lunes, 8 de agosto de 2016

f.r.á.g.i.l


Me siento hoy.

La Real Academia en su diccionario propone cuatro acepciones para este adjetivo, ninguna de las cuales me resulta del todo convincente. La primera define frágil como aquello que es "quebradizo, y que con facilidad se hace pedazos". La segunda dice que es algo "débil, que puede deteriorarse con facilidad (como la salud)" y la cuarta cita un par de sinónimos: "caduco, perecedero". Pero indudablemente la tercera se lleva la palma (y no amerita mayor comentario): 3. adj. Dicho de una personaQue cae fácilmente en algún pecado, especialmente contra la castidad.

Como me siento yo hoy no coincide con ninguna de estas propuestas. Ni estoy quebradiza ni por hacerme pedazos ni pronta a deteriorarme. Caduca y perecedera lo soy, por definición, como cualquiera. Y eso de caer en algún pecado, especialmente contra la castidad, ya me gustaría...

Hoy mi sensación de fragilidad tiene que ver más con sentirme abierta y algo desprotegida ante las memorias que se agazapan tras las fechas, los aniversarios. Qué más da lo que sucedió (o estaba por suceder) hace dos años. Pues nada, es cierto, pero se cuela en mi 8 del 8 del 16. Una cicatriz que se activa y me recuerda su presencia. Así me siento hoy. Frágil, como una rosa recién abierta al sol: Si la alcanza la lluvia, la doblará, haciéndola mirar hacia otro lado y, en el peor de los casos, la hará perder algunos pétalos.

(Por eso es que María Eugenia, mi comadre, me pidió que cortara las rosas del rosal hace unos días en Chimal, para conservarlas un rato más en el florero del comedor, resguardadas de las inclemencias.)


Aquí una de las más bellas, en la planta aún:



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