viernes, 3 de junio de 2011

La revolvedora

Hoy iba en mi coche camino del trabajo, cuando en un cruce me topé con una revolvedora (uno de esos camiones que, como su nombre lo indica, revuelven en su enorme panza giratoria cemento o algo relacionado con la construcción y cuyo nombre en español peninsular es nada más y nada menos que "hormigoneras"). Desde pequeña, cada vez que veo un bicho de estos, pintado del color que sea, aunque si tiene colores brillantes el impacto es aun mayor, me hace sentir contenta, con una sensación cálida en el pecho. ¿Por qué?, me pregunto e inmediatamente me viene a la mente una revolvedora de juguete, hecha de plástico, pintada de color amarillo canario intenso con la cual jugaba mi hermano cuando éramos chicos. Lo genial era que, entonces, me invitaba a jugar con él. Juntábamos corcholatas ("chapas" dirían en la madre patria) de donde podíamos y las metíamos en el vientre amarillo para luego hacerlo girar y disfrutar el sonido que hacían. Y así, con algo tan simple, pasábamos horas juntos, contentos. Si acaso, sacábamos las corchalatas e inventábamos algo más que hacer con ellas, aunque fuera acomodarlas por colores.

Se trata de uno de los escasos recuerdos felices que guardo de la convivencia con mi hermano.

2 comentarios:

  1. Una muestra más de la gran sensibilidad que te caracteriza Adela. Hacer de la anécdota un sentimiento particular que, a los ojos del lector, se torna universalmente bella, es más que una capacidad: Un Don.

    Un saludo desde el tiempo y la distancia,
    Db.

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  2. ¡Qué gusto volver a leerte y sentirte, David! Siempre es un lujo cuando las palabras de una reciben respuesta de otro, a pesar del tiempo y la distancia. Un abrazo de ultramar.

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