miércoles, 22 de febrero de 2017

Medio día de martes


Hace varios meses, desde el accidente futbolero de mi hijo, que no iba a Tepoztlán. Hoy tuve cita allá con una dentista especializada en posturología (rara avis, sin duda) y me lancé después de las clases. De ida, iba de bastante mal humor, con prisa y preocupada por no llegar a tiempo. Fijándome en la ausencia de línea amarilla en la carretera. Enojándome con los conductores imprudentes. Y maldiciendo al camión materialista que se me plantó justo enfrente al entrar al pueblo.

Pero de vuelta, después de una larga y productiva consulta donde lo último que me revisaron fueron los dientes, tomé el camino con mucha más calma. Y entonces lo disfruté. Además, como iba sola conduciendo, no podía ponerme a sacar fotos. Esto me permitió relacionarme con el paisaje de otra manera. Al no poderlo capturar con mi cámara, no me quedó más que verlo pasar y soltarlo.

Así paseé mi vista por las plantas secas (estamos por empezar la temporada más caliente y menos húmeda del año). Y descubrí una gama enorme de amarillos, cafés, pajas, para los cuales no me alcanzan las palabras. De pronto, unas plantas muy verdes y muy altas, coronadas por unos racimos de flores amarillo brillante, como si tuvieran agua. Aquí y allá, aún quedaba algún cazahuate con una o dos flores blanquísimas.

Y de pronto descubrí también que las jacarandas han empezando a florear. Tímidamente. Como con pocas ganas. No se han desecho aún de todas sus hojas, como si esperaran algo o algo se les hubiera pasado. Al llegar a Ahuatepec, el tráfico se hizo más urbano y más lento.

Entonces logré robarme una florecida al borde de la calle.




Todavía nos quedan algunos días de febrero y todo marzo para que acaben de animarse a llenar de manchones morados el paisaje.



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