jueves, 14 de junio de 2018

Amistad 22


Muchas veces he recurrido a esta palabra para describir diferentes relaciones y momentos en mi vida, de los buenos y de los malos, o sea, de los más amorosos y de los más dolorosos. Que el samsara — esta dimensión engañosa donde vivimos y que, según las enseñanzas budistas, nos tomamos como sólida y real (y de ahí nuestro sufrimiento)—, así está armado. O, más bien, así nos lo armamos. Segundo a segundo.

La que hoy me ocupa es de las amistades que duelen. Quizá, sobre todo, por su calidad de espejo de mis propias neuras. En resumen: Alrededor de 20 años de encuentros y desencuentros, exigencias, decepciones, juicios, reclamos y mil pláticas donde parece que las cosas se arreglan. Pero, claro, luego volvemos a hacer lo que siempre hacemos, y el resultado (oh, sorpresa) se repite: decepciones, reclamos, juicios, exigencias.

Eso sí, en cada round, acabamos ella (mi creo que ya examiga) y yo más cansadas y nuestra relación más desgastada. (Qué triste.) Pero, quizá tenga ella razón y lo que toca es estar cerca de gente que nos hace sentir bien. Y parece que ni yo soy eso para ella ni ella lo es para mí.

Cuando ayer trataba de explicarme lo que nos sucedía y de encontrar una salida, me vino a la mente una imagen (con una frase): «Amistad minada».

Estar en esta relación es entrar en un espacio donde en cualquier momento puedo pisar una mina (olvidar una fecha, retrasarme en hacer una llamada, no leerle la mente, no responder a una necesidad suya) y entonces me convierto en el blanco de la ira, la decepción y demás parientes.

Y siempre acabo pisándolas. No hay manera de no hacerlo. Y siempre acabo sintiéndome culpable (además, de juzgada y poco apreciada).

Luego pasa el tiempo, hablamos, rescatamos el cariño, incluso parece que desactivamos las minas. Y entonces vuelvo a caminar confiada por el mismo espacio (pensando que es diferente) y (oh, sorpresa) me explota la siguiente mina.

La única manera de evitar el daño (para mí y para ella) es salirme del campo minadao. Alejarme de la amistad minada. Poner distancia. Poner tiempo. Y seguir trabajando con mis propias neuras.


Así el trabajo en el samsara, que no es más que el trabajo con la propia mente, fuente última de todo sufrimiento y fuente última de toda liberación posible.

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