domingo, 28 de julio de 2013

---dos mecedoras---


En su alcoba, mi abuela Rosa también tenía dos sillas para mecerse. Eran de madera pintada de negro brillante, con el asiento y el respaldo de bejuco tejido. Estaban puestas una enfrente de la otra, al lado del nicho que contenía la cama individual donde yo dormía, para acompañar a mi abuel, supongo. En realidad no recuerdo bien a bien (ni siquiera sé si alguna vez lo supe con certeza) por qué me mudaron del cuarto que compartía con mi hermano en el piso de abajo al cuarto de Rosa.

Mi abuela se sentaba siempre en la misma mecedora, siempre vestida de largo. Desde ahí veía la televisión. Cuando mi tía Olga iba de visita, optaba por sentarse en el borde de mi cama pues se mareaba a la menor provocación. Yo me sentaba junto a ella, si aún era hora de estar despierta, y si no, me acostaba, resguardada por una cortina que cerraba el nicho. (Me imagino que habré intentado mirar la tele a hurtadillas, con la venia de mi tía y el regaño de mi abuela.)

La otra mecedora casi siempre se quedaba vacía.

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