Ayer fui a comprar tortillas, aprovechando que tenía sesión con una pareja y el changarrito donde las hacen está frente a mi consultorio. Doña Mago, que ha visitado este blog aquí y acá, es quien suele estar al pie del comal. Pero ayer, no. En su lugar, una chica más joven estaba al mando de las gorditas, las quesadillas y familia. Como yo tenía el tiempo justo, me limité a encargarle dos docenas. Pasaría a recogerlas una hora después, le dije. Accedió.
Cuando volví, me dijo que aún no las hacía, porque había sacado unos pedidos. Le dije que la esperaría y que me hiciera solo una docena. Y me senté a verla trabajar.
Entonces empezó a hacer bolitas de masa, aplastarlas en la máquina para hacer tortillas y colocarlas sobre el comal. ¿Cómo sabrá cuando están cocidas?, me pregunté (temiendo que no le quedaran tan buenas como a doña Mago). Mientras aplastaba más bolitas, iba volteando las que estaban sobre el comal. A veces las dejaba un rato más del mismo lado.
Y entonces, la magia: Cada circunferencia de masa empezó a inflarse y diferenciarse en un reverso y un anverso. ¿Cómo se sabe cuál será el derecho y cuál el revés? ¿Cómo hace el aire para meterse por el medio y transformar la masa en lo en algunos lugares llaman "sapos" (tortillas infladas)? ¿O será el aire mismo que tiene la masa dentro? ¿Por qué un lado (el revés) es más grueso que el otro (el derecho, que es como un piel delgada, casi transparente, de maíz)?
Y la chica, cuyo nombre no alcancé a averiguar, colocaba las tortillas más cocidas encima de las más crudas y el peso las ayudaba, paradójicamente, a inflarse. Creo. (Algún físico tendría explicaciones mucho más precisas, seguro.)
Y entonces llegó una señora mayor, chaparrita, clienta de doña Mago, pues preguntó por ella (todos en la zona la conocemos) y ordenó una gordita de chales. Pero la chica seguía haciendo mis tortillas. Y entonces un montón de 3 o 4 tortillas empezó a deslizarse por el comal, impulsado por el aire y el calor, y llegó a la orilla, donde hubiera caído, a no ser por el dedo oportuno de la clienta que esperaba su gordita.
Ni las ha pagado y ya que se quieren ir, broméo la tortillera. Sí, ¿verdad?, le contesté yo. Y entonces aproveché para preguntarle por doña Mago. Está de vacaciones. (Muy merecidas, comentó otro cliente recién llegado.) Volverá en una semana y media o dos.
Para entonces, mis tortillas ya estaban listas. ¿Va a querer la otra docena? La próxima vez, gracias.
Y la mujer empezó a meter las tortillas, ardientes, en una bolsa.
¿No tiene papel? Se me olvidó mi trapo. No. Pero le voy a poner una servilleta. ¿Para que no se pegue la bolsa? No, para que usted no se queme.
Y en efecto, con todo y servilleta, si no ha sido por otra bolsa que llevaba con mis cosas y que usé para sostenerlas, las tortillas posiblemente habrían acabado en el suelo.
Llegando a casa, saqué las tortillas de la bolsa y las fui separando, deshaciendo el montón original y haciendo uno nuevo. (Como todo mexicano sabe, y yo aprendí gracias a mi tía Olga o a mi abuela Rosa o a ambas, si no las despegas cuando aún están calientes, recién llegadas, después será imposible y acabarán hechas pedazos.)
Para terminar, me preparé una de las tortillas, aún muy caliente, con mantequilla y sal
y la hice taco.
Deliciosa.
Y me olvidé de todas las preguntas sobre su origen.
Hasta la próxima vez.
Se me hizo agua la boca, comparto el misterio de las tortillas y además te extraño 😊
ResponderBorrarQué bonita expresión esa de hacerse agua la boca. Pues echémonos unas tortillitas de mano recién hechas a ver si desvelamos su misterio ;)
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