viernes, 16 de agosto de 2019

.8.5.














Ayer salí a la farmacia y, de regreso, me di una vuelta por los jardines del condominio. Entonces me llegué hasta el fondo del predio, más allá de la segunda alberca, donde viven estos dos árboles  —flores de mayo o jacalasúchiles—, que hace muchos años plantamos Santiago, su padre y yo . Su origen fueron un par de ramas que se habían desprendido de un árbol igual en casa de una amiga en Tepoztlán y que nos trajimos de regreso a Cuernavaca. Empezaron en una maceta más o menos pequeña y, a medida que crecían, las íbamos cambiando de contenedor. Al final, decidimos que estarían mejor en la tierra, aunque cuando nos fuéramos de este lugar no nos los pudiéramos llevar. Y entonces los dos jacalasúchiles crecieron y crecieron, casi como un solo árbol, ocupando la esquina donde terminan los edificios.

De camino a mi departamento, recordé, cómo no, aquella vieja canción titulada "Mi árbol y yo", del cantautor argentino Alberto Cortez, fallecido apenas en abril de este año. Y eso me llevó, cómo no, a pensar en mi papá, que hoy cumpliría 85 años (otro leoncito). Una buena parte de la BSO de mi vida (sobre todo de mi juventud, antes de dejar la casa paterna) estuvo determinada por los gustos de él. Entre sus intérpretes populares consentidos destacaba, sin duda, el argentino. Yo lo escuchaba también y me sabía varias de sus letras de memoria.

Después de mucho tiempo, lo vuelvo a escuchar y pienso cómo me gustaría poder pasar un rato con mi papá, a sus 85. Siempre digo que no me lo puedo imaginar con tantos años, pero hoy, sí, un poco. Me gustaría pensar que sería un viejo simpático (ya lo era de joven, pero siempre tuvo que estar demasiado pendiente de guardar la formas). Tal vez con la edad habría podido dejar atrás, finalmente, el qué dirán y las convenciones (en lugar de haberse tenido que marchar tan pronto él mismo). Me gustaría pensar que hablaríamos mucho (como la tía y el sobrino de las Retahílas de Carmen Martín Gaite, otra de sus consentidas) y que, quizás, llegaríamos a decirnos muchas cosas sin tapujos y sin miedo. Quizás hasta podríamos perdonarnos. Y tal vez estaría contento de acompañarme en esta etapa de mi vida. Quién sabe.


Hoy solo puedo recordarlo y celebrarlo aquí, en la intimidad de mi espacio, y desearle que sea feliz donde quiera y como quiera que esté.

Te quiero, pa, a pesar de todo, y te dejo por aquí a tu Alberto Cortez con su árbol:




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