domingo, 27 de noviembre de 2011

Definiciones para un domingo

Encuentro: Acto de coincidir en un punto dos o más cosas.
Desencuentro: Un encuentro fallido o decepcionante.
Fallido: Frustrante.
Decepcionante: Que no responde a lo que se esperaba.
Decepcionar: Desilusionar.
Desilusionar: Hacer perder las ilusiones.
Ilusión: Viva complacencia en una persona, una cosa, una tarea, etc.
Complacencia:
Satisfacción, placer y contento que resulta de algo.

How did we get lost in this labyrinth?
How is it that we have been unable to find the exit?

viernes, 25 de noviembre de 2011

El anillo

para Ceci, que me prestó su mirada fresca

Mi bisabuela Adela tuvo tres hijos: Esperanza, Adela y Andrés. La segunda, mi abuela, murió primero, cuando su única hija, mi mamá, solo tenía siete años. Andrés murió de viejo, casado por segunda vez con la misma mujer, mi tía Graciela, y sin hijos. Esperanza los sobrevivió a los dos. Estuvo casada con mi tío Leonardo y tuvo dos hijos: Lepi y Leni, mis tíos segundos. Ambos se casaron con extranjeras: Lepi, con Nancy, de Estados Unidos, y Leni, con Mausy, de Alemania. Parece que yo conocí a Mausy de muy niña cuando vino a México recién casada; ella contaba que yo muy cariñosa la llamaba "tía Mausy". Yo no me acuerdo. Solo sé que no la volví a ver hasta muchos años después, en los días posteriores a la muerte de mi mamá, hace siete años.

Me encontré con mi tío Leni en el funeral en la Ciudad de México y restablecimos el contacto. Ellos también vivían en Cuernavaca y nunca habían tenido hijos. La identificación conmigo fue inmediata. Éramos los "raros" de la familia, los mal entendidos, los que hablábamos de secretos que los demás preferían callar. Y entonces nos adoptaron a mí y a mi hijo, al que llamaban de cariño "sobrinieto". Fuimos felices durante algunos meses.

En ese periodo, para mi cumpleaños número 42, Mausy me regaló un anillo. (Como lo describió Cecilia: un aro delgado de oro, con una luna en cuarto menguante o creciente —según se mire— incrustada con brillantes y al lado, una piedra —una perla, diría yo—.) Me sorprendí, sobre todo porque me parecía recordar que mi mamá tenía uno igual. Mausy me contó que mi tía Esperanza, su suegra, tuvo unos aretes y decidió mandar hacer dos anillos iguales con ellos: uno para Marta, su sobrina (mi mamá) y otro, para su nuera. (Ni idea por qué la otra nuera no fue tomada en cuenta.) Muerta mi mamá y rencontradas Mausy y yo, mi tía optó por regalarme su propio anillo en un intento por compensar el desenlace de mi relación con mi madre. Marta, después de muerto su marido, Román, mi papá, volvió a hacer su testamento para dejarle todas sus posesiones a su hijo, Román, mi hermano. A mí no me mencionaba. Era como si hubiera yo muerto. Como Mausy sabía que el anillo pareja del suyo jamás llegaría a mis manos, me dio el suyo, sellando de paso su relación conmigo, la cual tampoco habría de tener un final feliz, pero eso ya es harina de otro costal.

Así que el anillo simboliza la naturaleza de mi relación con mi mamá —tensa, distante e inexistente durante los últimos años— y el intento de una tercera persona por reparar el daño, los malentendidos, la carencia de amor. Quizá si la muerte no hubiera sorprendido a mi mamá tan de repente, ella misma me habría dado su anillo. Me parece recordar que siempre lo usaba junto con otro que había pertenecido a mi abuela Adela.

foto tomada por Santiago

miércoles, 23 de noviembre de 2011

Sobre el cielo más oscuro
Justo antes del amanecer
La luna nueva
Es la base
De una cesta negra
Y su contorno brillante
Es el asa larga y redonda

domingo, 20 de noviembre de 2011

Mirada

3. f. Modo de mirar, expresión de los ojos.

De tus ojos entrecerrados se intuye un hilo expresivo que alcanza los míos. Tu sonrisa es suave y denota ternura. Entre tus manos sostienes mi cabeza. Estoy recién nacida y aún no puedo fijar la vista. Mi boca y mi ceño están levemente fruncidos. Debe ser la impresión de haber llegado al mundo otra vez. Cinco meses después y con varios gramos más, me sostienes en tu regazo y me sigues mirando con amor. Tu sonrisa es ahora más abierta, más confiada. Yo fijo mi mirada en la tuya y te sonrío de regreso. Tu mano derecha descansa sobre mi pierna izquierda. Siempre me gustaron tus manos.

*

Durante años, quizá siempre, he vivido con la duda de si me querías o no. Hoy, a siete años de tu muerte, rescato de un cajón este par de fotografías y las vuelvo a mirar. Las comparto. Reconozco las miradas y las sonrisas. Me duelen. Me alivian.

*

He pasado gran parte de mi vida buscando esa mirada en otras mujeres: maestras, mamás de amigas, amigas tuyas y amigas mías. Me he encontrado con ojos amorosos y también me he confundido en la búsqueda, deseando encontrarte de nuevo, deseando cruzar esas miradas como hace casi 50 años.

*

Hoy, quizá, pueda soltar ese anhelo, aprender a mirar y ser mirada sin expectativas, sin ataduras, sin decepciones.

viernes, 18 de noviembre de 2011

too much

Again a restless night. Again a frightening dawn. Again a feeling of certainty. Again the combination with old despair and newly born sadness.

I dreamt about you last night. Place and time were blurry but somehow we managed to find each other's eyes again. We managed to acknowledge something was not going well between us. We managed to talk about it or at least to begin talking about it.

I woke up. You were gone. I was left with the sense that maybe the trouble was not that my heart was not enough. Now it seems to me that I might have been, that I still am too much. Too much intensity, too much neediness, too much love.

Too much was my mother's feeling when we played the baby swallow game. I would have stayed forever cuddled in her arms; she could hardly wait for the cuddling to be over. I felt like begging; I didn't dare to. Triggering rejection was far too risky.

She's been dead for seven years now. I'm not. You're not. But I feel as helpless to reach out, to be reached out to, as if we were.

Too much, too much, too much, my mother's voice hammers inside my head.
A migraine pill at 5 am. A glass of wine at half past 3.

Maybe it's just a matter of mourning and letting go...

jueves, 17 de noviembre de 2011

lunes, 14 de noviembre de 2011

Invitada: Arundhati Roy

It is after all so easy to shatter a story. To break a chain of thought. To ruin a fragment of a dream being carried around carefully like a piece of porcelain.

From The God of Small Things

domingo, 13 de noviembre de 2011

Olvido

Hoy he perdido la capacidad de imaginarte. Hoy no usaría, aun teniéndolos, aquellos canutos del primo de Nuruniar que tanto deseé de niña. Hoy me niego a ser tu cómplice. Hoy me rehúso a intentar sentirte. Hoy estás tan lejos que no me acuerdo ni de tu nombre.

Copa de oro


recuerdo de la casa de mi abuela Rosa

sábado, 12 de noviembre de 2011

Perdida en la bruma

para Tony, que la adivinó sin conocerla, que hubiera querido estar con ella ahí

Marta sin h está parada al lado del camino.

Sus piernas están ligeramente separadas y el peso de su cuerpo está cargado hacia la derecha. Las manos se esconden atrás, al final de su espalda. Su pecho está metido y sus senos se distinguen
apenas debajo de la blusa blanca. El vientre aparece algo abultado y detrás de sus hombros se vislumbra esa tendencia a jorobarse que se acentuaría con el paso de los años, como si el mundo se le hubiera ido quedando encima. Lleva unos aretes de oro y alrededor del cuello, tres hilos de collares, quizá del mismo material. El pelo, ondulado, le enmarca el rostro y llega casi hasta los hombros. Sobre su frente el cabello le dibuja un triángulo pequeño. Está en un lugar alto, aunque, a pesar de la falta de sol, no debe hacer demasiado frío porque no lleva suéter.

Sonríe, es cierto, pero en sus labios se esconde un dejo de tristeza, de ausencia.

El resto de la fotografía está ocupada por la tierra del camino y la niebla, que se cierne desde el fondo, va cubriendo los árboles y amenaza con tragarse a Marta sin h. Así recuerdo a mi madre muchas veces: con ese peinado y ese ser casi invisible, como si llevara
siempre junto a ella una bruma, dolorosa, constante.

Entonces tenía 41 años.

Mil cumbres, Michoacán, 1975 - reza el reverso de la fotografía,
con esa característica letra manuscrita suya que yo amaba de niña.

viernes, 11 de noviembre de 2011

Lluvia de noviembre
Suave
Casi dulce
Breve
Te llevas
Restos de cenizas
Y penas
De los muertos
Recientes
A quienes
aún
No hemos
Terminado de
Llorar

jueves, 10 de noviembre de 2011

miércoles, 9 de noviembre de 2011

Tiempo de castañas

La abuela tiene ya esa mirada que se le pone cuando llega el frío. Los ojos se le achican y se cubren de una delgadísima película de lágrimas que pocas veces se aventura fuera de ellos. La voz se le enronquece y se muda al pueblo que abandonó hace décadas, después de la guerra, siguiendo a su marido al exilio. Nunca habla de ese momento que le transformó la vida. Prefiere darle marcha atrás al tren de sus recuerdos y volver al Avilés de su juventud. Me confunde con alguna de sus hijas y comparte sus memorias. Yo me imagino lo que ella vivió y la acompaño lo mejor que puedo.

Era un día brillante. Había niebla y viento. Las hojas secas danzaban en al aire, sobre el piso, entre mis piernas. Las ramas de los árboles se habían quedado desnudas y todos íbamos de abrigo y tapándonos la cabeza. Yo me había escapado de la casa de mi padre. La luz del sol, suave pero insistente, me tomó del brazo y me guió hasta el sitio donde habíamos concertado el encuentro. Tres hombres caminaban por ahí. Un cuarto se había sentado en una banca. Mi corazón estaba acelerado y tenía las manos heladas.

La abuela me atrapa por completo en su relato. No me atrevo a preguntarle nada por miedo a que pierda el hilo. Intento que ni
la respiración se me note. Sus ojos han recobrado el brillo que solo el aire de Asturias les devuelve.

Pero nunca llegó, hija, nunca llegó. Me quedé esperando una eternidad, hasta que casi no podía moverme por el frío. Tampoco podía llorar, ni hablar, ni suspirar. Me preguntaba en silencio cómo inhalar la siguiente bocanada de aire. De pronto sentí una presencia a mi lado. (Había cerrado los ojos en un intento por hacerlo aparecer.) Cuando los abrí, me encontré con el hombre de las castañas que me ofrecía su mercancía, con la mirada, sin hablar. Las tomé y le agradecí en silencio. No tenía palabras. Las sombras de los árboles me recordaron que mi padre me estaría buscando desesperado. Me fui.

La abuela corta su relato y vuelve al presente. No tiene caso hacerle ninguna pregunta. Lo he intentado en otras ocasiones y no he hallado respuesta. Me conformo con el sabor imaginado de esas castañas consuelo y con la luz mortecina del final del día en su sonrisa.

para Javier, que compartió la foto e ideó el título

viernes, 4 de noviembre de 2011

Complicidad

"Que manifiesta o siente solidaridad o camaradería", así la define la RAE. (Mejor ni mencionar lo que encontré a propósito de "solidario"; sin embargo, sí me topé con una definición simpática de "camarada": "Persona que anda en compañía con otras, tratándose con amistad y confianza.")

Complicidad para mí es esa mirada tuya que se encuentra con una mirada mía y, sin necesidad de palabras, nos conecta de lleno. Para mí es eso que tú a veces llamas "telepatía", o sea, una coincidencia de pensamientos o sensaciones, esa suerte de magia surgida de la amistad. Para mí, hoy, es un espacio para el cual he perdido la llave.

Me siento triste, pero -como todo lo demás, señalan siempre mis maestros- es pasajero...

Fragmentos de identidad

Y ya son parte de mí también el lipstick de Toni, el rebozo de Frida, el Louvre de Eva y el hermano de Isabelle; el suéter anaranjado de Cecilia, la bolsa que le dio a Clara su nieta, los ojos de Linda y el cuaderno y pluma de Graciela; el calendario de Anita, la cartera de Gina y el saco chino de Irene.

Para las intrépidas mujeres que participaron en el primer módulo del grupo "Reflexiones de mujeres"
¡Gracias a todas!

miércoles, 2 de noviembre de 2011