2015

déjà vu

o historia en cuatro actos y una aspiración



Primer acto – camino a Asturias  – 1980

Foto tomada por Ma. Delia, supongo

*


Segundo acto – Xochimilco – 1983
Foto tomada, quizá, por Pepa, escaneada por Javier

*


Tercer acto – Lisboa – 2014
Foto tomada al alimón en la casa de Pessoa

*


Cuarto acto – La Paz – 2015
Foto tomada por Esther en una calle boliviana

 *


Aspiración
Palabras de Pessoa, en otra piel

viernes, 6 de marzo de 2015

Invitado: Ernesto Cardenal


Al perderte yo a ti...


Al perderte yo a ti tú y yo hemos perdido:
yo porque tú eras lo que yo más amaba 
y tú porque yo era el que te amaba más.
Pero de nosotros dos tú pierdes más que yo:
porque yo podré amar a otras como te amaba a ti
pero a ti no te amarán como te amaba yo.


De Epigramas.
Aquí con la voz e imagen del poeta.

(Puede leerse sustituyendo "el que"
por "la que", y "otras" por "otros".)

jueves, 5 de marzo de 2015

Invitado: Karmapa 17



Hoy, para celebrar Chotrul Duchen, estas palabras del Karmapa 17, quien está a punto de iniciar su tercera gira por los Estados Unidos:


Lo mejor es estar en el presente. Es mejor si no tenemos grandes esperanzas respecto a las situaciones pasadas o futuras. Es mejor solo permanecer en el presente. Lo que sea que esté justo frente a nuestros ojos, necesitamos ser capaces de ver lo bueno en ello. Si podemos ver lo bueno en ello, entonces podrán ocurrir cosas buenas a partir de eso. Realmente siento que ayuda intentar tener solo una perspectiva simple sobre la vida.




Original en inglés, aquí.
Traducción al español, mía.

miércoles, 4 de marzo de 2015

Metamorfosis


Me perdí. Lo sé. Tiempo ha. Me hice mendigo. No me di cuenta. Ni cómo. Ni cuándo.

Me hice mendigo. Me creí amada. Amada por defecto. Amada por costumbre. Amada por necesidad. Acepté limosnas. Me hice pobre.

Hoy soy pobre. Soy mendigo. Me vislumbro otra.

Otra que no mendiga. Otra que no espera.

Una que renuncia a tu boca. Boca que come besos. Besos fantasmas. Fantasmas cobardes. Cobardes limosna. Besos ausentes.

Ausencia que se hace sombra. Proyección oscura. Espectro. Fantástico. Apariencia en transición. En pos de nadie.

martes, 3 de marzo de 2015

Autorretrato(s) vespertino(s) 2


autorretrato.
(De auto- y retrato).
1. m. Retrato de una persona hecho por ella misma.


 Yo añadiría que esta práctica surge, quizás, de esa necesidad tan humana de saber quiénes somos o —cuando esta empresa se da por perdida por lo cambiante del resultado—, de ir recolectando fragmentos de esa identidad transitoria para construir un rompecabezas, efímero también. Ayer tarde, el sol se hizo mi cómplice, mientras caminaba desde mi casa hasta la miscelánea de la esquina y de vuelta, preguntándome mil cosas, sin saber a ciencia cierta si quería conocer la respuesta.


 






lunes, 2 de marzo de 2015

cada día


cada día te alejas un poco más
cada día te espero un poco menos

te sueño
te pienso
te veo
te acaricio

cada día desapareces un trozo más
cada día te extraño un trozo menos
           
             aún

te extraño cada día 
como el primero
        como el último

algún día mis días
                  dejarán de ser tuyos
                  volverán a ser míos
                  nuestros quizá nunca

te hablo
te cuestiono
te imagino
te acaricio

cada día un poco menos contigo
cada día un poco más conmigo

algún día desnudarme volverá a tener sentido
cada día

domingo, 1 de marzo de 2015

Invitado: Mingyur Rinpoché



El grado en el cual cualquier experiencia nos repele, nos asusta o parece debilitarnos es igual al grado en el cual tales experiencias pueden hacernos más fuertes, más seguros, más abiertos y más capaces de aceptar las posibilidades infinitas de nuestra naturaleza búdica. 


Original en inglés y fuente, aquí.
Traducción al español, mía.