(Sí, solo a mí se me ocurre ponerme a releer La Plaza del Diamante estando tan triste. Si quería palabras para describir la desolación, nadie como esta escritora catalana cuando describe a su Colometa, a esa Natalia que dejó de serlo, más cuando se le muere el Quimet. Comparto, pues, este fragmento del capítulo XXXIII y dos fotos de mi edición: la portada y las dedicatorias de mis primos de Barcelona, fotografiadas a falta de escáner.)
Por la noche, si me despertaba me sentía por dentro como una casa cuando vienen los hombres de la mudanza y lo sacan todo de su sitio. Así estaba yo por dentro: con los armarios en el recibidor y las sillas patas arriba y las tazas por el suelo a punto de envolverse en papel y de meterlas en una caja con paja y el somier y la cama desarmados contra la pared y todo manga por hombro. (...) Y andaba por las calles, sucias y tristes de día, oscuras y azules por la noche, toda de negro y, arriba de todo, como una mancha blanca, la cara que se me estaba haciendo pequeña.
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