lunes, 24 de octubre de 2011

Otoño

A pesar de que la RAE describe esta estación del año como una época templada (que astronómicamente, comienza en el equinoccio del mismo nombre y termina en el solsticio de invierno - me encanta el casi sinsentido de la combinación de palabras), el aire ya se ha puesto helado, aunque el sol de medio día siga cayendo a plomo. Para mí, cada año la llegada del otoño implica un reto enorme: la proximidad inexorable del frío y la cercanía de los muertos me ponen en contacto directo con la soledad, la nostalgia y la tristeza. A mi cuerpo le cuesta trabajo la falta de calor. A mi piel le cuesta acostumbrarse al cambio de temperatura. A mi corazón le haces más falta que nunca.

Por andar curioseando en el diccionario me encontré, además, con otra razón que no había tomado en cuenta. El otoño
aparece definido también como ese período de la vida humana en que esta declina de la plenitud hacia la vejez. Será recordatorio, será anticipación, será certeza...

Y aunque donde vivo las hojas de los árboles no cambian de color (o permanecen verdes o simplemente se caen), es indudable que segundo a segundo este cuerpo mío al que le cuesta aclimatarse, empieza a despedirse de la plenitud y a encaminarse, inexorable también, en dirección a la etapa que irán cubriendo las nieves del tiempo.

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