miércoles, 24 de enero de 2024

:c:i:c:a:t:r:i:z:::

Del lat. cicātrix, -īcis.

1. f. Señal que queda en los tejidos orgánicos después de curada una herida o llaga.

Sin.:
  • costurónqueloidechirloseñalcapaduracastradurachajazocallorepulgohachazodescalabradurarodilleraalforza,
  • botana.

2. f. Impresión que queda en el ánimo por algún sentimiento pasado.

Sin.:
  • huellamarcaimpresión.

Este blog está recorrido todo por cicatrices. A veces, explícitamente (en modo reflexivo, como aquí, o en modo más anecdótico, como acá). Otras, en silencio. 

Yo llegué al mundo con la herida de la desconexión, como todos los seres vivíparos, y de ahí brotó mi (nuestra) primera cicatriz: el ombligo. El mío quedó rodeado, además, de una estrella cuando la piel se fue abriendo durante el embarazo. En algún momento llegué a pensar que el niño nacería por ahí.

Mi segunda cicatriz llegó muy pronto tras la primera. Cuando el pediatra decidió cortar los restos del cordón umbilica (en lugar de dejarlos secar y caer naturalmente) para evitarle la incomodidad (¿asco?) a mi mamá, a mi recién nacido ser se le ocurrió encoger la patita y mi muslo interceptó las enormes tijeras que el médico había elegido para la labor. Me hizo una herida, cuya cicatriz tiene forma de ángel o de búmerang. Me ha acompañado desde mi primer día en el planeta y, en alguna época, me ganó el epíteto de "la prima de la cicatriz", como me presentó mi primo Jean Louis a su prometida. (Creo que fue testigo de la cortadura original, lo cual le dejó una cicatriz a él en el ánimo.)

Tengo cicatrices más pequeñas, como una, casi imperceptible, en el labio de abajo, fruto de una caída (hubo muchas) en una fiesta infantil, cuando fui incapaz de brincar sobre el hueco entre una ventana y el jardín. Otra, de origen seguramente similar, adorna una de mis rodillas.

Durante el parto, la ginecóloga decidió que una episiotomía (1. f. Med. Incisión quirúrgica en la vulva que se practica en ciertos partos para facilitar la salida del feto y evitar desgarros en el perineo) ayudaría el proceso. Además de innecesaria (ya había un desgarre resultado de la manita del bebé que venía pegada a su cabeza), fue enorme ("de caballo", la describió la partera maravillosa gracias a la cual sobreviví el trance). Mi perineo está atravesado por la huella que dejó esa herida.

No solo tengo cicatrices en el cuerpo (y en el ánimo, claro), sino que resulta que una de mis pasiones en la vida, la escritura, es, en su origen, también una cicatriz: una marca que dejamos sobre el papel, cuyo nombre tiene una historia más antigua que ella misma. Empezó cuando los humanos empezamos a cortar, separar o rascar elementos de nuestro entorno (actividades comprendidas en la raíz indoeuropea sker-, que derivó en el scar del inglés, por un lado, y, por otro, en el cicatrix, -icis, del latín). Con el nacimiento de la escritura, se derivó otra raíz del propio indoeuropeo: skrïbh-, cuyo significado era "marcar sobre una corteza, rascar, bosquejar" (Aquí puede verse la etimología completa.) 

Podríamos decir, entonces, que nuestro paso por la vida, por el mundo, por el espacio y por el tiempo no es más que ir portando o dejando cicatrices, que dan cuenta de nuestras presencias y de nuestras ausencias.

Como unas figuras transitorias retratadas, casi involuntariamente, al fondo de una fotografía:

santiago y yare a punto de dar  la vuelta
en primer plano, una flor de higuerilla
todo en san vicente chimalhuacán




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