domingo, 20 de febrero de 2011

Cuernavaca

para Db

Un amigo me pidió que le dijera cómo es la ciudad donde he vivido durante los últimos 15 años, la que vio nacer a mi hijo. Entonces salí al mundo con ojos nuevos para dibujársela.

Cuernavaca en esta época empieza a parecer verano: Hay manchones de colores por todos lados. Las bugambilias -guindas, naranjas, rosas, lilas, blancas- crecen en todas las bardas, desafían los alambrados para asomarse a la calle y mezclan sus ramas con algunos árboles. Para este momento, las jacarandas ya debían haber pintado toda la ciudad con sus flores moradas, como el año pasado y el anterior, pero ahora parecen estar de huelga o, quizá, simplemente cansadas. De la mayoría cuelgan envoltorios de semillas, secos y vacíos, algunas hojas amarillas y casi ninguna flor. Tal vez el calor llegó demasiado pronto y demasiado fuerte. Lo que más extraño son las alfombras violetas (como las llama mi amiga Mariel) que solían cubrir algunas calles entre febrero y abril o mayo: tapetes de un olor dulzón cuando les pega el sol.

En Cuernavaca, desde hace unos meses, los cantos de los pájaros, siempre animados por el calor y las flores, especialmente en el centro donde anidan en los laureles del kiosco y compiten con la banda al atardecer, se mezclan con demasiada frecuencia con las sirenas de la policía municipal, de la policía estatal o de ambulancias diversas. Desafortunadamente, previo a las sirenas, pueden llegar a escucharse disparos, demasiado cerca de nuestros lugares habituales, ya no como noticias lejanas e impersonales. Y aunque quisiéramos pensar que son cohetes de algún barrio en fiesta, ya no es tan fácil hacernos de oídos sordos.

Por su cercanía a la Ciudad de México, Cuernavaca se convirtió en refugio para los capitalinos, obligando a los guayabos, aquellas personas oriundas de aquí, a guardarse sábados y domingos o, por lo menos, sacar poco las narices esos días. Lo cierto es que la vida de la ciudad va mucho más allá del descanso y la fiestas y se manifiesta bulliciosa, violenta incluso, a lo largo y ancho de las barrancas que la recorren de norte a sur. En ellas, sobre los cauces de ríos,
secos en esta época, dentro de unos meses llenos de agua espumosa, conviven la opulencia de las mansiones de fin de semana con la miseria de las chozas de techo de lámina.

En fin, que hoy Cuernavaca, donde pasé los fines de semana y las vacaciones de mi infancia en la casa de mi abuelo materno (pero esa historia es harina de otro costal), tiene un sabor agridulce, como de miel y sangre.

2 comentarios:

  1. Lindos recuerdos adela, gracias por traerlos hasta acá... un poco tristes, como bien dices agridulces... un abrazo

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  2. Y ese mismo amigo, a buen seguro te ofrece su gratitud por haber retratado yen una especie de lienzo, aquello que fue Cuernavaca, aquello que es hoy, y aquello que de tus palabras, se desprende quisieras que fuese.

    Un abrazo agradecido Adela,
    Db.

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