Desde mi llegada a Madrid, he desarrollado gran fascinación por las aves. Es una vocación poética más que ornitológica, que nació hace mucho en México, pero allá las conozco mejor, aunque nunca dejo de perseguir zanates y zopilotes. Al llegar acá empecé a conocer pájaros nuevos, propios de estas tierras. Por este blog, y por mi ventana, ya han pasado urracas, torcazas, gorriones y vencejos, compañeros apreciados, en especial durante el confinamiento.
Y entonces empezó la «desescalada»: las salidas, los paseos. En uno de ellos caminé por El Viso, un barrio residencial cerca del Bernabéu, que parece más un sitio vacacional que una urbanización. Poca gente. Mucha vegetación. Casas enormes. Y muchos pájaros.
En algún momento de la caminata, escuché un trino muy llamativo y elevé la vista. En el follaje de un árbol, descubrí un pájaro negro con el pico anaranjado (y lo fotografíé, claro):
Otro día, caminando por Padre Damián hacia Plaza Castilla, volví a ver otro pájaro igual:
No sabía a quién preguntarle sobre mi hallazgo. (Mi anfitriona no tiene la menor idea sobre aves ni demasiado interés tampoco.) Hasta que se me ocurrió la gran idea de guglear «pájaro negro con pico anaranjado en Madrid» y descubrí que eran mirlos, una de las nueve aves básicas urbanas, según esta página. Ni más ni menos.
No estoy segura si volvería a reconocer su canto (encontré varias grabaciones en youtube). Quizás sí. Y me acordé de mi amiga Berna, que ha escrito sobre mirlos y la época en que nació su hijo.
Ahora ya puedo ponerles cara. O nombre, según se vea. Hacerlos un poco míos que es continuar mapeando mi estancia de este lado del mar. Reconociendo lo que antes me era ajeno. Estableciendo vínculos con este entorno que se vuelve menos nuevo y más hogar.
Con la conciencia de que pronto también quedará atrás.