Según la medicina tradicional china, el cambio de las estaciones es un momento de tensión especial - la transición en términos de temperatura, de humedad, de duración de los días y las noches, supongo yo, constituyen desafíos varios para el cuerpo y para la mente: los pensamientos y las emociones no están ajenos al ajetreo. Por lo menos, para mí cada llegada de otoño, con una puntualidad inglesa, se manifiesta en una, dos o tres gripas eslabonadas (quizá sea solo una que dura mucho más de lo esperado) con sus buena dosis de tos (que amenaza con quedarse hasta la siguiente primavera).
Será porque según la mitología griega, en otoño es cuando Perséfone debe volver al inframundo a pasar una temporada con su esposo Hades, porque la oscuridad va ganando implacable el terreno de la luz, porque toca reflexionar después de la cosecha y prepararse para el invierno, que en esta época (y en especial en este año - el de mis 49 otoños) se han dado cita ausencias (como mi padre aparecido en un sueño convertido en fabricante de perfumes, entre los cuales destacaba el perfume de la muerte, sutil pero constante), pérdidas recientes (como la mejor amiga que dejó de serlo y cuya presencia aún se me manifiesta con profunda tristeza), y vulnerabilidades (como el pulgar de mi mano derecha, sanando de una operación y cuatro puntos hechos con hilo de plástico negro).
Época de recogimiento (recuerdo a otra mejor amiga perdida que comentaba que, llegado el otoño, prefería guardarse temprano en casa y no salir de noche), de mirar más hacia adentro que hacia afuera, de chiflones de aire helado y de alguno que otro rayo de sol candente, en mi tierra donde las hojas no se vuelven naranjas ni rojas ni hay presagios de nieves y heladas - un otoño más para reflexionar, apreciar, guardar y soltar, en preparación para el renacimiento del siguiente equinoccio.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario