(alguna vez me aterraba pensar en cómo los elementos
de mi vida aparecían y se disolvían para siempre apenas
empezaba a considerarlos como inmutables)
p.151
Yo leí la primera novela de Carmen Laforet, la que escribió a sus 23 años, la que se ganó la primera edición del Premio Nadal, a instancias de mi padre. (Mucho de mi camino en el universo de la lectura fue a instancias de mi padre y de él heredé inclinaciones y preferencias, como esta escritora o su tocaya, Carmen Martín Gaite.) No recuerdo la edad que tendría yo cuando leí Nada por primera vez. Menos de 23, seguro, y, quizás, ya habría salido de la prepa. De eso no estoy segura. (Aquí volví a ella en el blog hace más de seis años.)
Tampoco me acuerdo si la leí antes de ir a Barcelona por primera vez, a mis 17, o después. Lo más seguro es que para mi segunda visita a la ciudad condal, a mis 20, ya habría yo leído los ires y venires de Andrea en ese mismo sitio, durante los 12 meses de su vida que giraron, o estuvieron anclados, en el piso familiar de la Calle Aribau. Alguien alguna vez me mandó una foto de esa calle, recordándome que ahí había vivido Andrea. Y ese alguien, también, tomó prestado el nombre de la protagonista de Nada para bautizar a una suerte de alter ego mío.
Hacía bastante tiempo que tenía yo la inquietud de volver a leer Nada, de arriesgarme a revivir la experiencia más de 30 años después. Yo recordaba haber leído un ejemplar forrado de tela azul, de la Colección Áncora y Delfín, antes de que Ediciones Destino fuera tragada por alguno de los monstruos editoriales del momento. Cuando mi madre murió y mi hermano me mandó algunos de los libros de su casa, tuve la esperanza de encontrármelo, pero no fue así. El verano pasado, para mi sorpresa, fue mi hijo quien se encontró en la casa otro ejemplar de la novela, en la misma colección pero con pasta negra (quizá era el mismo y a mí la memoria me tiende trampas). Entonces pensé que sería una buena idea que mis alumnos de tercero de secundaria leyeran la novela y, así, yo tendría la ocasión perfecta para volver a ella.
Las chicas y los chicos de la escuela disfrutaron mucho hacer juegos de palabras con el título de la novela y, para mi sorpresa, también disfrutaron la lectura o por lo menos cumplieron con ella y se involucraron. (Mientras yo la releía, reencontrándome con una Barcelona bastante sombría, al tamiz de los ojos de Andrea, y conmigo misma cuando me sentí como Andrea, en busca de la libertad y atrapada en unas redes ajenas, me topé con aquellas escenas tan violentas en el piso de la Calle Aribau y me preocupó que la lectura fuera demasiado fuerte para unos quinceañeros.)
Y entonces llegó el día de la discusión de la novela. Una de las chicas declaró, con gran aplomo, que lo que contaba lo novela no le había gustado tanto como la manera en que estaba contado. (¡Guau! —pensé— Mira cómo se te han convertido en buenas lectoras...) Varios de sus compañeros estuvieron de acuerdo e hicieron comentarios interesantes sobre los ecos de la guerra en el piso de la calle de Aribau y la frustración de Andrea en su búsqueda de la felicidad y la libertad.
Todos estuvimos de acuerdo en que el cierre de su año en Barcelona y su partida hacia Madrid era una gran liberación. (Menos mal...) Y entonces yo les compartí lo que a mí se me había ocurrido al releer Nada: Que el tránsito de Andrea por la capital catalana podía entenderse como una especie de rito de iniciación, tras el cual la protagonista saldría liberada de las ataduras que no podría haber desecho desde afuera sino solamente atravesándolas. Y Madrid se le presentaba, entonces, como la fuente de luminosidad que no había encontrada en la ciudad de su familia materna.
Y ahora que escribo esto, pienso que ese tránsito del personaje de Carmen Laforet, se parece a mi propio tránsito (como escritora) mientras escribo mi novela y vuelvo, también, a la Barcelona de una historia vieja, para poder finalmente dejarla atrás...
Tampoco me acuerdo si la leí antes de ir a Barcelona por primera vez, a mis 17, o después. Lo más seguro es que para mi segunda visita a la ciudad condal, a mis 20, ya habría yo leído los ires y venires de Andrea en ese mismo sitio, durante los 12 meses de su vida que giraron, o estuvieron anclados, en el piso familiar de la Calle Aribau. Alguien alguna vez me mandó una foto de esa calle, recordándome que ahí había vivido Andrea. Y ese alguien, también, tomó prestado el nombre de la protagonista de Nada para bautizar a una suerte de alter ego mío.
Hacía bastante tiempo que tenía yo la inquietud de volver a leer Nada, de arriesgarme a revivir la experiencia más de 30 años después. Yo recordaba haber leído un ejemplar forrado de tela azul, de la Colección Áncora y Delfín, antes de que Ediciones Destino fuera tragada por alguno de los monstruos editoriales del momento. Cuando mi madre murió y mi hermano me mandó algunos de los libros de su casa, tuve la esperanza de encontrármelo, pero no fue así. El verano pasado, para mi sorpresa, fue mi hijo quien se encontró en la casa otro ejemplar de la novela, en la misma colección pero con pasta negra (quizá era el mismo y a mí la memoria me tiende trampas). Entonces pensé que sería una buena idea que mis alumnos de tercero de secundaria leyeran la novela y, así, yo tendría la ocasión perfecta para volver a ella.
Las chicas y los chicos de la escuela disfrutaron mucho hacer juegos de palabras con el título de la novela y, para mi sorpresa, también disfrutaron la lectura o por lo menos cumplieron con ella y se involucraron. (Mientras yo la releía, reencontrándome con una Barcelona bastante sombría, al tamiz de los ojos de Andrea, y conmigo misma cuando me sentí como Andrea, en busca de la libertad y atrapada en unas redes ajenas, me topé con aquellas escenas tan violentas en el piso de la Calle Aribau y me preocupó que la lectura fuera demasiado fuerte para unos quinceañeros.)
Y entonces llegó el día de la discusión de la novela. Una de las chicas declaró, con gran aplomo, que lo que contaba lo novela no le había gustado tanto como la manera en que estaba contado. (¡Guau! —pensé— Mira cómo se te han convertido en buenas lectoras...) Varios de sus compañeros estuvieron de acuerdo e hicieron comentarios interesantes sobre los ecos de la guerra en el piso de la calle de Aribau y la frustración de Andrea en su búsqueda de la felicidad y la libertad.
Todos estuvimos de acuerdo en que el cierre de su año en Barcelona y su partida hacia Madrid era una gran liberación. (Menos mal...) Y entonces yo les compartí lo que a mí se me había ocurrido al releer Nada: Que el tránsito de Andrea por la capital catalana podía entenderse como una especie de rito de iniciación, tras el cual la protagonista saldría liberada de las ataduras que no podría haber desecho desde afuera sino solamente atravesándolas. Y Madrid se le presentaba, entonces, como la fuente de luminosidad que no había encontrada en la ciudad de su familia materna.
Y ahora que escribo esto, pienso que ese tránsito del personaje de Carmen Laforet, se parece a mi propio tránsito (como escritora) mientras escribo mi novela y vuelvo, también, a la Barcelona de una historia vieja, para poder finalmente dejarla atrás...
¿Quién puede entender los mil hilos que unen las almas
de los hombres y el alcance de sus palabras?
p. 208
Te dejo un abrazo, te extraño.
ResponderBorrarVa un abrazo de vuelta, con extrañamiento.
Borrarhttp://www.poesi.as/jh49001.htm
ResponderBorrarQuerida amiga , te dejo este maravilloso poema de José Hierro lleno de nada. Y de todo.
Un beso
¡Precioso poema, Luis María! Gracias por José Hierro y por pasarte por aquí. Un beso de vuelta.
Borrar