o crónica de la renovación de un pasaporte
para Gabi Ávila
(si no me equivoco en el apellido)
Ayer fui a renovar mi pasaporte. Un paso más hacia el (gran) cambio. Y fue una experiencia muy larga. Mi cita era a la 1 de la tarde. Llegué a las 12:45 y salí cerca de las 5. Eso sí, con pasaporte nuevo en mano.
Siempre me ha llamado mucho la atención ese espacio que se abre cuando una comparte, con una bola de desconocidos, un tiempo x en un lugar x. Ya sea en un transporte público, un vagón de metro, por ejemplo, o una oficina de gobierno, esperando a hacer un trámite. Entre más largo es el tiempo compartido, más intimidad puede generarse entre las personas que viajan o que esperan. O no, claro. Yo, ayer, acabé incluso haciendo una amiga.
Todo empezó en la larguísima cola fuera de las oficinas de la SRE, donde nos indicaron que ubicáramos al grupo de gente con cita a la misma hora que nosotros y nos acomodáramos tras la última persona del grupo. (Súper eficiente la logística...)
A las instalaciones de la secretaría, entramos pasada la una y media. Para ese momento, la señora adelante de mí (más joven que yo) y una chica bastante más joven que nosotras dos y oriunda de Tepalcingo habíamos conversado bastante. Sobre los requisitos para el pasaporte (que si hacía falta, también, una copia y el original de la credencial de elector, que si yo no tengo credencial de elector por decisión propia, que ya veríamos qué pasaba; que si la chica ya había perdidos dos citas por llegar tarde, que su papá ha estado de ilegal en Estados Unidos toda la vida de ella y ha venido a México tres veces, que si ella quiere sacar su visa americana para ir a visitarlo; que si la señora había sacado visa para ella y sus dos hijas con la asesoría de las personas del escritorio ahí justo afuera de la oficina de pasaportes; que si yo había logrado la visa de mi hijo, hace años, gracias, sobre todo a mi actitud, en apariencia, segura).
Entonces pasamos. La señora. La chica. Y yo. La chica fue la primera en formarse en la siguiente línea. Atrás venía yo. Y luego la señora a quien le había faltado llenar una forma. Pero al final respetamos el orden que traíamos y yo pasé tercera a entregar mis documentos (por fortuna, no me habían pedido mi mentada credencial de elector).
Para cuando me dijeron que me tocaría esperar un buen rato porque había bastante gente (una funcionaria que ya decía que estaba bloqueada y se veía al borde del colapso — lo que no entiendo es cómo les pasa eso si ellos mismos son los que dan las citas...), ya no había sillas. La señora y la chica habían quedado sentadas juntas y yo me quedé parada hasta que, por fortuna, otra mujer joven me cedió su asiento, hasta atrás, ya pegada al vidrio.
Y, entonces, saqué mi libro. (Creo que era la única alienígena a quien se le ocurrió leer; la mayoría estaba soportando la espera con el celular o platicando con el de al lado.) De vez en cuando, la señora volteaba para verificar que yo siguiera ahí y nos saludábamos con la mano. Entre tanto, una bebé que lloraba a todo pulmón dificultaba enormemente que escucháramos nuestros nombres. Su abuela la paseaba intentando calmarla. Pero la chiquilina no se calmó, hasta que fue su mamá quien la tomó en brazos.
Ya para entonces yo me había ido corriendo en la fila de sillas para poder escuchar mejor cuando dijeran mi nombre (como si correrme agilizara el proceso de mi trámite). Y entonces, lo dijeron y me paré, feliz. Volteé a ver a la señora y a la chica, que me vieron con cara de nosotros estábamos antes. (Así se iban viendo varios, aunque en realidad el proceso era bastante aleatorio.)
Cuando ya me habían hecho firmar, me habían tomado las fotos, las huellas y escaneado (o lo que sea que hagan) con el iris, me acerqué con ellas. La señora ya había preguntado por qué había yo pasado antes y le habían dicho que lo que pasaba es que mi cita había sido electrónica. Otra respuesta aleatoria. La había hecho telefónica, igual que ella. Pero no quedaba más que esperar. Y me fui a sentar más cerca del sitio donde, finalmente, me entregarían el pasaporte.
Al poco rato, en efecto, pasaron ellas a su foto y demás y, entonces, la señora se vino a sentar junto a mí. Y le pregunté, finalmente, cómo se llamaba, para ayudarnos cuando dijeran los nombres. Me dijo que Gabi y yo le dije mi nombre. Y seguimos platicando. De mi hijo y mi nuera. De las suegras. Le conté lo afortunada que era yo con la novia de mi chamaco y me dijo que no le sorprendía porque era yo muy "amena". Ella, por su lado, ha tenido una relación bastante tirante con la madre de su marido. Y en esas andábamos cuando dijeron su nombre. ¿Por qué antes que el mío?, pensé, pero no dije nada.
Y entonces, con pasaporte en mano, se dirigió hacia mí antes de irse. Nos despedimos de beso, al son de "amiga", y se fue. No sé si vuelva a verla en mi vida (sé que trabaja en algún lugar de Galerías), pero durante esas cinco horas que esperamos, fuimos amigas.
Después de ella, pasó la chica de Tepalcingo, que se fue sin voltear a ver nada más. Y, finalmente, yo. Con el pasaporte renovado y una foto bastante horrible, como suelen ser esas fotos oficiales.
Llegando a casa, agotada y sin comer, descubrí mi reflejo
en la ventana de mi auto y le hice una foto.
Esta sí que sería una linda foto de pasaporte,
con el cielo a mi espalda y una ventana enfrente: