jueves, 14 de marzo de 2024

Invitada: Ursula K. Leguin


Sócrates dijo: "El mal uso del lenguaje induce el mal en el alma". No estaba hablando de gramática. Hacer mal uso del lenguaje es usarlo en la forma en que lo hacen los políticos y los pulbicistas, con afán de lucro, sin asumir la responsabilidad de lo que significan las palabras. El lenguaje usado como medio para obtener poder o hacer dinero se equivoca: miente. El lenguaje usado como un fin en sí mismo, para cantar un poema o contar una historia, acierta, va hacia la verdad. Un escritor es una persona a quien le importa lo que las palabras significan, lo que dicen, cómo lo dicen. Los escritores saben que las palabras son su camino hacia la verdad y la libertad, y entonces las usan con cuidado, con atención, con miedo, con deleite. Usando las palabras bien, fortalecen sus almas. Los cuentacuentos y los poetas pasan su vida aprendiendo ese arte y  habilidad de usar bien las palabras. Y sus palabras hacen las almas de sus lectores más fuertes, más brillantes, más profundas. 


luna creciente con compañía morada










Original en inglés,   aquí.  Traducción al español e imagen, mías.


miércoles, 13 de marzo de 2024

Proverbio zen


Salgo a caminar, después de unos días raros.
La jacarandas también están raras. Tardías. Lentas.
O quizá sean solo mis proyecciones y mis deseos de verlas todas moradas.

Me encuentro una de las flores barco que ha aterrizado sobre la barda que nos separa de los terrenos del supermercado.
La fotografío.


Subo la foto al feis y escribo una leyenda:

Y en ella, el mundo todo

Mi amiga Eileen la comenta compartiendo un proverbio zen:

You can see the entire universe in a single bloom
O sea,
Puedes ver el universo entero en una sola flor

Yo le agradezco y le digo que no lo conocía.
O, quizás, que no sabía que lo conocía.
Ella me contesta con una carita divertida.

jueves, 7 de marzo de 2024

Khenpo Tsültrim Gyamtso Rinpoché

 

Apertura y espaciosidad


¿Cuál es la verdadera naturaleza de un sueño?
Es solo apertura y espaciosidad.
Lo que necesitamos hacer para liberarnos del sufrimiento
es darnos cuenta de que todas las apariencias son de la misma naturaleza.

Necesitamos darnos cuenta de que nuestro sufrimiento
no proviene de esas apariencias,
sino de que tomamos esas apariencias como reales.

Si nos damos cuenta de esto,
entonces experimentaremos la verdadera naturaleza de todo lo que es,
que es apertura y espaciosidad también.

Cuando primero aprendemos sobre el vacío,
parece que el vacío tiene que ver con los fenómenos externos,
que los fenómenos externos están vacíos de una existencia verdadera.

Pero real y verdaderamente, el vacío verdadero
—la verdadera naturaleza de la realidad— es la verdadera naturaleza de nuestra mente,
la verdadera naturaleza de esta mente muy presente y siempre presente.

Y la verdadera naturaleza de esta mente muy presente es apertura
—espaciosidad—, un completo estar libres de todos los pensamientos,
un completo estar libres de todas las ideas sobre cómo son las cosas o cómo no son.
Apertura, espaciosidad, y relajación.

















Original en inglés, aquí.
Traducción al español e imagen, mías.

miércoles, 6 de marzo de 2024

s i n s e n t i d o


1. m. Cosa absurda y que no tiene explicación.

Sin.:

  • disparatedespropósitonecedadsinrazónbarbaridadatrocidad,
  • absurdo, absurdidad, dislate, incongruencia, incoherencia, burundanga.

Así la vida. También.

La jacaranda del fondo del jardín saca las primeras flores, pero aún tiene hojas y semillas. Se ve triste, pero se llena de pájaros cada mañana y de abejorros en busca de miel.  Quizá la triste seas tú.

Intentas regocijarte por la fortuna de esos otros seres y no lo logras. O muy poco. Pero lo sigues intentando. Le das me gusta o me encanta a sus fotos y videos del otro lado del mundo.

Te preguntas si eres víctima de una herida moral. Y vuelves a toser y a sonarte la nariz non-stop como desde hace dos meses.

Lees sobre el  otherwise y no entiendes nada, pero te lo imaginas.  Agradeces su presencia  en tu vida.

El guardia de confianza, apostado un día sí y un día no en la caseta de entrada al lugar donde vives, se ha ido porque sus úlceras no le permiten levantarse  y sentarse,   te cuenta el otro guardia. Quizás vuelva. Probablemente no.

Has hecho una nueva amiga y eso te hace feliz. Aunque te duele un pelín. ¿O te asusta?

Sigues trabajando para soltar los resentimientos viejos, que te lastiman a ti más que a nadie. Que el dragón te ayude a disiparlos.

Sacas una foto, que parece ilustrar  este absurdo que no tiene explicación.
Te reconcilias con la vida. Un día sí y otro no.





viernes, 1 de marzo de 2024

**** 9 0 *****



¡Feliz cumpleaños al guru de gurus, Khenpo Tsültrim Gyamtso Rinpoché!

Oh guru, que tus tres kayas permanezcan siempre.


jueves, 29 de febrero de 2024

Año bisiesto 2

Creo que todo lo que me viene a la cabeza cuando un año es bisiesto lo dije aquí hace 4 años, cuando estaba viviendo en Madrid y cuando la pandemia estaba a punto de llegar pero aún no lo hacía (o nos nos habíamos dado cuenta).

Hoy el bisiesto me agarra en mi casa de Cuernavaca. Las jacarandas no han empezado a florear, solo algún racimito perdido aquí y allá, casi imperceptibles, y algunas flores moradas en el piso. Hace bastante calor (la que nos espera en abril y mayo pensamos...) y yo sigo batallando con un catarro que va y viene y no se acaba de ir.

Entonces, en el 2020, estaba a punto de cumplir 57 y hoy me acerco peligrosamente a los 61. Muchas cosas parecen iguales y todas han cambiado. Sigue siendo cierto que los años bisiestos los siento como años de mi hijo (y un poco míos) porque él nació en uno (1996), como muchos de sus amigos y como Yare. Son años olímpicos aunque los de Tokyo 2020 se celebraran en el verano del 2021, pero conservaron el nombre. 

Y hoy descubro el porqué del nombre en inglés (leap year / año salto). Si normalmente cualquier fecha dada en el calendario (como un cumpleaños, por ejemplo) cae en el siguiente día de la semana cuando llega el año siguiente al actual (mi cumple en 2022 cayó en martes, mientras que en el 2023 cayó en miércoles), después de un año bisiesto, esa misma fecha se saltará un día: (mi cumpleaños este año caerá en viernes, o sea, se saltó el jueves). También se nota fácilmente en la relación entre febrero y marzo, que en años no bisiestos, tienen sus días en los mismos días de la semana (bueno, hasta el 28 de marzo), mientras que en un año como este, los días de marzo se corren un día de la semana hacia adelante con respecto a febrero.

También recuerdo cómo de chica pensaba que la gente que había nacido un 29 de febrero, solo cumplía años los años bisiestos, aunque en realidad siguiera dando las mismas vueltas al solo que los demás. Pero algo hay, quizás, en que el día "nuestro" por antonomasia solo sea tal cual cada cuatro años. Hoy, por cierto, es el caso para el compositor Gioachino Rossini, nacido el 29 de febrero de 1792, cuya obertura a La urraca ladrona escucho ahora en la radio en el espacio de El Coleccionista.

En fin, qué serie de elaboraciones conceptuales que, en realidad, no apuntan a nada. 

Entonces para cerrar, algo mucho más concreto y asible: un racimo de botones de flores de jacalasúchil prontos a abrir, sobre un cielo azul lleno de vainas rojas, en el jardín de astrás del lugar donde vivo:





lunes, 26 de febrero de 2024

p e r s e v e r a n t e





Los encargados de atender el jardín del condominio donde vivo son más carniceros que jardineros. Parecen estar en guerra con la vida, en especial el mayor de ellos, un hombre con peso de más y siempre bajo un sombrero medio roto y tras un mandil plastificado que lo protege del pasto, supongo. Camina lento, muchas veces abrumado por el peso de sus herramientas, que parecen más armas que utensilios. La peor de ellas, a mi parecer, es el espeluznante soplador de hojas, cuyo escándalo lo oyen hasta los extraterrestres en el espacio, donde el sonido no puede viajar...

Entre los enemigos fundamentales de este señor y sus compañeros de trabajo, se encuentran las plantas que crecen entre las piedras de las bardas o entre los adoquines o el cemento del piso. No las atacan cada semana, pero últimamente con más regularidad que antes. Esta lucha la emprenden con una orilladora que, por suerte, no siempre arranca las plantas de raíz. También es bastante ruidosa y suele venir aparejada con la podadora para el pasto. (Sinfonía infame.)

Mi planta favorita entre las atacadas es una con hojas en forma de corazón y flores que salen en pares. La descubrí hará un par de años paseando por el condominio, en la barda del edificio detrás del mío, y confirmé con mi amigo virtual Xavi que se trata de una Passiflora biflora

Todos los días que camino, la visito, esperando poder verla florear otra vez, pero ya no la han dejado. Cada vez que crece mucho, los carniceros la cortan al ras y ella, persevera, insiste, persiste, y vuelve a nacer, como se ve en la foto que abre esta entrada.

Y yo me empeño en seguirla visitando (y fotografiando), esperando que pueda llegar a sacar flores nuevamente, como las que se ven aquí abajo, tomadas hace más de dos años.
 





martes, 13 de febrero de 2024

Invitado: Dzigar Kongtrul Rinpoché


Otro de los impedimentos más comunes para tsewa [tibetano para calidez, afecto y ternura] es guardar un rencor o un resentimiento. Si alguien te ha ocasionado dolor, es un desafío mantener tu corazón abierto hacia esa persona. Aun peor, un resentimiento en contra de una o de unas cuantas personas puede convertirse en una forma mucho mayor de rencor, tal como un prejuicio hacia un grupo entero de gente o una animosidad hacia toda la raza humana. No es raro que unas cuantas experiencias de sentirse herida bloqueen todo flujo de ternura del corazón inherentemente cálido de una persona...
Para soltar nuestros resentimientos, debemos entender que no estamos atorados con ellos. Tenemos dos opciones. La opción habitual es seguir aferrándonos, seguir privándonos del oxígeno de tsewa. La otra manera es hacer cualquier esfuerzo necesario para soltar y, así, restaurar el flujo naturalmente exubierante de amor hacia nuestro corazón. Podríamos creer que cerrándonos estamos protegiendo nuestro corazón, pero esa es una manera confusa de pensar. Intentar protegernos de ese modo termina siendo lo que más nos lastima. Hay una analogía clásica: si una flecha te lastima, puedes culpar a quien lanzó la flecha de tu herida. Pero si entonces tomas la flecha y la presionas más y más profundamente en la herida, eso es tu propio hacer.


ave medio escondida entre las hojas


Original en inglés y fuente, aquí.
Traducción al español e imagen, mías.

domingo, 11 de febrero de 2024

¡Feliz Losar!




2024
Año del dragón de madera

basado en una pintura hecha por el Sexto Dzogchen Ponlop Rinpoché


¡Que el Año del Dragón de Madera traiga salud, riqueza y felicidad para todos!
¡Feliz Losar 2024!
de la sangha y los maestros de Nalandabodhi


jueves, 1 de febrero de 2024

c.a.l.c.e.t.i.n.e.s..

En este blog hay calcetines por todos lados, bueno, en estas 10 entradas, seguro: calcetines tejidos por mi tía Olga, calcetines de conejitos que me regaló Yare, calcetines morados que no me regaló Evelyn, apego "puesto como calcetín", calcetines mojados por la lluvia, doble calcetín para el frío, calcetines del museo Sorolla que me quedé con ganas de comprar, calcetines maravillosos en el aparador de una tienda en Madrid (quizá en la Calle del Pez) a la que no pude entrar, calcetines disparejos tirados por ahí en días de caos y enfermedad, calcetines para cubrir un módem prendido a escondidas. Hay, además, otras tres (en orden cronológico: 12 y 3, del 6, 19 y 20 de abril del 2020), donde se cuenta la saga del calcetín perdido y recuperado durante mi confinamiento por el coronavirus en Madrid hace ya casi 4 años.

HOy vuelvo a otro par de calcetines que uso en invierno, o sea, cuando hace lo que nosotros llamamos frío. Me los suelo poner sobre otro par más delgado. Están tejidos a mano y pensados para caminar con ellos adentro de la casa, aunque yo en general los uso, además, con unos crocs viejísimos (y criminales, pues tienen la suela desgastadísima).

Los calcetines en cuestión son de colores, aunque su base es turquesa. De hecho, tienen unos hermanos morados (los que Evelyn no me regaló) y unos negros (los que Evelyn le regaló a su hijo). a mí también fue Evelyn quien me regaló estos (ella se quedó los morados y luego se arrepintió un poco). Vienen de la India, aunque ella los compró en uno de sus viajes a ver a su familia en Israel.

Me han acompañado, estos calcetines, durante muchos años ya. Más de 10, seguro. Quizá, incluso, más cercano a los 20. Suelen venir conmigo cuando voy de visita a Chimal a ver a mi comadre. Se fueron conmigo a España y recorrieron el piso de Ana en Madrid y luego el de Joana en Barcelona. No me imagino un invierno sin ellos, aun en Cuernavaca.




Los lavo a mano y, a veces, los tallo un poco en el lavadero. Suelo hacerlo al final de la temporada de frío, para luego ponerlos a buen recaudo (en el cajón de los calcetines y demás ropa interior) hasta el siguiente invierno. Y sí, estos calcetines invariablemente me traen recuerdos de Evelyn y de nuestra amistad. Me recuerdan que la extraño y me recuerdan el cariño que nos tuvimos. Me recuerdan que las cosas cambian, que las relaciones se acaban. Me recuerdan que el cariño deja marcas y el distanciamiento también. Me hacen darme cuenta que el cariño sobrevive, a veces, un poco, más allá de la ausencia, y que los huecos duelen.

Y, hoy, me recuerdan que le deseo a esta amiga que fue que esté bien y feliz y libre de sufrimiento.Aunque ya no estemos juntas, lo estamos un poco cuando me pongo los calcetines que me regaló. Cuando los lavo. Y cuando los guardo.


jueves, 25 de enero de 2024

Historia de las chanclas rojas


Una amiga me contó una historia buenísima que ella protagonizó hace varias décadas. Con su permiso, la cuento yo aquí en mis palabras, intentando conservar el espíritu de ella:

🩴

Hace muchos años, cuando mis hijos eran chicos, teníamos unos amigos (quizás fueran también vecinos) con los que convivíamos en familia e incluso viajábamos: los dos papás, las dos mamás y los niños. Una vez, nos estábamos preparando para irnos todos al mar. La otra mamá y yo comentamos que no teníamos chanclas para la playa y la alberca y que era indispensable comprarnos unas.

De camino a nuestro destino (o quizás ya allá), le pregunté si había conseguido por fin las chanclas. Me dijo que sí, que había conseguido unas rojas monísimas, que le habían encantado. ¿Y tú?, me preguntó. Pues conseguí unas bastante feítas que hasta me da vergüenza ponerme., le respondí.

Cuando salimos rumbo a la arena y el agua, ambas con nuestras chanclas nuevas, cuál no sería nuestra sorpresa cuando vimos que llevábamos puestas las mismas. Yo hasta mal me sentí por lo que había dicho, pero ambas nos reímos.

🩴

¿Qué más prueba de que las cosas no tienen la solidez que solemos adjudicarles? Si las chanclas hubieran tenido una existencia real, no interdependiente y transitoria, ambas amigas (y el resto de los mortales) las habrían percibido del mismo modo.

Así la cosa, pues,  con todo los fenómenos que nos rodean, afuera y adentro, incluidos nuestro propio cuerpo y nuestro pobre "yo" inexistente .

miércoles, 24 de enero de 2024

:c:i:c:a:t:r:i:z:::

Del lat. cicātrix, -īcis.

1. f. Señal que queda en los tejidos orgánicos después de curada una herida o llaga.

Sin.:
  • costurónqueloidechirloseñalcapaduracastradurachajazocallorepulgohachazodescalabradurarodilleraalforza,
  • botana.

2. f. Impresión que queda en el ánimo por algún sentimiento pasado.

Sin.:
  • huellamarcaimpresión.

Este blog está recorrido todo por cicatrices. A veces, explícitamente (en modo reflexivo, como aquí, o en modo más anecdótico, como acá). Otras, en silencio. 

Yo llegué al mundo con la herida de la desconexión, como todos los seres vivíparos, y de ahí brotó mi (nuestra) primera cicatriz: el ombligo. El mío quedó rodeado, además, de una estrella cuando la piel se fue abriendo durante el embarazo. En algún momento llegué a pensar que el niño nacería por ahí.

Mi segunda cicatriz llegó muy pronto tras la primera. Cuando el pediatra decidió cortar los restos del cordón umbilica (en lugar de dejarlos secar y caer naturalmente) para evitarle la incomodidad (¿asco?) a mi mamá, a mi recién nacido ser se le ocurrió encoger la patita y mi muslo interceptó las enormes tijeras que el médico había elegido para la labor. Me hizo una herida, cuya cicatriz tiene forma de ángel o de búmerang. Me ha acompañado desde mi primer día en el planeta y, en alguna época, me ganó el epíteto de "la prima de la cicatriz", como me presentó mi primo Jean Louis a su prometida. (Creo que fue testigo de la cortadura original, lo cual le dejó una cicatriz a él en el ánimo.)

Tengo cicatrices más pequeñas, como una, casi imperceptible, en el labio de abajo, fruto de una caída (hubo muchas) en una fiesta infantil, cuando fui incapaz de brincar sobre el hueco entre una ventana y el jardín. Otra, de origen seguramente similar, adorna una de mis rodillas.

Durante el parto, la ginecóloga decidió que una episiotomía (1. f. Med. Incisión quirúrgica en la vulva que se practica en ciertos partos para facilitar la salida del feto y evitar desgarros en el perineo) ayudaría el proceso. Además de innecesaria (ya había un desgarre resultado de la manita del bebé que venía pegada a su cabeza), fue enorme ("de caballo", la describió la partera maravillosa gracias a la cual sobreviví el trance). Mi perineo está atravesado por la huella que dejó esa herida.

No solo tengo cicatrices en el cuerpo (y en el ánimo, claro), sino que resulta que una de mis pasiones en la vida, la escritura, es, en su origen, también una cicatriz: una marca que dejamos sobre el papel, cuyo nombre tiene una historia más antigua que ella misma. Empezó cuando los humanos empezamos a cortar, separar o rascar elementos de nuestro entorno (actividades comprendidas en la raíz indoeuropea sker-, que derivó en el scar del inglés, por un lado, y, por otro, en el cicatrix, -icis, del latín). Con el nacimiento de la escritura, se derivó otra raíz del propio indoeuropeo: skrïbh-, cuyo significado era "marcar sobre una corteza, rascar, bosquejar" (Aquí puede verse la etimología completa.) 

Podríamos decir, entonces, que nuestro paso por la vida, por el mundo, por el espacio y por el tiempo no es más que ir portando o dejando cicatrices, que dan cuenta de nuestras presencias y de nuestras ausencias.

Como unas figuras transitorias retratadas, casi involuntariamente, al fondo de una fotografía:

santiago y yare a punto de dar  la vuelta
en primer plano, una flor de higuerilla
todo en san vicente chimalhuacán




jueves, 18 de enero de 2024

Invitada: Pema Chödrön


Listos para lo que sea que pueda suceder después

 

Habituarnos un poco cada día a la falta básica de cimiento o sostén de la vida pagará grandes dividendos cuando lleguemos al final. De algún modo, a pesar de su presencia constante en nuestras vidas, aún no estamos acostumbrados al cambio continuo.  La incertidumbre que acompaña cada momento de nuestras vidas sigue siendo una presencia poco familiar. A medida que contemplamos estas enseñanzas y prestamos atención al flujo incesante e impredecible  de nuestra experiencia, podríamos empezar a sentirnos más relajados con las cosas como son. Si podemos traer esta relajación a nuestro lecho de muerte, estaremos listos para lo que sea que pueda suceder después. 


árboles al atardecer


Original en inglés y fuente, aquí. Traducción al español e imagen, mías.


miércoles, 17 de enero de 2024

Empezando de cero


¿Se puede realmente empezar de cero o siempre traemos ya un equipaje de ayer, del año pasado, de la infancia, de otra vida? Me gustaría poder empezar de cero. Algunas relaciones me gustaría poder empezarlas de cero: J, St, L, pero quizás sea más sano simplemente soltarlas, acabar de soltarlas. No se me ocurre qué más podría empezar de cero. Despertar cada mañana es empezar de cero, como si hubiéramos muerto durante la noche y resucitado al salir el sol. Cada día es una oportunidad para volver a intentarlo. Cada momento puedo tomar un camino diferente, empezando de cero. Después de un pleito se puede empezar de cero, como hicimos Santiago y yo después de navidad. Quizás no sea de cero cero, pero por lo menos podemos volver a intentarlo y llegar, como llegamos este año, a un primero de enero tendidos al sol bajo el jacalasúchil que hace más de veinte años plantamos juntos, jugando Uno, que jugábamos cuando era niño, que yo jugué con Emilia cuando esperábamos a Adrián en el Hospital de la Ceguera en Coyoacán en la Ciudad de México. Se acercó un guardia a decirnos que no podíamos jugar cartas, que estaba prohibido, que no podíamos apostar. Yo le enseñé que no eran cartas de verdad, que era un juego para niños, que Emilia tenía 11 años y que estábamos esperando a que su papá saliera de consulta. En ese mismo hospital, haciendo cola unos meses o, quizá, unas semanas antes, Adrián me propuso matrimonio y me dijo que quería tener hijos conmigo. Y yo le dije que sí, que por supuesto que sí, y decidimos casarnos. Y nos casamos a nuestro modo sin casi intervención de mis papás. Mi papá se veía decepcionado. Cómo no si estaba acostumbrado incluso a ordenar la comida que todos comíamos cuando íbamos juntos a un restorán. La primera persona que no se plegó a sus órdenes fue Horacio, mi novio argentino 17 años mayor que yo, que se atrevió, ante mi enorme asombro, a ordenar lo que le apetecía del menú en la Fonda "El Refugio" en la Zona Rosa, sin esperar ni dar pie a que mi papá lo hiciera por él.

lunes, 15 de enero de 2024

La terraza de Jalisco 222 antes 800

terraza
 

De terrazo.

1. f. Sitio abierto de una casa desde el cual se puede explayar la vista.

Sin.:
  • balcónmiradorgaleríalogiacierro.

O sea, la terraza de la casa de mi abuela Rosa en Cuernavaca. A veces la sueño. Casi seguro la soñé apenas, con sus dos sillones enormes con asiento de cuero y marco de madera, apostados contra la pared izquierda. Parecían tronos y fungían como camas para que los perros durmieran en la noche: uno de ellos, Alí, era un weimaraner gris, como los son todos los perros de esa raza; vivía con un bozal de cuero rosa después de que intentó morderme cuando era muy niña y me pusieron a mí en la disyuntiva de que se sacrificara al perro o viviera con bozal. El otro sillón era para el otro can que solía haber en la casa: entre ellos, Gandul, un bóxer color café que murió ciego y sobre el cual, cuentan, me montaban de bebé, o Yali, otro weimaraner, quizá hijo del primero, que le rompió una costilla a mi mamá y no duró mucho tiempo en la casa. En esos sillones la gente no se sentaba o no debía sentarse: estaban demasiado curtidos, llenos de pelo y de grasa perruna, me imagino. Mi hermano y yo a veces nos echábamos ahí a escondidas para perdernos en la inmensidad del cuero que contenía a las bestias de noche.

Al centro de la terraza había una mesa redonda de madera. Era grande y de tono claro. Recuerdo que tenía hoyos que se rellenaban con una pasta para simular el mismo color. Supongo que era algo contra las polillas. Alrededor cabían unas ocho sillas. Quizás más. De madera también, con un respaldo que podría jurar que era móvil, pero quizás, no. Es muy probable que esta mesa estuviera cubierta con un mantel cuando nos sentábamos a su alrededor.

La terraza tenía un frente abierto hacia el jardín y el lugar donde se estacionaban los coches. Todo ese frente estaba recorrido por una canaleta que se llevaba el agua cuando llovía demasiado. Ahí se acumulaba el granizo, cuando llegaba a granizar, y alguna vez mi hermano y yo recogimos las piedras de hielo en cucuruchos de papel que nos dio mi abuela Rosa. Encima les echó jugo de limón y azúcar para simular un raspado. No conservo memoria de cómo sabían.

Al fondo de la terraza había una puerta que daba directamente a la cocina, a través de un pasillo angosto reservado para la gente de confianza o la servidumbre (como decía mi abuela), nunca una visita. A la derecha estaba la puerta principal de entrada a la casa, después de una jardinera larga y angosta llena de plantas de hojas grandes y color verde muy oscuro. Y a la izquierda, en el mismo muro de los tronos de los perros, había otra puerta que daba al cuarto de huéspedes, una habitación independiente, con su propio baño y dos camas, probablemente matrimoniales, que se convertía en mi refugio cuando mi tía Olga pasaba alguna temporada en la casa. Me parece recordar que los azulejos de ese baño eran color salmón intenso y el excusado goteaba

Supongo que habría alguna fuente de iluminación, además de la luz natural, en la terraza, pero no recuerdo. Normalmente la usábamos de día. Para el aperitivo y la botana, antes de pasar al comedor con su mesa larguísima y su otra terraza, donde le quitaban el bozal a Alí para que comiera, pues se cerraba con puertas de vidrio. A la hora de la copa, adonde llegábamos recién bañaditos y arreglados después de haber nadado y tomado el sol, mis papás bebían camparis, mi tía Olga, su cuba y mi abuela Rosa, quizá un tequila de su tierra. A los niños no nos daban alcohol, pero mi papá nos preparaba una bebida con jugos (procesados) de fruta que llamaba Planter's Punch, pero sin el ron. 

Después del desayuno, mi tía Olga se quedaba sentada en la terraza, tejiendo o leyendo. No iba a la alberca: ni se asoleaba ni nadaba. Cuando yo podía, me sentaba junta a ella, escapándome de la rutina de balneario que seguían mis papás y mi hermano, y jugábamos canasta. Lo mejor que me podía pasar en el día.

Durante las vacaciones (verano, semana santa, navidad), nos reuníamos todos (mi papá, mi mamá, mi tía Olga, mi abuela Rosa, mi hermano y yo) después de la comida y de la siesta de los adultos a jugar continental. Mi hermano yo usábamos unos cositos de plástico y hule para sujetar nuestras cartas, sobre todo en las manos con mayor cantidad de naipes. El mío era azul por fuera y verde limón por dentro. No me acuerdo cómo era el de mi hermano. Cuando hablábamos demasiado, mi papá decía que el juego lo había inventado un mudo.

En esa terraza también se sentaba mi "tío" Achim, Joachim von Block, un noble alemán, homosexual, amigo de mi abuelo, cuando iba a visitar a mi abuela una tarde a la semana, como a las 5. Ella le preparaba un güisqui, al que llamaban jaibol, y creo que lo acompañaba bebiéndose ella uno igual. Mi hermano y yo acechábamos la conversación cuidando de que no nos vieran.