Hace casi exactamente cuatro años que escribí la primera entrada titulada así aquí. Hoy vuelvo a ella y me encuentro con que ahora el diccionario consigna, además de la definición a que me refería en el 2011, esta: 1. f. Perturbación anímica producida por una idea fija.
Y sí, muchas veces me he sentido perturbada por una idea fija, pero hoy ya no estoy ahí. Hoy sé que me gustaría volver a tener una persona que me acompañe y a quien acompañar en la vida, cómo no, pero la idea ya no me perturba ni me aflige —quizá solo condicione un pelín mi actitud—. Hoy no quiero que nadie me salve ni me rescate ni quiero yo hacerlo tampoco.
Mi amiga Marisa dice que cuando suelte la obsesión llegará esa compañía. Yo digo que más que obsesión es anhelo (deseo, sí, vehemente, sí) y que se vale anhelar. Que me hizo ilusión que el tapón de la botella de vino espumoso que destapó otra amiga en una celebración hace unos días cayera a mis pies, pero que mi vida no gira en torno a esa fantasía.
Tal vez empiezo a pararme en este anhelo de un modo diferente y aún no lo notan mis amigos ni yo acabo de creérmelo. Tal vez esté pisando ya la etapa final de ese duelo prolongado de cuyo último hito ni siquiera se ha cumplido un año aún.
Quizá esté aprendiendo a aceptar las cosas como son, a disfrutar la media luna de un atardecer, con quien esté a mi lado o en soledad, anhelando sin obsesionarme.
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