Y entonces llegó el reto de los libros y a mí me gustan estos juegos. Porque recuerdo, lo propio y lo ajeno. Porque me topo con lo que no conocía. Porque hago red y se conectan personas que ni siquiera sabían que existían.
Una amiga me invitó a compartir 10 y otra 15 libros que me hubieran marcado, influenciado o impactado de alguna manera. Opté por la primera opción, a sabiendas de que muchos, de cualquier modo, se quedarían fuera.
Para los primeros cuatro volví a obras sobre las cuales ya había hablado en este blog (Jane Eyre, El amor en los tiempos del cólera, La Plaza del Diamante y Nada). Y aquí arranco con el quinto.
Aun recuerdo las sensaciones, físicas y mentales, que me provocó la lectura de la clásica distopía de Orwell, hará más de treinta años, en el bachillerato, a finales de los setenta del siglo pasado. Opresión en el pecho. Angustia. Ahogo. Desesperanza. Miedo. Taquicardia. Y admiración por el autor visionario. (Y recuerdo también a mi maestro querido de literatura norteamericana, el inigualable Mr. Hendricks.)
En algún momento, años después, vi la película basada en el libro, pero lo que perduró en mi cabeza fue el libro. Mi hijo lo leyó en la prepa y le impactó. Yo se lo presté a una alumna. Y le impactó (creo). Y a mi comadre también, hace poco. Y le impactó.
Yo tengo la novela en mi buró para releerla. Aún no me he animado...
Así es Orwell. Como Bradbury y su Fahrenheit 451. Como Huxley y su Brave New World. Así es la buena ciencia ficción, que penetra en lo más incómodo y horroroso que tiene nuestro presente.
Y pensar que hoy hay miles de personas que creen que el Gran Hermano, el impactante Big Brother, es (solo) un reality show.
Verdaderamente orwelliano...
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