domingo, 30 de agosto de 2015

Invitado: Chogyam Trungpa Rinpoché


La ausencia de miedo* no es como un tigre salvaje o un oso pardo que está encerrado en una cueva y gruñe cada vez que abres la puerta. La ausencia de miedo es poderosa, pero también contiene gentileza, y soledad y tristeza constantes. La sabiduría y la consideración por los otros también son parte de la ausencia de miedo. Cuando más has trascendido el miedo, estás más disponible y eres más bondadoso con los demás, más considerado, y te conmueves más por ellos. 

Cleopatra
 Original en inglés y fuente, aquí.
Traducción al español e imagen, mías.

Reflexión sobre la traducción del término inglés fearlessness. Aunque este sustantivo podría traducirse al español como intrepidez, osadía, audaciaatrevimiento, en mi opinión todos estos términos tienen una connotación que, más que aclarar el término, desvía la atención del meollo de la cuestión al hacer énfasis en el valor o el coraje e incluso la falta de reflexión frente al riesgo, que aparecen todos en presencia del miedo, mientras que, según mi entendimiento y experiencia de la práctica de meditación budista, el caso es trascender el miedo. Es por ello que he optado por esta traducción. (Y quedo abierta al diálogo...)

viernes, 28 de agosto de 2015

un momento solo


efímero, ra.
(Del gr. ἐφήμερος, de un día).
1. adj. Pasajero, de corta duración.
2. adj. Que tiene la duración de un solo día.
3. (Por la brevedad de vida de este insecto). f. cachipolla.





Irresistible la definición de:

cachipolla.
1. f. Insecto de unos dos centímetros de largo, de color ceniciento, con manchas oscuras en las alas y tres cerdas en la parte posterior del cuerpo. Habita en las orillas del agua y apenas vive un día.


Aunque esta ya no aparecerá en la vigésima tercera edición del DRAE en la entrada para "efímero", la última oración, así como la razón para haberla incluido, me parecen un poema. Nuestra existencia misma es como habitar en las orillas del agua o del viento, de los sueños, del llanto o de la risa y apenas vivir un día.

Y aunque lo efímero pueda asustarnos, tener conciencia de ello nos ofrece también la posibilidad de liberarnos, momento a momento. A los fotógrafos les regala la enorme suerte, a veces, de estar en el lugar y el momento justos para atrapar lo fugaz en una imagen, como me sucedió con la margarita y la telaraña, capturadas hace unos días en Chimal, hoy desaparecidas de seguro...


jueves, 27 de agosto de 2015

el último (adiós)...


2. adj. Que en una serie o sucesión de cosas está o se considera en el lugar postrero. 
4. adj. Final, definitivo.

y me voy
sin regreso
sin más despedidas (ya fueron demasiadas)
sin rencor (con muy poco o no tan poco)
sin otro aniversario más (ya fueron demasiados)
con las trizas que quedan aún por encontrar su sitio
algún día 

renuncio (otra vez) a tu voz
renuncio (otra vez) al tacto de tu piel
renuncio (otra vez — la última) a mi reflejo en tu mirada

y me voy
no como hace un año
no en carroza fúnebre
no con lágrimas y sueños

hoy
sola con mi soledad
viva con mi soledad
sola

y me voy
sola
viva
en añicos
por recomenzar

con la certeza de lo que nunca fue

me voy
me busco
me encuentro
y me quedo
sola con mi soledad

En La Alameda hace un año

martes, 25 de agosto de 2015

Invitado: Karmapa 17


Damos por sentado que la felicidad tiene que surgir a través de un gran esfuerzo. Y como no valoramos lo que sí tenemos, pensamos que necesitamos obtener algo nuevo. De hecho, ya tenemos felicidad verdadera, pero no vemos lo que vale la pena. Estoy completamente seguro de que no necesitamos adquirir algo nuevo. La felicidad es reconocer lo que ya tenemos. 


hace un año en algún lugar de la colonia roma

Original en inglés y fuente, aquí.
Traducción al español e imagen, mías.

sábado, 22 de agosto de 2015

Autorretrato en Loreto



Sí, hace un año caminaba por las calles de Loreto en Baja California. Era el último día antes del regreso a Cuernavaca. Iba acompañada. Dialogaba. Parecía. Pero, quizá intuitivamente, sabía que el diálogo se iría convirtiendo poco a poco en monólogo. De encuentro en soledad. Conmigo misma. Quizá un autorretrato sea eso: una conversación con uno mismo, con partes de uno mismo, con sombras o reflejos de lo que somos, donde de pronto aparecen jarrones enormes del tamaño de una puerta o ventanas sarape que nos devuelven una silueta junto a un letrero junto a una palmera sobre un barandal con el mar de fondo. Y esa silueta —con sombrero y dos manos que sostienen la cámara y una cara triste imperceptible en el cristal espejo— inicia, sin saberlo aún, el largo camino de vuelta a sí misma.

jueves, 20 de agosto de 2015

Mar de Cortés (versión última)



Hace un año, era la vida; hoy es literatura. ¿Dónde está esa línea sutil que distingue una de otra, si es que la hay? Me pregunto.

Hace un año, navegaba en el Mar de Cortés. Hoy celebro la publicación de mi "Mar de Cortés", en una antología editada en Madrid el pasado junio.


Ajuste de cuentas. Exorcismo. La vida misma desde otra perspectiva. Necesidad urgente. Todo eso y mucho más (y quizá mucho menos) es la literatura. Puede serlo.

Aquí en el blog, fueron apareciendo las versiones sucesivas del relato. Descubrí el placer de la reescritura, de la creación continuada como continuado es el viaje de la vida misma. Como las estelas en el mar.



Hoy, pues, esa versión final de "Mar de Cortés", como quedó publicada, cerrando de alguna manera un capítulo de la vida real, dando paso a que se abran otros nuevos:



 Mar de Cortés

Toda valentía es una forma de constancia. Es siempre a sí mismo a quien un cobarde abandona primero. Después de esto, vienen todas las demás traiciones.
Cormac McCarthy

Fernando nunca se imaginó que haría un viaje más, esta vez hasta el norte de México. Menos aún que se atrevería a dejar sus ataduras al otro extremo del Atlántico. Tomó el avión el día del primer aniversario luctuoso de su madre. Su hermana Helena insistió en acompañarlo al aeropuerto. Él se negó; temía que la presencia de ella lo hiciera flaquear. Hoy está en la Baja California. Tras una existencia aguantando la respiración y con la cabeza sumergida, se arriesga a tomar una bocanada de aire fresco —él que ni en sus fantasías más extravagantes lograba alejarse del piso de sus padres, donde ha vegetado perpetuamente—. Llegó a soñar con Valladolid media docena de veces y con Lanzarote cuando se puso más intrépido. Ahora va navegando por el Mar de Cortés mientras los delfines saltan junto a él, casi al alcance de su mano, y los lobos marinos duermen echados al sol a escasos metros del lente de su cámara. Y Andrea, su primer amor, su único amor, va a su lado en la lancha, más de treinta años después de su último encuentro.
Andrea es hija de Rodrigo, el primo hermano de su madre refugiado en México al término de la Guerra Civil. Sí, es su prima segunda. Tiene nueve años menos que él y comparten un apellido. Dos viajes de ella a España —a sus diecisiete y luego a sus veinte años—, seis meses de cartas que cruzaron el Atlántico cada quince días, un viaje de Fernando a México animado por esa correspondencia, una desconexión casi total durante tres décadas y un encuentro cibernético hace unos meses fueron suficientes para que Fernando le confesara que seguía enamorado de ella. A sus cincuenta años y pico, esa constancia resucitó en Andrea la ilusión. Los impedimentos se sienten más sorteables que ayer. Ella ha dado rienda suelta a los sentimientos que él guardó junto a sus cartas en una caja de madera. Hoy ambos parecen haber hecho la misma apuesta.
“Si me llego a caer por la borda de la panga, me ahogo seguro”, piensa Fernando al darse cuenta de que la embarcación sobre la que se montó con dificultad no lleva flotadores. Se le acelera el pulso y le sudan las manos. Jamás se había aventurado más allá de tierra firme. Los viajes en golondrina en el puerto de Barcelona, donde ha vivido desde que era un crío, no cuentan. Hoy Fernando se siente libre. Andrea lo toma entero, con todo y los cien kilos que ha ido acumulando a lo largo de sus sesenta años de vida. El lanchero casi tuvo que cargarlo para ayudarle a embarcar. Ella no se apartó ni un instante de su lado.
Durante el recorrido en la lancha, van mirando en la misma dirección. Ella también se percató de la ausencia de salvavidas. Ni uno ni otra son grandes nadadores. Ella tomó clases de niña y se defiende. Él no aprendió. Puede flotar haciendo el muertito, no mucho más. Mejor no pensar, ni en eso ni en el inminente retorno de Fernando a Barcelona. En este momento están juntos. Andrea estira su mano para rozar la de él. A veces lo logra. Otras, solo alcanza a sonreírle. Cuando aparecen los delfines y empiezan a jugar cerca de la barca, ella se instala en la proa, sentada sobre sus piernas cruzadas, y asoma de tanto en tanto la cabeza. Fernando le hace varios retratos. Le encanta el contraste entre su bañador rosa y la blusa roja, medio transparente y con visos plateados, que se puso encima. “¡Qué guapa estás!”, piensa pero no se lo dice. La presencia del lanchero lo intimida un poco. Los repetidos disparos de la cámara de su amante le hacen saber a Andrea que está guapa. “Te amo”, le dice él sin emitir sonido, moviendo solo los labios. “No te vayas”, contesta ella de igual modo mientras respira profundo para detener la tristeza que amenaza con nublarle los ojos. Él sigue fotografiando animales exóticos.
Al cabo de unos cuarenta minutos llegan a la Isla Coronado, excursión turística obligada para quienes visitan la zona. Desembarcan en una ribera desierta, custodiada por una tropa de pelícanos que aguardan, formados en la orilla, la llegada de las lanchas y las sobras de pescado. No es temporada alta. Hace un calor infernal, más de cuarenta grados, y hay pocos visitantes. A Fernando le gustaría quedarse unas horas a solas con Andrea. Poseerla, como anoche y antenoche, pero sin freno. Nunca imaginó que pisaría el paraíso de esa mano anhelada durante tres décadas. Quisiera prolongar la dicha, más ahora, a unos cuantos días de su vuelta a casa.
—¿Nos bañamos? —lo invita Andrea —Aquí no está hondo.
Él le toma la mano sin decir nada. Juntos caminan por la arena blanquísima hacia el agua turquesa que les permite andar un buen trecho sin cubrirlos.
—¿Sabes?
—Dime.
—Es la primera vez que soy feliz en el mar —declara Fernando.
—Me alegro —le dice ella, mientras le acaricia la barba.
De pronto, se sumerge para sorprenderlo. Él la busca un poco desconcertado. A ver qué se le ocurre. Parece una chiquilla. Ella vuelve a la superficie y en el camino le roza el sexo con su cuerpo. A él se le corta el aliento, mas le sigue la corriente. “Debo de estar enloqueciendo”, piensa al tiempo que atrae a esa mujer que ya considera suya hacia él. La abraza por detrás y con las manos busca sus pezones. Se los aprieta. Ella se escabulle de nuevo. Él quiere ir tras ella. No se atreve. Podría perder el piso y ahogarse. Y Helena le pidió que se cuidara.
—¿Ya no juegas? —le pregunta Andrea traviesa.
—Ya es hora de volver —contesta él encaminándose hacia la orilla.
Se muere de ganas de penetrarla ahí mismo, pero recuerda que no hay salvavidas. Helena se horrorizaría si pudiera verlo.
—¿Nos vamos? —dice Fernando.
Ella le responde salpicándole la cara.
El camino a Loreto, el pueblo donde se hospedan, lo hacen de espaldas el uno al otro. Fernando va en la proa, anticipando su destino. Andrea se pierde en la estela que la lancha va dejando tras de sí. Ojalá no desapareciera tan rápido. Él se distrae haciendo más fotos. Ella esconde la zozobra bajo el sombrero que la guarda del sol. Sus manos no se tocan. Llegando al hotel, se meten a la piscina (“alberca” la llama ella) y se acarician bajo el agua nuevamente. Un colibrí se acerca buscando el néctar de las flores que cuelgan de la barda. Fernando lo mira embelesado. Es la primera vez que ve uno. Andrea no se lo puede creer. No sabe que es un ave americana, inexistente en Europa.
—¿Sabes? —pregunta ella.
—Dime —dice él.
—Según los antiguos aztecas, los colibrís son los guerreros muertos en combate que regresan a alimentarse de las flores, en espera de la siguiente batalla.
Él la mira. Ella le sostiene la mirada, mientras se impulsa hacia arriba, golpeando con los pies el fondo de la piscina para agarrarse de sus hombros y abrazarle el torso con las piernas. Alcanza su boca y abre la suya, ofreciéndose como él siempre soñó que lo haría. Él trastabilla un instante y ella lo sostiene. Él la recibe toda y entrelaza su lengua con la de ella.
—Quédate —le pide Andrea, dejando su aliento mezclado con la saliva de él.
Fernando clava sus ojos en los de ella. Si tan solo pudiera vivir en esa mirada. Se queda de piedra. Cómo decirle que Helena lo está esperando y que no puede dejarla sola. Andrea intenta urdir algún argumento convincente, pero solo acierta a hacerle una caricia suave, la última, en la barba. Él no se la devuelve. Un suspiro, largo y entrecortado, se le escapa a ella de entre los labios, al tiempo que se desprende del cuerpo de ese hombre que llegó a considerar suyo.
Unos días más tarde, Fernando está entrando de vuelta a su apartamento en el ensanche barcelonés.
—¡Bienvenido a casa! —exclama Helena mientras lo conduce a la mesa donde ha dispuesto un pequeño banquete para recibirlo.
Fernando mira a su hermana. No atina ni a agradecerle el gesto. Ella se apresura a encender el televisor.
—Siéntate que abro una botella de cava para que brindemos. ¿Te apetece?
Con su silencio, él accede a la celebración. En la tele repiten un documental sobre buzos y belugas. Sentado en el comedor de casa, a Fernando no le inquieta la falta de flotadores.

miércoles, 19 de agosto de 2015

llueve luego escampa



entonces llovía
ella nos dio su bendición
como si hubiera algo que bendecir
yo creí
tú reculaste
entonces llovía 




hoy llueve otra vez
no hay bendiciones
no hay creencias
solo lluvia
solo hoy
solo yo





entonces llovía
hoy vuelve a llover
escampará pronto

domingo, 16 de agosto de 2015

De huecos y cumpleaños


cumpleaños.
1. m. Aniversario del nacimiento de una persona.

Hoy mi papá cumpliría 81 años. (Felicidades, pa, donde quiera que estés.)

Hoy hace un año celebraba un encuentro, con el cumpleaños 80 de mi papá de fondo, comiendo chiles en nogada en casa de una amiga, rodeada de amigas, y de alguien que hoy ya no está, que se fue dejando un hueco más tras de sí.



hueco, ca.
(Der. del lat. occāre, ahuecar la tierra rastrillándola).
8. m. Espacio vacío en el interior de algo.
9. m. Intervalo de tiempo o lugar.


Ayer platiqué con mi amiga Evelyn y hablábamos de los huecos que la vida nos va dejando desde que nacemos, en especial aquellos de nuestros primeros años. De cómo hemos intentado irlos llenando de mil maneras. De cómo hoy podemos empezar a ver que no se trata de llenarlos, sino de aprender a vivir con ellos y hasta lucirlos como adornos. 



Los huecos es por donde se cuela la luz, como diría Leonard Cohen, o la risa, como diría mi amiga Berna. Los huecos son buenas noticias. Son posibilidad de cambio. Son espacio. Por los huecos se cuela la vida si dejamos de intentar ocuparlos con algo, con lo que sea. Por los huecos nos aireamos y nos renovamos. Por los huecos se desmoronan el yo, la arrogancia, el miedo. Y por los huecos se van las tristezas, fluyen los duelos y nos conectamos con lo que nos rodea.

Por los huecos...




...se cuelan unas palabras de Thich Nhat Hanh:

Soltar nos da libertad y la libertad es la única condición para la felicidad. Si, en nuestro corazón, aún nos aferramos a algo —enojo, ansiedad o posesiones—, no podemos ser libres.

Original en inglés y fuente, aquí.
Traducción al español, mía.

Fotos mías, tomadas el 17 de agosto de 2014 en Tepoztlán.

jueves, 13 de agosto de 2015

descalabro 2


                                                  se fue y volvió
entre silencios y precipicios el tren

lo abordamos  tú 
te bajaste

hoy vuelvo a decirte adiós, con una mano 
con la otra, me cubro el corazón

acunando el dolor de lo irremediable

hoy no hay ángeles pandilleros
que me hagan guiños desde sus harleys

me escondo esperando un instante
                                                  que nadie sepa
                                                                dónde estoy


miércoles, 12 de agosto de 2015

Aniversario feliz


Foto de Adrián Bellon

Hace 19 años aún no tenía cámara digital y usábamos todavía mi vieja Kodak Retinette. Hoy no tengo escáner, pero sí mi Casio rosa y así capturé este momento de hace casi 19 años, unos pocos meses después de tu nacimiento. Hoy celebro, otra vez, tu llegada. Hoy, por primera vez, celebramos separados (por el Atlántico) pero juntos, como siempre, en el corazón. Y eso me alegra. Mucho. Y me alegra que crezcas, que te aventures en el mundo por ti mismo, que me cuentes esas aventuras. Que conozcas gente nueva, lugares nuevos y que, en ese proceso, te vayas conociendo, reconociendo y reinventándote a ti mismo. Porque mientras lo haces me ofreces también un espejo nuevo donde yo me vuelvo a mirar y me conozco, me reconozco y me reinvento.


¡Te amo, changuito!


Y te dejo de regalo de cumple estas palabras del Karmapa 17 que seguro te resultarán inspiradoras:

Todos nosotros tenemos nuestro propio camino en la vida y mientras avanzamos sobre él, nos encontraremos con varios tipos de problemas y sufrimiento. No importa cuántas dificultades surjan, debemos volver la mirada hacia lo que hemos logrado y tener en mente el camino sobre el que queremos seguir. Esto nos ayudará a permanecer estables. No importa cuánto tengamos que soportar, debemos desarrollar tolerancia para poder avanzar a lo largo del camino. Hasta que hayamos llegado al final de nuestra senda y hayamos alcanzado todas nuestras metas, no debemos prestar atención ni al sufrimiento ni al gozo; de otro modo, la meta que buscamos nunca estará a nuestro alcance.



Original en inglés y fuente, aquí.
Traducción al español, mía.

martes, 11 de agosto de 2015

trizas/añicos/polvo

O de la propia recomposición a través de los selfies


triza1.
(De trizar).


1. f. Pedazo pequeño o partícula dividida de un cuerpo.
hacerse ~algo.
1. loc. verb. Destruirse completamente.
hacer ~s.
1. loc. verb. Destruir completamente, hacer pedazos menudos algo.
2. loc. verb. Herir o lastimar gravemente a una persona o a un animal.

añicos.

(Der. del celta *ann-cf. gall. anaco 'pedazo de pan').

1. m. pl. Pedazos o piezas pequeñas en que se divide algo al romperse.
hacer ~ a alguien.
1. loc. verb. coloq. Causarle gran fatiga, física o moral. La noticia me hizo añicos.



polvo.

(Del lat. pulvuspor pulvis).
1. m. Parte más menuda y deshecha de la tierra muy seca, que con cualquier movimiento se levanta en el aire.
hacer a alguien ~.
1. loc. verb. coloq. Aniquilarle, vencerle en una contienda.
2. loc. verb. coloq. Dejarle muy cansado o abatido.
3. loc. verb. coloq. Causarle un gran contratiempo o trastorno





Bueno, supongo que estas bonitas definiciones dan una idea aproximada de aquello a que me refiero (sin intención de ponerme [demasiado] dramática). Pues sí, yo que hace un año creía que era tan de una pieza y resulta que no, que era tan susceptible de desmoronarme, de desplomarme, como todos y como todo. (Lo que el amor nos hace creer...)


Ya del todo desmoronada, no me ha quedado más que emprender la labor de recomponerme (sí, ya sé, para volver a desmoronarme día a día...). Hacerme selfies nuevos (tan vilipendiados por algunos, cuando se trata solo de los viejos y queridos autorretratos de siempre con una tecnología nueva) y volver a los que me hice es una manera de intentar reconocerme de nuevo.


Está clarísimo que no soy la que era, ni la de ayer y muchísimo menos la de hace un año. Y también está claro que no sé quién soy hoy. Y quizá justamente ahí esté la posibilidad de la liberación, la respuesta al anhelo de soltar, la cristalización de la aspiración de renunciar. Ayer volví a descubrir que pelearme con lo que siento, que rechazar la nostalgia, los recuerdos y el dolor solo los alimenta (como la leña al fuego) y que, al contrario, dejarlos correr (como un río en su cauce) va abriéndole espacio a la calma. 


Como diría Shunryu Suzuki (en traducción al español de mi amiga Berna):

«La única forma de soportar el dolor es dejar que sea doloroso.»


Para cerrar, pues, un pedazo de mí de hace apenas unos cuantos días: