sábado, 27 de abril de 2019

e i l e e n



sueño 16.


Anoche soñé que estaba en la playa. De vacaciones, supongo, con Santiago —que era niño aún—, mi amiga Ángeles, su hija, y una abuela. Quizá Graciela, la única abuela que mi hijo conoció.

De pronto, desde un mar en calma, se levantaba una ola enorme que nos alcanzaba en tierra. Inundaba y se llevaba por delante lo que encontraba a su paso. Nosotros incluidos. Pero entre sus aguas, yo podía respirar. Porque quedaba un hueco de aire o porque yo era capaz de respirar en el agua. Quién sabe.

La ola al final regresaba al mar y nos dejaba asustados, pero vivos. Yo, abrazando a Santiago. Ángeles, cerca. Nos faltaban Ana y la abuela. Y aún teníamos que guarecernos en un sitio techado, pues temíamos la llegada de una nueva ola.

Cuando desperté, me sentía (bastante) en paz.

El sueño me hizo ver (otra vez) que las olas pasan y que podemos respirar (siempre) por más intensa que sea la ola. Su paso nos da la posibilidad de reinventarnos y, para ello, hace falta (ME hace falta) soltar lo viejo (patrones de conducta, creencias, miedos) y buscar nuevas maneras de responder, de confiar, de ser.


Flor sueño luz
Foto de Yaretzi Santana Herrera



sábado, 20 de abril de 2019

*1*0*0*



Así se veía Dasha hace 10 años. Luminosa. Radiante. Hermosa. Así era Dasha. Entonces le festejábamos sus 90 años. Hoy cumpliría 100. Y no está para que se los festejemos. Pero sí que está. En los recuerdos. En el extrañamiento. En las palabras que nos dijimos y las que no. En las pláticas que tuvimos (muchas muchas muchas) y en las que se quedaron pendientes. En las que me gustaría tener ahora. En su sabiduría y su humor y su manera tan llena de gracia de envejecer. Luminosa. Radiante. Hermosa.

No me acuerdo quién tomó la foto, pero igual le agradezco. Así como agradezco habérmela encontrado hoy, cuando me di cuenta de la fecha. Me regocijo por haber tenido a Dasha en mi vida, primero como terapeuta y después como amiga, gran amiga.

Tengo idea de que yo debía guardar algunas fotos de ese día (tengo una carpeta llamada "Dasha - 90") y luego integrarlas todas. A eso ya no llegamos, pero hoy comparto esta para recordar y celebrar a Dasha. Para mandarle mi amor adonde quiera que esté, como quiera que esté, y mis aspiraciones por que sea feliz y está libre del sufrimiento. Ojalá nos volvamos a encontrar.

Y comparto también a la Adela y al Santiago que hace 10 años, con 10 años menos, festejábamos a Dasha (tomada seguramente por la misma persona a la que no recuerdo, pero a la cual vuelvo a agradecer por estas imágenes):

















viernes, 19 de abril de 2019

Viernes Santo


Salgo rumbo al consultorio. Sí, solo a mí se me ocurre citar a una paciente en Viernes Santo (así, con mayúsculas, no sé bien por qué...). Me voy caminando y la calle tiene un aire sepulcral. Todo está cerrado, casi no hay coches ni gente. Solo pájaros, muchos pájaros diferentes. Que cantan, gorjean, trinan y, de pronto, se dejan ver entre las ramas de un árbol o en el cielo entre un árbol y otro. También están los que planean más alto, zopilotes supongo, con el azul nublado de fondo. 

A más de medio camino, empiezo a ver decoraciones blancas y moradas sobre algunas casas. Y altares. Con velas, flores y el Cristo. Y la gente se va juntando. Van en procesión, con micrófono y toda la cosa y se paran en cada altar. Estaciones les llaman. No alcanzo a saber cuántas son. Sí que en alguna la Verónica le ofrece un paño y en otra él consuela a las mujeres que lloran.

Yo me cuelo entre los devotos y destaco porque voy más rápido y no tengo cara devota ni me paro a rezar. Me preocupa que me tapen la entrada al consultorio. Me adelanto y alcanzo a tomar algunas fotos. Es una fe que no comparto, pero que es parte de mi entorno. Es mía también en una medida extraña y mínima.

Al final entro al consultorio y me asomo por la ventana, cuidando de que no me descubran. No quiero ser irrespetuosa, pero la curiosidad me gana. Oigo hablar de cómo nos estamos volviendo paganos. Yo ya lo soy y no me preocupa.

Y así sigo esperando a mi paciente, que al final no llega. Entonces me salgo al jardín, mientras sigo oyendo el final de la procesión y haciendo fotos experimento. De mí. De flores. Hasta que decido volver a casa. 



En el camino de vuelta, el aire sepulcral se ha levantado. Hay más coches. Más ruido. Más pájaros. Una corona de espinas. Y tapetes de flores de tabachín. 




martes, 16 de abril de 2019

Invitada: Jetsunma Tenzin Palmo



Identificación con nuestros pensamientos y sentimientos




Cuando estamos enojados, cuando estamos emocionados, cuando estamos deprimidos, cuando estamos entusiasmados, estamos completamente sumergidos en nuestros pensamientos y sentimientos y estamos identificados con ellos. Es por ello que sufrimos. Sufrimos porque estamos completamente identificados con nuestros pensamientos y sentimientos y pensamos esto soy yo. Esto es quien yo soy. 


Original en inglés y fuente, aquí.
Traducción al español, mía.

miércoles, 10 de abril de 2019

*****56******


Hace cinco días, el 5, cumplí 56 años. Los días anteriores al cumpleaños fueron difíciles esta vez. Bastante difíciles.

(Aciagos sería una exageración, quizá, pero la palabra me gusta y más saber que viene del latín medieval: aegyptiacus [dies] '[día] infausto'; literalmente '[día] egipcio'. Aunque el diccionario no explica por qué un día egipcio acabó siendo un día infausto, infeliz, desgraciado o de mal agüero.)

A mí se me juntaron varias cuestiones de salud, no graves, pero incómodas: Una tos que duró 5 meses, la extracción de una muela (con endodoncia y rota) que tardó en cicatrizar el triple de lo previsto y, finalmente, una caída sobre las rodillas cuando una de las gatas que vive en mi consultorio, Tantra, se me metió entre los pies y me hizo perder el poco equilibrio que me quedaba... (a una semana y pico del dichoso cumple).

La lesión en las rodillas me llevó de emergencia a la Cruz Roja (radiografías = sin fractura) y al especialista (quien extrajo una jeringa llena de sangre de la rodilla + medicamentos varios para la inflamación y el dolor + hielo) al día siguiente. Ah, y encima de todo, empecé a ver luces, provenientes del interior de mis ojos y acabé de emergencia casi en el oftalmólogo, quien determinó, por fortuna que mis retinas están bien, pero la catarata del ojo izquierdo necesita operarse YA.

Todo esto junto cristalizó en un ataque de vulnerabilidad, que casi llegó al pánico los días siguientes. Y, sí, el telón de fondo es la conciencia del envejecimiento. Qué se le va a hacer.

Aparejado a estos cambios físicos, están, también, los emocionales. La inminente despedida, otra vez, de mi hijo (y ahora también de su novia, con quien me he encariñado profundamente). La inminente soledad. Otra vez.

Entonces, llegado el 5o día de abril, decidí que podía emprender un.nuevo.comienzo (que puede hacerse en cualquier momento que uno lo decida, si se da cuenta). Y empezó con Bruno, estilista-terapeuta-amigo y su mano mágica.

El.nuevo.comienzo no me libra, claro está, del procesamiento de los pendientes presentes, viejos y antiquísimos (búsqueda de terapia, nuevamente; lectura de un libro buenísimo, Alquimia emocional, sobre los patrones mentales propios y la forma en que nos provocamos nuestro propio sufrimiento).


Al final (y después de casi negarme a hacerlo), pude celebrar. Con Santiago, con Yare, con Luz, con Eduardo, con Ángeles y sus hijos. Y a través de las llamadas y los mensajes. De cariño. Y emprender el nuevo ciclo. Un poco a trompicones. Pero ahí voy.

Y tres días después del cumple, recibí una felicitación.regalo.carta.mensaje de feisbuc de una querida amiga, Fernanda (que fuera alumna ya hace como 10 años). Me dejó llorando. De emoción. De tristeza (de ese duelo por el paso inevitable del tiempo). De cariño. En su mensaje me hacía unas preguntas y aprovecho este espacio para contestarle algunas y cerrar mi reflexión cumpleañera.

Sí, Fernanda, son 56. Y me hacen sentir extraña. Vulnerable. Viva. Cercana a la muerte. Consciente de la muerte. Vieja. Sobre todo por fuera. Joven. Sobre todo por dentro. Confundida. Contenta. A veces. Angustiada. Otras.

Y, sí, también es esa sensación que tú tan bien describes cuando me preguntas: «Te sientes nueva o, como yo, sientes que empiezas a caminar una vida nueva después de ya haber vivido cientos de veces». Quizá sean miles de veces. O más.

Ver las efemérides ir y venir me provoca nostalgia. Tristeza. Emoción a veces. Susto, otras. (Lo azotada no se me ha bajado demasiado con el paso de los años, aunque me controla menos. Creo. O intento que me controle menos.)

Te sentí siempre cercana. Niña, no mucho. Más amiga. Hoy distante, por el espacio y la vida que nos separan. Pero reencontrada en el espacio virtual del 4 de abril, ese día que media nuestros cumpleaños y que alguna vez compartimos. Y que espero volvamos a compartir. Y me pregunto cómo serás ahora. De adulta. De 25. Lavando tu ropa en la azotea de tu casa nueva viendo Tacubaya. Como si te conociera de siempre y precisara volverte a conocer.

Intuyo la medida en que tu destino se trazó tras nuestro encuentro. (Escritora lo eras ya.) Celebro que compartamos este espacio de la escritura. A veces te leo. Y otras no. (No sé bien en dónde.) Pero conservo en mi blog enlaces a tus primeros blogs de hace añísimos. Y a veces te pienso. Y otras, como hoy, te vuelvo a escribir. Redescubro nuestro diálogo. Y, sí, la responsabilidad del oficio es extraña. Abrumadora a veces. Celebro, tanto, que hayas empezado tan joven. Sigue. Sigue siempre. Y vuelve, cuando puedas y quieras, a tus ficciones. Maravillosas.

Sigamos dialogando y reuniéndonos los 4 de abril por venir. Gracias, Fernanda. Por todo. Por ti. Por tus palabras. Por el lazo que nos une.


Y que queden como broche de oro de la nueva vuelta al sol estas flores de celebración que otra amiga nos las trajo a mi hijo y a mí, por mi cumple y por su siguiente paso en la vida:


Gracias, Frida.