Ya no me acuerdo cuándo empecé a ver (y emocionarme) con la ceremonia anual de los Premios de la Academia. (Repensándolo, debe haber sido en tiempos de Dasha, cuando solía irme a su casa a verla). El hecho es que desde hace ya algunos años, Santiago y yo nos preparamos para ese día tratando de ver tantas películas nominadas a los óscares como podamos. En general, el mero día todavía llegamos a echarnos uno o dos de las que nos han quedado pendientes.
Anoche compartimos la fecha con su novia, a quien poco a poco hemos contagiado con nuestra fiebre de cine, y con una amiga que ya estaba bastante contagiada. Los cuatro nos habíamos lanzado más temprano a ver Spider-Man: Into the Spider-Verse —la mejor de todas las del superhéroe arácnido, según mi alumno más versado en el tema, y en cuya animación participaron varios mexicanos, entre ellos, Cruz Antonio Contreras—. También habíamos hecho acopio previo de palomitas y helado.
En esta ocasión, el evento estuvo algo desangelado, quizá por la falta de anfitrión y la prisa con la que sentí que se entregaron los premios. Sin embargo, hubo varios momentos muy emocionantes, entre ellos, las tres (de 10) estatuillas que se llevó nuestra Roma; la interpretación de Lady Gaga y Bradley Cooper de la canción compuesta por ella y el óscar que le valió; el discurso de Regina King al recibir su óscar por mejor actriz de reparto (y su mamá - cuántas mamás estuvieron presentes); Spike Lee y su primer óscar, por el mejor guion adaptado de su genial BlacKkKlansman, y su acertado discurso.
También me encantó que Green Book se alzara con el óscar a mejor película. La cinta nos robó el corazón. Con un guion y unas actuaciones estupendas, es un canto a la amistad y a la tolerancia, al amor más allá de las diferencias, contado desde una profundidad perfectamente balanceada con el humor. Yo también le hubiera dado ese óscar a The Vice, sobre el papel del fascinante y oscuro vicepresidente Dick Cheney. No deja nunca de sorprenderme cómo los Estados Unidos son capaces de producir personajes como él y, al mismo tiempo, tener la capacidad y la creatividad para criticarlos y, en el camino, autocriticarse también.
Solo me decepcionó (y me enojó, también, un poco) que no se reconociera, por fin, el impecable trabajo actoral de Glenn Close. Siete nominaciones y ningún óscar. Es cierto que la falta de óscar no demerita su carrera, pero ya era hora de que se llevara al desde-hace-tanto-tiempo merecido señor dorado a su casa.
Y es que Hollywood, a pesar de sus detractores, es mucho más que una industria para hacer dinero. Y los premios que allá se ofrecen, a mí por lo menos, me incitan a ver buenísimas películas y no solo las producidas en la (para bien o para mal) llamada Meca del cine (occidental).
Y cómo no recordar las tentadoras palabras de Emilio García Riera:
«El cine es mejor que la vida»...