martes, 21 de agosto de 2018

1er día de clases


Como todos los años, no tengo ganas.
Me cuesta arrancar.
Me angustio.
Me desvelo.
Dejo cosas sin preparar (para tratar de evitar lo irremediable, supongo.)
Me da migraña.
Y antes de que me dé cuenta, se pasan las horas de clase.

Mis alumnos de antes me recibieron con abrazos (varios).

Los nuevos parecían asustados (más que yo, seguro) y se comportaron.
(Y yo me aprendí sus nombres aun más rápido que otros años.)

Compartí el lunch con algunos de los viejos.

Y como guinda del pastel, una de las de antes me recibió con un: "Te traje un regalo" y extendió su mano con unos aretes. "Cuando los vi, pensé que tenían que ser para ti", me explicó más o menos en estas palabras.

He aquí los carneritos tejidos de palma:


(Que, además, me chuleó una señora mayor con bastón, a quien había yo rebasado para ganarle en la cola para pagar el teléfono. Nos pusimos a platicar, resultó que también era maestra y hablamos sobre nuestro quehacer antes de que compensara mi descortesía inicial dejándola pasar a pagar su recibo antes que yo. Al final, salí corriendo —y huyendo no sé bien por qué— a hacer mil pendientes, pero alcancé a despedirme de ella desde el coche.)

Y al volver a casa me esperaban, además, "besos, abrazos y mucha energía como la de un buen café" en el correo de una amiga que me recordaba que lo que hago "es una tarea titánica pero loable". (Gracias, Fuen.)
Con creerme que vale la pena y darme chance de disfrutarlo me doy por bien servida.

4 comentarios:

  1. Amiga mucha suerte, y suerte la Que tienen esos chamacos de tenerte como miss!! Abrazos

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  2. Jajaja, el primer día siempre es un poco así...
    Me encantan los pendientes!

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    1. Sí, ¿verdad? Hoy, el segundo, ya estuvo mejor... Y, sí, los pendientes son divinos. Qué gusto que te pases por aquí, Carmen, y me dejes tus palabras. :-)

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