jueves, 23 de noviembre de 2017

Cinco años hace


que murió doña T, nuestra querida doña Teresa, aunque a ella no le gustara el "doña". 

Buscando en mi archivo de fotos de Chimal, que incluye miles de imágenes, me encontré esta, de un día de abril de 2011, en que ella "supervisaba" el baño de la Charamusca (Chara de cariño) a cargo de mi comadre Ma. Eugenia y mi hijo Santiago. (Espero que Ma. Eugenia y la Chara, reacias de corazón a las fotos, me perdonen el atrevimiento...)




Pero así recuerdo a doña T: presente, sonriente, pendiente de lo que le rodeaba y de quienes quería. Nuestros días con ella en Chimal eran luminosos, cotidianos (en el mejor sentido del término) y, como he dicho en otro lado, eran (y siguen siendo) días de estar en familia (también en el mejor sentido del término que, dicho sea de paso, para mí a veces resulta una palabra casi insultante).


Hoy la recuerdo en este espacio,  igual que la recordamos siempre cuando estamos de visita en su casa en las faldas del volcán.

Hoy recuerdo cuando fuimos Santiago y yo a despedirnos de ella.

Hoy recuerdo cuando en una ocasión en que Ma. Eugenia nos llevó a Adrián y a mi a hacer el recorrido por la iglesia del pueblo, donde bautizaron a Sor Juana, Santiago, de muy niño, se quedó con doña T. Cuando regresamos del paseo, ella nos contó que él, después de echarse una marometa en el pasto del jardín, le dijo: "Ahora tú", como si fuera lo más normal del mundo. Porque convivir con doña T y sus gentes ha sido, en efecto, lo más normal (en el mejor sentido del término, claro) del mundo.


Hoy celebro el gusto de haberla conocido y de haber vivido tantos momentos felices a su lado.
Y le dejo, con todo cariño, unas margaritas de las que tanto le gustaban.





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