Para Javier, por el reencuentro
Hace 30 años la visité por primera vez cuando, en un cine que hoy ha dejado de existir en Barcelona, fui a ver En la ciudad blanca de Alain Tanner.
Un jovencísimo Bruno Ganz (como lo éramos nosotros entonces también), que encarnaba al protagonista de la historia cuyo nombre ni recuerdo ni me apetece guglear, se encontraba con este curioso reloj después de tomar el tranvía de Graça, el 28:
Y sostenía una conversación en francés con la chica que atendía el bar:
- Tu reloj camina al revés.
- No, camina justo. Es el mundo el que camina al revés.
(...)
- Si hiciéramos caminar todos los relojes al revés, el mundo marcharía al derecho.
- Sí.
Quizás.
Javier, mi entonces compañero de cine, dice que hay gente que dice que existe o existió ese reloj. Lo cierto es que tres décadas después (10,950 días) me reencontré con él (con el reloj, con Bruno Ganz y con Javier).
También he recorrido Lisboa de la mano de Saramago y su Ricardo Reis y he estado en el barrio de Alfama con Teresa Salgueiro y Madre Deus. Entonces apenas recordaba que cuando yo era niña mi padre escuchaba los fados de Amália Rodrigues: seguramente se me colaron muy dentro sin que me diera cuenta.
Y aunque yo, como Buñuel, prefiero volver a lugares que ya conozco, Lisboa encabeza la lista de sitios a los que quisiera ir antes de que se acabe esta vida. Quizá sea porque ya la conozco y necesito solo recordarla, como este fin de año he recordado y sanado un antiguo cariño, hoy presente de nuevo.
Y ya nada más por el gusto y como aspiración de encontrarme pronto con la ciudad blanca, un fado en la voz de Mafalda Arnaulth, a quien también me presentó Javier. Como me decía él hace poco: A esos tranvías amarillos que suben calles imposibles en Graça o la Alfama solo les falta llevar música con fados:
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