viernes, 20 de septiembre de 2019

Tepoz, otra vez


A más de una amiga le parece que eso de tener a la dentista en Tepoz (y no en Cuernavaca) es una locura. A mí me encanta. Además de que mi doctora es buenísima, ir a una cita con ella es el pretexto ideal para ir a Tepoztlán entre semana, cuando es aún más bonito porque hay poca gente.




Y puede suceder que lo primero que te encuentres en la carretera sea la silueta del Tepozteco con la del Popo (con todo y fumarola) de fondo y logres hacer una foto mientras vas manejando.


O que descubras un pajarito sobre un alambre después de echarte unos deliciosos tlacoyos con doña Elvia.






Y que enfrente del consultorio dental, el sol juegue con las flores de plúmbago (así con acento, porque grave no me suena) y te regale imágenes como esta. 


O como esta otra, de las flores rosas, casi rojas, que se cierran casi de inmediato después de abrirse, y aun así se ven preciosas sobre las paredes.







También puedes robarte ventanas hermosas, con plantas secas por dentro y un cactus por fuera.















O con cerámica por dentro, y tabachín en flor y construcción de adobe por fuera.



También puedes robarte con la cámara un ojo de pollo (la flor amarilla con centro negro,) al sol, en donde se cuela sorpresivamente una mosca (y hasta se ve bonita). 

Y los primeros cempasúchiles silvestres, que anuncian la próxima llegada de los muertos.




Y después del cambio de amalgama y los tlacoyos de chales y de requesón (y los de frijol para traer a casa), en la calle de  salida ondean estas banderitas que aparecieron para alguna celebración, religiosa lo más seguro, y ahora parecen desearte buen viaje de vuelta a casa.













Y, de pilón, al regreso de Tepoz, pasas por Ocotepec y su mercado, donde logras atrapar, desde el auto, unas escobas, unas hojas para tamal y, allá en el fondo, esas flores de calabaza, brillantes y apetitosas.





Todo esto es lo bueno de tener a la dentista en Tepoz y no en Cuernavaca.

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