miércoles, 28 de junio de 2017

colinabos


Ayer fui al súper y, en la sección de frutas y verduras, me encontré unos seres muy extraños, en los cuales yo nunca antes había reparado. Mucho menos los he probado.


"Colinabos" decía el rótulo. Que claro viene de "col" y "nabo". Aunque aquello de que se trata de una "berza de hojas sueltas sin repollar" no me dice mucho. (Pude enterarme que "berza" es "col" y que "repollar" es "formar repollo" (o sea, "formar [las hojas de algunas plantas] una cabeza redondeada"). Pero yo a estos seres no alcanzo ni a verles las hojas.

Averigüé también que se les puede llamar "nabicoles" o "nabas" y que son raíces comestibles, originadas en un cruce entre el repollo (es decir, una col) y el nabo. Y que se cultivan en el norte de Europa y en Norteamérica.

Algo está claro, pues. Son "híbridos". Y entonces supe que este adjetivo sirve para hablar de animales o vegetales (procreados por dos individuos de distinta especie), de cosas (productos de elementos de distinta naturaleza), de individuos (de padres genéticamente distintos con respecto a un mismo carácter) y de motores o, por extensión, de vehículos (que pueden funcionar tanto con combustible como con electricidad).

Y entonces me quedé pensando que "híbridos" somos todos e "híbridas" son todas las cosas que nos rodean. En otras palabras, y tomando prestados conceptos de las enseñanzas budistas, todos y todo somos fenómenos compuestos. Como los colinabos.

Finalmente, recordé que a mi papá le gustaban mucho los nabos. A mí, no demasiado. Ni la col tampoco. Así que, en principio, estos híbridos tampoco me provocan mucho, aunque mis pesquisas virtuales me llevaron a un "wikiHow", donde se indica cómo preparar el colinabo antes de empezar y luego propone seis métodos distintos para cocinarlo (aquí para algún curioso). 

La verdad es que hasta acabé pensando en comprarlos la próxima vez y lanzarme a la aventura. 

Quién diría hasta dónde nos puede llevar un encuentro inesperado en el súper.


sábado, 24 de junio de 2017

jueves, 22 de junio de 2017

/ encuadre / holandés / 2


Hace un año y 7 meses aprendí lo que era este plano en fotografía.




Hoy volvió a tocar el tema.



Me divertí jugando.



Inclinando el mundo con la cámara.




Hacia un lado. O hacia el otro.



Igual lo hacemos con la mente.

domingo, 18 de junio de 2017

i.l.u.m.i.n.a.r




A mí siempre me ha gustado iluminar (colorear). Desde que me acuerdo.

Aunque antes, al principio, me costaba mucho trabajo.

Me explico.

Cuando era niña, mis papás viajaban con alguna frecuencia a Estados Unidos y siempre nos traían regalos a mi hermano y a mí. Entre los que recuerdo con más viveza, están los libros para iluminar. De arte. De los museos que visitaban. Entre los que se quedaron en mi memoria destaca uno que me parece que tenía a Cesare Borgia en la portada. Sobre un dibujo de Botticelli o de algún otro renacentista.

Era precioso y yo nunca lo iluminé. Me daba miedo no hacerlo bien. Equivocarme y echar a perder el dibujo y el libro todo. Guardaba los libros (me imagino que habría más) para no sé cuándo. Cuando estuviera inspirada. Cuando me importara un bledo lo que pensaran los demás de mí. Ese momento no llegó durante mi infancia, ni en mi primera juventud ni en la segunda. Y allá, quién sabe dónde, se quedó aquel libro con el pobre Cesare Borgia todo descolorido.

Y entonces un día en la escuela, hará tres años o así, la miss de geografía e historia llevó una actividad para los niños que consistía en colorear unas flores. Me ofreció una de las hojas. Acepté encantada y de inmediato me puse a llenarla de color, intentando no salirme no de las rayas, que es algo que me gusta cuando ilumino, porque dibujando soy malísima. Y cuando acabé, le pedí otra. Y recordé cuán feliz era coloreando.

Y luego, hace un año, cerca de mi cumpleaños, mientras acompañaba a Santiago a comprarse un disco, me encontré con un libro para colorear, especial para adultos. (Todavía no me enteraba cuán de moda se habían puesto.) Johanna Basford era la autora. Era precioso. Un autorregalo perfecto. Y me lo llevé.

Santiago me prestó unos lápices de colores que a él le habían regalado hacía años y así empecé. Fascinada. Tanto que necesitaba forzarme a dejar los colores para volver a la compu a traducir o salir al consultorio o a la escuela.

Y empecé a aprender mucho de mi mente mientras iluminaba. Cómo podía ser más perfeccionista y conseguirme unos plumones de punta muy fina para las partes más pequeñas o cómo me podía dar chance y usar crayolas para espacios más grandes. Me hice también de unos lápices Prismacolor, los clásicos de la infancia, que luego me completó mi amiga Carmen con otra caja.

A veces, me voy fijando mucho en los colores que uso, sobre todo si el dibujo está en modo espejo (con dos mitades iguales pero invertidas) y otras, voy haciéndolo según me va saliendo, sin premeditación. He completado mis herramientas para iluminar con un par de cajas más de plumones, bicolores y de doble punta.

Cuando estaba por acabar el primer libro, otra amiga, Ángeles, me trajo el segundo de Inglaterra, una edición original de la misma Johanna, en un papel hermosísimo. Así empecé este año y me puse a experimentar, además, con las sombras. Entonces, hace una semana llegó mi amiga Evelyn, a quien induje al vicio de colorear durante una temporada que pasó en mi casa, y me contó cómo ella ahora estaba combinando colores. ¡Combinando colores! Eso sí que estaba fuera de mi zona de confort. Y me lancé. Y fui aún más feliz. Increíble.



he aprendido incluso de cómo evoluciona el lenguaje . Un día compartí en mi grupo de fotografía uno de mis dibujos coloreados (creo que un par de caballitos de mar) y alguien me comentó si iluminaba mandalas, usando el término para referirse de manera más general a cualquier imagen que pueda llenarse de color y no necesariamente a los diseños tradicionales hinduistas o budistas (en esos también he incursionado gracias al regalo de navidad de mi comadre). Interesante, ¿no?


Con creces creo que ha quedado compensado el pobre Cesare Borgia de mi infancia.

viernes, 16 de junio de 2017

andar contigo



qué lástima



Invitado: Thich Nhat Hanh



Mientras meditas en el cuerpo, no esperes ni pidas estar exento de enfermedad. Sin enfermedad, los deseos y las pasiones pueden surgir fácilmente... Mientras actúas en la sociedad, no esperes ni pidas no tener dificultades. Sin dificultades, la arrogancia puede surgir fácilmente... Mientras meditas en la mente, no esperes ni pidas no encontrar escollos. Sin escollos, el conocimiento presente no se refutará ni se ampliará... Mientras trabajas, no esperes ni pidas no encontrar obstáculos. Sin obstáculos, el voto de ayudar a otros no se profundizará... Mientras interactúas con otros, no esperes ni pidas obtener un beneficio personal. Con la esperanza de un beneficio personal, la naturaleza espiritual del encuentro se atenúa... Mientras hablas con otros, no esperes ni pidas que coincidan contigo. Sin desacuerdo, puede florecer la superioridad moral...  


Original en inglés, aquí.
Traducción al español, mía.

miércoles, 14 de junio de 2017

Invitado: Octavio Paz


Entre irse y quedarse


Entre irse y quedarse duda el día, 
enamorado de su transparencia.

La tarde circular es ya bahía: 

en su quieto vaivén se mece el mundo.

Todo es visible y todo es elusivo,
todo está cerca y todo es intocable.

Los papeles, el libro, el vaso, el lápiz
reposan a la sombra de sus nombres.

Latir del tiempo que en mi sien repite
la misma terca sílaba de sangre.

La luz hace del muro indiferente
un espectral teatro de reflejos.

En el centro de un ojo me descubro;
no me mira, me miro en su mirada.

Se disipa el instante. Sin moverme,
yo me quedo y me voy: soy una pausa. 


martes, 13 de junio de 2017

c u e l g a (n)


colgar

Del lat. collocāre 'colocar'.
Conjug. actual c. contar.
1. tr. Suspender algo o a alguien sin que llegue al sueloU. t. c. prnl.Colgarse de una cuerda.

La propuesta del grupo de fotografía de hoy era, pues, algo que colgara. Y hay mil posibilidades. Revisando mis archivos en busca de un tendedero de ropa, me encontré con unas gotas de lluvia suspendidas sobre los hilos de una telaraña. Sí, las gotas también cuelgan. Y duran muy poco así. Solo la magia de una cámara las puede capturar.

Mi amiga Sylvia, excelente fotógrafa, les dice diamantes y se deleita con ellas cada vez que empieza la temporada de lluvias.

Aquí unas gotas suspendidas en Chimal en agosto de 2015.




















lunes, 12 de junio de 2017

Historia de una hormiga


Una historia triste.

Ayer me fui a preparar un té, durante una pausa en una película que veía con mi hijo. Cuando le iba a poner azúcar a la taza (intentando seguir mi reciente resolución de limitarme a una cucharadita), descubrí que había una hormiga dentro de la azucarera. No era muy pequeña, así que pensé que sería fácil sacarla con un rápido movimiento de la cuchara. Y al hacerlo, sin mala intención pero con una precisión asombrosa, la decapité. Salieron volando dos pedazos: uno muy pequeño y otro más grande, que se retorció durante unos segundos.

Me sentí fatal. (Si hubiera intentado matarla así, seguro no lo habría conseguido). Tomé los dos pedazos y los coloqué con cuidado en una maceta, con la aspiración de que el pobre bicho tenga un buen renacimiento.


Y entonces me acordé de una alumna que me dijo el otro día
que yo solo escribía historias de cómo rescataba animales.

Lástima que no siempre sea así...

viernes, 9 de junio de 2017

Festival Shakyamuni





Que tu sabiduría y tu compasión, maestro, nos guíen siempre en el camino hacia la felicidad y la ausencia de sufrimiento.

jueves, 8 de junio de 2017

let it be



b u r b u j a s


Hoy cuando llegué a la escuela y me estaba sirviendo mi café, descubrí que mis alumnos de octavo estaban en clase de física, experimentado con burbujas de jabón, con el sol al fondo. Qué mejor escenario para hacer fotografías. Dejé el café enfriándose y corrí por mi cámara. Y empecé a sacar fotos.

"Aquí, miss..." "Te soplo una." "Sácanos a nosotros." "Uy, se reventó..."

Y así, se acabó la clase de ciencias y nos seguimos casi toda la hora de español. Ellos, con sus celulares; yo, con mi camarita rosa. Jugando. Gritando. Buscando las mejores tomas.

"Súbelas a Facebook y nos etiquetas, ¿va, miss?" Cómo no. Cumplí en cuanto llegué a casa. Álbum con 25 imágenes. Intenté no subir ninguna en donde pudieran no verse bien. Empresa imposible (como comprobé cuando vimos las fotos en la siguiente clase que nos tuvimos). A esa edad (y en casi todas), qué difícil es que nos guste cómo salimos en las fotografías. Ni modo. Así la cosa.

Aquí una muestra de mis imágenes favoritas:






















Y una más sin burbujas, pero con tenis, manos y iPhone:



miércoles, 7 de junio de 2017

Invitado: Dzogchen Ponlop Rinpoché



Cómo ser amables con las personas difíciles 


Tenemos tantos conceptos sobre los demás, y a veces, incluso antes de conocer a esa persona, ya le hemos dado esta etiqueta: "Difícil". Es como si llevaran puesto este rótulo enorme cada vez que los vemos. Así que creo que lo que nos está entorpeciendo el trato con ellos son nuestros prejuicios y preconcepciones sobre quienes son. Tenemos tantos pensamientos sobre ellos, incluso antes de llegar a conocerlos. En un sentido, esto podría hacerte menos capaz de lidiar con una persona "difícil". Y, de hecho, si ves la situación con más detenimiento, podría resultar que la persona difícil eres tú. 
Siempre que tenemos una visión sesgada, estamos en graves problemas, ¿verdad? Cuando vemos a alguien con una visión negativa, desde un sesgo negativo, entonces vemos solo esta enorme cualidad negativa de la persona —nada positivo—. Cuando estamos pasando por una época difícil en la relación con nuestra pareja, por ejemplo, empezamos a ver solo su lado negativo: "Su escritorio es un desastre", "Siempre llega tarde", y cosas así. Pero en realidad, esa persona tiene cualidades tanto negativas como positivas. Magnificamos un lado de esa persona u otro en momentos diferentes. Cuando recién nos estamos enamorando de alguien, vemos solo lo positivo. No encontramos nada negativo. ¿No es eso genial?
Una vez salí de viaje y recién había abordado el avión. Eso fue poco después de la tragedia del 11 de septiembre. En un asiento cercano había una persona que se veía algo peligrosa. Me empecé a sentir incómodo pensando: "¿Será seguro este vuelo?" y cosas por el estilo. Pero mientras veía a mi alrededor, de pronto me di cuenta que otras personas podrían estar teniendo los mismos pensamientos sobre mí, pensando que parecía peligroso.
Nos estamos viendo unos a otros a través del filtro de este tipo de etiquetas todo el tiempo.
Por supuesto, estamos viviendo un momento realmente difícil en el mundo, con toda clase de violencia, conflictos armados y otras cosas terribles que están sucediendo. Así que ofrecer compasión a todos los seres es muy importante. La compasión puede, de hecho, superar, transformar y sanar todo tipo de conducta o proceder dañinos. 
Pero cualquier etiqueta que ponemos sobre otra persona, o sobre nosotros mismos, coloca un límite o una barrera ahí. La compasión nos ayuda a tener una conexión genuina. Afloja esas etiquetas y abre nuevas posibilidades. 
Por un lado, ofrecer compasión o generosidad hacia quienes están haciendo daño no es tan fácil. Pero por otro lado, con frecuencia solemos malentender lo que significa ser compasivos, amorosos y gentiles.
Por ejemplo, si eres madre, quieres mucho a tu hijo. Y si está haciendo algo mal, tu amor y compasión se manifestarán para que deje de hacer aquello que podría lastimarlo a él u a otras personas. Ese es un aspecto de la compasión que suele malentenderse. 
Así que, primero, deberíamos intentar evitar que las personas lleven a cabo actividades dañinas. Eso en sí es una gran gentileza hacia ellas.
Y, entonces, necesitamos recordar jamás darnos por vencidos con respecto a nadie.
Necesitamos ver con claridad que quienes participan en actos horrendos de violencia, provocando daño a sí mismos y a otros, en general no están haciendo estas cosas porque sean muy inteligentes y compasivos y tengan la mente clara. Están confundidos, llenos de conflictos internos y dolor.  
Estos son los seres que realmente necesitan ayuda, amabilidad y apoyo, en muchas situaciones y de muchas maneras. Y una de las mejores maneras de apoyar a semejantes personas es a través de la educación, ayudándoles a aclarar su confusión y mostrándoles mostrarles cómo sus acciones son dañinas no solo para los demás, sino para ellos mismos.
Así que cuando estés lidiando con alguien cuyo comportamiento sea realmente difícil, puedes empezar por ser gentil contigo mismo. Puedes reconocer lo que estás sintiendo con respecto a la situación. Y luego, si puedes, intenta entender cómo podría parecerles a ellos, y ve si hay alguna manera de ayudar. Si no hay forma de ayudar ahora, podría haber otra oportunidad en el futuro. 















Original en inglés, aquí.
Traducción al español, mía.

lunes, 5 de junio de 2017

Historia de un grillo


Ayer fui al súper. Santiago me acompañó. Por suerte. Mientras escogíamos fruta —un pelín tristes por la desaparición de las manzanas de Chihuahua (ahora todas las que se ofrecen vienen de nuestro vecino del norte)—, me topé con unas uvas negras. No suelo comprar uvas muy seguido, pero recordé que hace varios años descubrí esta variedad (durante la visita de un amigo-novio que después dejó de ejercer ambos papeles) y me fascinaron.

Así pues, me dispuse a tomar un paquete (sí, vienen "empacadas en caja plástica") y al momento de escogerlo, me di cuenta de que en la orilla había un insecto con cara de grillo. Noté que el bicho estaba helado (la caja de uvas estaba expuesta en un estante refrigerado de la sección de frutas y verduras) y apenas podía moverse. También parecía haberse descolorido, quizá por la estancia fría o la falta de sol. Vaya uno a saber cuánto tiempo llevaba allí.

Tomé la caja mientras pensaba qué hacer para rescatarlo. Mi primer impulso fue dirigirme hacia la puerta del súper, caja en mano, decirle al guardia que no me estaba robando las uvas, sino que intentaba salvar un insecto, y entonces llevar al grillo a un sitio seguro. Visualicé cómo podría parecer algo desquiciada haciendo esto y cómo probablemente el bicho no lograría sobrevivir.

Entonces me acerqué a Santiago. Le mostré el grillo y le pedí si lo llevaba afuera. (Desde hace años somos cómplices en circunstancias parecidas.) Le acerqué la caja para que lo tomara con las manos y el bicho brincó. No mucho. Santiago intentó volverlo a agarrar y volvió a brincar. Otro salto mínimo. Finalmente lo cubrió con ambas manos y así lo tomó para llevárselo. Tardó un buen en volver. Me lo llevé bastante lejos, me explicó al regreso.

Y yo me preguntaba desde dónde vendría el insecto. ¿Desde Hermosillo, Sonora, junto con las uvas (estas sí son mexicanas)? ¿O se habrá trepado en algún punto intermedio del camino? Lo que es indudable es que tuvo suerte de no morir aplastado en todo el ajetreo ni congelado en el súper, ni envenenado con los sulfitos con que, como fungicida, se trataron las frutas, según reza en el empaque.


Así los encuentros en la vida. Fortuitos. Efímeros.
Y a otra cosa, mariposa.

domingo, 4 de junio de 2017

Invitada: Ursula K. Le Guin


«Love doesn't just sit there, like a stone, it has to be made, like bread;
remade all the time, made new.»




«El amor no se queda ahí sentado, como una piedra, tiene que hacerse, como el pan;
rehacerse todo el tiempo, hacerse nuevo.»


Traducción al español e imagen, mías.

viernes, 2 de junio de 2017

Invitado: Dzongsar Jamyang Khyentse









Normalmente apreciamos solo la mitad del ciclo de la impermanencia. Podemos aceptar el nacimiento, pero no la muerte, aceptar la ganancia pero no la pérdida, o el final de los exámenes pero no el comienzo. La verdadera liberación viene cuando apreciamos el ciclo completo y no nos aferramos a aquellas cosas que nos parecen agradables. Al recordar la mutabilidad y la transitoriedad de las causas y las condiciones, tanto las positivas como las negativas, podemos usarlas a nuestro favor. La riqueza, la salud, la paz y la fama son tan fugaces como sus opuestos. 



Original en inglés, aquí.
Traducción al español, mía.