Ñaña recuperándose de la anestesia |
Primero pasó la Ñaña. La vieron por arriba y por abajo. Todo bien, bueno salvo los dientes que requerirían de una limpieza pues llevaban acumulando sarro 12 años y eso podría, por supuesto, causarle problemas en el futuro. Luego pasó Khandro. La vieron por arriba y por abajo y y todo bien, hasta que, ¡oh sorpresa!, las pulgas empezaron a saltar a la mesa de exploración y con ellas sus desechos que, con un poco de agua, se convirtieron en gotitas de sangre (digerida, dijo la doctora, pero sangre al fin). Ahí estaba la fuente de la sangre en mi lavabo: unas pulgas que yo no había visto ni por casualidad.
Dos eran las soluciones posibles: una ampolleta en la zona de la nuca de cada gata cada mes durante tres meses (para cubrir el ciclo de vida de las pulgas) o sendos collares alrededor de su cuello durante ocho meses. Puesto que las gatas no salen de casa, de cualquiera de las dos maneras se solucionaría el problema. Opté por los collares. (Concluimos que fue Khandro la que trajo las pulgas de su lugar de origen y, como no las vi, se reprodujeron e invadieron mi casa usando a las gatas de turibús alimenticio.) No me detuve a pensar demasiado en mi hogar invadido. Los collares se encargarían del problema.
"¿Por qué no aprovechar y dejar a la Ñaña a su limpieza de dientes?", me planteé, al tiempo que me asombraba de este vínculo mascotil tan fuerte y hasta ahora desconocido para mí. Me preocupaba que se necesitara anestesia general para el procedimiento, pero decidí confiar en el veterinario. Volvería por ella al día siguiente para que el efecto de la anestesia se hubiera pasado ya.
Así lo hice, pero cuando saqué a la Ñaña de la bolsa que uso para transportarlas, ya después de 24 horas de todo el rollo, apenas podía caminar. Se iba de lado. Las patas traseras no le respondían y se había hecho pipí en la bolsa (y en el coche, descubriría yo un par de días más tarde). Sin pensarlo ni un segundo, la cargué, la llevé al lavabo, esperé a que saliera agua caliente, la lavé, la sequé y me puse a llorar. ¿Y si nunca se recuperaba? ¿Y si a su edad, el procedimiento dental había resultado contraproducente? Y encima, mi hijo al otro lado del Atlántico, muy muy lejos.
También fue mi gata vieja un espejo de mi propio envejecimiento, del paso del tiempo, de los cambios en el cuerpo, del sufrimiento. (Eso sí, si ha vivido 12 años y esta es su primera limpieza, no creo someterla a otra.) Y también me permitió la Ñaña expresar mi compasión y mi cuidado sin cuestionarme nada. (Bueno, solo quería que Santiago me acompañara.)
Y vi más cosas: Cómo realmente no se quejaba, sino que simplemente se echaba para recuperarse, después de alguno fallidos intentos de subir al sofá o beber agua del lavabo, conmigo a su lado ayudándola. Supongo que no se lamentaba de la limpieza, de hecho, seguramente la pobre ni sabía qué le había sucedido. ¿Ignorancia o libertad?
La gata chica no la agredía, pero tampoco se le acercaba. Y esto no molestaba a la grande. (El drama que hubiera hecho yo...) Me pregunté si Khandro sentía empatía; parecía que no. Cada una seguía simplemente el fluir de su propia vida. Y yo de pronto volvía a llorar al sentir tan palpablemente la vulnerabilidad de la vida en otro ser y el reflejo de mi propia vulnerabilidad.
Al final del día, Ñaña se echó durante horas en la cama de Santiago. Antes de irme yo a dormir la ayudé a tomar agua y tomó. ¡Qué alivio! La acosté en la cama del estudio y me fui a mi cuarto, preocupada, pero menos. A la mañana siguiente la encontré mucho mejor, no totalmente recuperada, pero casi. Comió, usó su arena, volvió a beber y Khandro ya ha empezado a interactuar con ella otra vez. Continúa, pues, la vida...
Echando la siesta juntas de nuevo |
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