martes, 12 de noviembre de 2013

Mañana de martes


Estoy parada esperando a que mi gasolinero amigo me revise la presión del aire de las llantas. El sol acaba de salir y mi cuerpo proyecta una sombra alargada en el piso.

Entonces me doy cuenta que la sombra se duplica y volteo para averiguar la razón. "Perdón, es que este grillo está muy bonito y tenía que sacarle una foto", dice una voz ligada a un teléfono celular ligado a la mano de una chica que en cuclillas le saca fotos a lo que más que grillo parece un insecto hoja (de otro modo, habría brincado muchos minutos atrás). Sonrío porque yo suelo hacer lo mismo y porque segundos antes había pensado que el bicho peligraba ahí, cerca de mi auto.

Cuando mi mente criticona está a punto de echarse un rollo sobre cómo la fotógrafa abandonó a su modelo después de captarlo con su cámara, veo cómo lo recoge con mucho cuidado, lo lleva hacia una jardinera, lo sigue fotografiando sobre su mano libre, con el sol de fondo, y finalmente lo coloca suavemente sobre unos arbustos.

Antes de irme, cuando el gasolinero me da el cambio, se asoma por la ventana del coche y me pregunta: "¿Todavía tiene la foto de su...", refiriéndose al Karmapa, que me acompaña desde el tablero. Comprueba, casi con media cabeza dentro, que sigue ahí. Nos despedimos y cada quien sigue con su día.

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