domingo, 26 de marzo de 2017

Invitado: Dennis Hunter


Adictos al amor: Despertar cuando se nos rompe el corazón

En 2008, me enamoré de alguien que optó por dejar nuestra relación. Aunque la relación en sí había durado poco tiempo, yo estaba destrozado emocionalmente. Mis sentimientos de apego y la sensación de abandono eran abrumadores. Todos los días durante más o menos dos semanas, me sentaba en el borde de la cama y lloraba. Incluso un día en el gimnasio me descubrí levantando pesas con lágrimas en la cara. 

Lo que más me sorprendió de esa experiencia fue lo difícil que era simplemente soltar. Me encontré atrapado en un patrón de intentar aferrarme al pasado, incluso después de que ya se había convertido en algo más. Seguía lamentándome por lo perdido y deseando poder convertir la calabaza de nuevo en carruaje. Esta secuela emocional perduró mucho más allá del punto en que sabía que "debería" ser capaz de soltar y seguir adelante, pero no sabía cómo. Era simplemente incapaz de dejar de pensar en cómo podrían haber sido las cosas... cómo deberían haber sido... si tan solo yo hubiera... si tan solo él hubiera...

La maestra budista Judith Simmer-Brown dirige talleres que examinan el lado neurótico del amor romántico, el papel del romance y la intimidad en el camino espiritual, y la diferencia entre el romance neurótico y el amor genuino.

Una diferencia importante entre ambos, apunta Simmer-Brown, es que el amor neurótico se caracteriza siempre por un sentido trágico de peligro y por obstáculos que intensifican los sentimientos mutuos de los amantes. A gran escala, pensemos en Romeo y Julieta —la historia de amor por excelencia en nuestra cultura y la plantilla para un millar más de historias románticas—, cuyo romance trágico solo se intensificó por la oposición de sus familias y los obstáculos que ello levantó entre ambos. En el amor neurótico, eros y thanatos están mezclados inextricablemente. Siempre hay una corriente oculta de muerte y separación inminente, que solo sirve para azuzar más aún a los amantes en su romance. Así, el romance neurótico es una amor infeliz. Por definición, no puede satisfacerse. Es un montaje para la desilusión.

Recuerdo cómo ese novio en particular siempre tuvo un pie dentro y otro fuera, y cómo mi respuesta a eso fue engancharme más profundamente. Me hizo saber, al comienzo, que había estado planeando dejar Nueva York y regresar a la costa oeste, así que la idea de que podría de improviso empacar y terminar con nuestra relación fue como una espada suspendida sobre nosotros, advirtiéndome del dolor que vendría si me apegaba demasiado a él. Pero, tomar ese obstáculo como el clásico reto en la fantasía romántica solo me hizo aferrarme tanto más fuertemente a la fantasía, intentando convencerme (y quizás a él) de que debíamos estar juntos y no separados.

El amor neurótico se caracteriza por la creencia de que el amante, el alma gemela, el "indicado", nos va a redimir de alguna manera, a completarnos. Desde una perspectiva espiritual, es, de hecho, una expresión de nuestro anhelo místico por lo divino, encarnado en el arquetipo de los amantes y su conexión desventurada. Este arquetipo permea nuestra cultura y está incrustado en la mayoría de las historias que nos contamos sobre el amor romántico. Pero en este caso, nuestro anhelo místico por el poder redentor de lo divino está dirigido erróneamente hacia otro ser humano quien —a diferencia de lo divino— es imperfecto e impermanente. Ese novio siempre se iba a marchar y básicamente así me lo hizo saber todo el tiempo. Pero yo simplemente no quería oírlo. Me estaba programando para la desilusión y para que se me rompiera el corazón al seguir apegándome más y más a él.

Simmer-Brown sugiere que este tipo de amor neurótico no es en realidad amor por la persona, sino amor por el amor. En lugar de ver a la otra persona con precisión, proyectamos nuestras esperanzas y miedos sobre ellos y nos enfocamos solo en las cosas que, en ellos, nos confirman nuestra fantasía. Cuando la fantasía se rompe y salen a flote las verrugas, el amor neurótico fácilmente se vuelve aversión u odio. El apego frustrado se convierte en agresión. Pero el amor verdadero no se transforma tan fácilmente en su opuesto.

Gran parte de la fuerza propulsora del amor neurótico brota de nuestro deseo de escapar de nuestra soledad. En general, cuando nos sentimos solos, buscamos algo que haga desaparecer la sensación. Las relaciones románticas son la panacea universal, aquello que nuestra cultura toda nos entrena a buscar automáticamente en tiempos de soledad. 

Recordando la situación después de todos estos años, entiendo que la cantidad de dolor e infelicidad que experimenté después del rompimiento de esa relación en particular era completamente desproporcionada al nivel de compromiso que compartimos o al tiempo que pasamos juntos o a cualquier otra medida objetiva de la seriedad de la relación. Sentía tanto dolor que de ninguna manera podía haber sido provocado por la propia relación o el rompimiento. El dolor ya estaba ahí en mí, enterrado en lugares más profundos dentro de mí, y esa experiencia de desamor simplemente lo sacó a la luz. Fue un disparador para lo que Eckhart Tolle en El poder del ahora llama el "cuerpo de dolor", esa sombra escondida de pesar, rabia, tristeza y miedo que todos llevamos dentro nuestro y que algunas veces se activa en las relaciones íntimas.

La realidad es que siempre estamos solos con nosotros mismos, incluso cuando estamos enamorados de alguien más. Relacionarnos con nuestra soledad de forma menos neurótica —abriéndonos a la experiencia de la soledad con compasión y gentileza amorosa por nosotros mismos en lugar de aferrarnos automáticamente a algo o a alguien que la haga desaparecer— es el acto fundamental de hacer amistad con nosotros mismos, un paso central para crecer espiritual y emocionalmente.

Cuando se nos rompe el corazón, podemos tener la sensación de un fracaso atroz, uno de los momentos más bajos de la vida. Pero bajo la superficie, esconde lecciones espirituales invaluables. Mi amiga Susan Piver escribió un libro muy vendido llamado The Wisdom of a Broken Heart (La sabiduría de un corazón roto). A propósito del desamor, ella dice en su libro: "Tan improbable como pueda sonar, esta pena es, de hecho, la puerta de entrada a la felicidad duradera, esa que nadie puede quitarte". 

Puedo aspirar a aprender del desamor para despertar de mi propia confusión y ayudar a otros a hacer lo mismo. A pesar de las lágrimas que derramé por ese romance neurótico (entre otros) y el regusto amargo que me dejó en la boca, puedo aspirar a seguir desplegando un espíritu de gentileza amorosa y compasión, de perdón y tolerancia, de generosidad y amistad, incluso hacia aquellos que han herido mi orgullo y me han decepcionado, aquellos que no estuvieron a la altura de los planes que mi corazón o mi ego tenían para ellos.

Además, ¿cuál es la alternativa? ¿Llevar antorchas, lamerme las heridas, alimentar resentimientos, regodearme en la amargura o la autocompasión? ¿Mantener mi corazón cerrado porque no obtuve lo que quería? Ese es el camino hacia la locura.

En la experiencia misma del corazón roto, podemos descubrir lo que el maestro budista ChogyamTrungpa llamó "el corazón genuino de tristeza". No el tipo de tristeza común que sentimos cuando estamos deprimidos o desanimados, sino la tristeza que proviene de esa parte tierna y adolorida de nuestro ser que sabe de nuestro propio sufrimiento y del sufrimiento de los demás y que está naturalmente llena de compasión y sabiduría. 
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Dennis Hunter es un maestro de meditación y autor de You Are Buddha (Tú eres Buda, 2014) y el próximo The Four Reminders (Los cuatro recordatorios, 2017). Vive en Miami con su esposo. Síguelo en  on FacebookTwitter, o Instagram.

Adaptado y actualizado a partir de un artículo aparecido previamente en One Human Journey.

Original en inglés, aquí.
Traducción al español, mía.

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