años cumpliría hoy Dasha.
¡Cuánto daría —cuánto— por verla y platicar con ella! Aunque fuera un rato, un ratito nomás. Y contarle muchas cosas, como que me faltan tres capítulos para acabar el primer borrador de la segunda novela. Ella me impulsó tanto para terminar la primera (aunque ahora sé que aún le falte trabajo para ser novela).
Y decirle que la extraño, mucho. Todo.
Que recuerdo cuando me contó que a sus cuarenta y pico, una vez se puso a limpiar su cepillo para el pelo. Se encontró ahí un puñado de canas y se preguntó de quién serían esos cabellos blancos. Entonces se dio cuenta, claro, de que eran de ella.
Que recuerdo cuando me dijo que de lo único que se arrepentía en su vida era de no haber ahorrado para su vejez.
Me gustaría que habláramos más de la vejez. De mi vejez. Y de la menopausia. Y de mis azotes.
Siempre fue una escucha tan amorosa y compasiva.
Me encantaría acompañarla al súper y verla moverse en su carrito motorizado, con cierto temor de que chocara contra una torre de algún producto muy acomodado.
O irnos a tomar una sopa de cebolla a nuestro lugar preferido en Tepoztlán.
A falta de todo eso, le dejo por aquí una flor cumpleañera, del jardín de otra amiga:
Y recuerdo, también, las miles de fotos de flores que saqué en el jardín de su casa.
De las primeras con mi camarita rosa.
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