miércoles, 10 de agosto de 2011

Muerte

La pasión es idolatría,
por eso adora la forma
y en ella se consume.
Octavio Paz

La quema, la destruye minuto a minuto despojándola de su existencia, dejando al descubierto la esencia que tanto ha buscado. Pero ese encuentro pierde ahora todo sentido. El fin de la búsqueda se hace sinónimo de muerte, del fin de la vida, del final total, último. Y pese a todo, continúa en su afán. Las fuerzas surgen atraídas por la brillantez. Es esa luz la que la incita a continuar moviéndose, a continuar retorciéndose sin desprenderse jamás de la tortura, del gozo, del dolor infinito. Ha perdido ya el control sobre sus alas; han adquirido vida propia, se han rebelado contra el cuerpo para llevarlo a la muerte, a la destrucción. Parece que solo continuaran viviendo, en una lucha inútil, para hacer gala de su forma, de su belleza. No importa que su superficie quede seca y dura, carbonizada. Antes de llegar al negro absoluto, resaltarán los matices que nunca ha querido notar, que nadie jamás ha admirado. Esa exquisita combinación del café, el gris y la plata colocados uno sobre otro, uno al lado del otro, para formar un dibujo solo concebido en los momentos de inspiración de un creador de tapices o de grecas antiguas, una forma que en ese momento último la hace sentirse viva. Y el cuerpo, sin embargo, se quiere apartar, quiere huir y encontrar algún consuelo. Pero ya se ha convertido en idolatría su devoción a la luz, al calor, a la muerte y a la belleza. A la belleza y al frustrado amor que hasta ese momento puede encontrar. Solo los reflejos luminosos le devuelven los pedazos de una imagen perdida, condenada a la invisibilidad y al desprecio. Solo la intensidad del calor le permite reconocer la belleza que la acompaña, escondida dentro de un cuerpo incapaz hasta entonces de reconocer sus propios indicios. Y ese momento es el mismo en se desgaja en pedazos, en que el desmembramiento se consuma mientras pierde toda conciencia y se funde con esa luminosidad, que es partera y es verdugo. Se combinan al fin, guiados por la mano de la fatalidad, el diseño imposible con los restos del cuerpo. Todo queda reducido a cenizas sin sentido, que no pueden siquiera guardar memoria del instante de la revelación.

El carro de la basura se llevó al día siguiente el cadáver de la mariposa; el polvo de plata, el polvo negro, quedaron así mezclados con la inmundicia.

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