domingo, 12 de enero de 2020

visita

Una urraca se asoma a mi ventana, mientras estoy dando terapia a un paciente en México. Echa un vistazo fugaz y emprende el vuelo hasta alcanzar la rama de un árbol y posarse entre las hojas secas. Es un pájaro de plumaje negro y blanco. Fue mi amigo Jaime quien me dijo que se trataba de una urraca, cuando le pregunté el nombre de otra ave igual que nos encontramos rumbo a la estación de trenes en Villalba.

Imposible no pensar en mi abuela Rosa, y en mi papá y en  mi mamá, que a los zanates de Cuernavaca les decían urracas.Yo les dije así hasta que Adrián me explicó que no lo eran, que eran zanates. Cuando llegué a Madrid, fueron las primeras aves que vi posarse en estos árboles que adornan las ventanas del estudio, pero Ana no tenía ni idea de qué eran.

Ahora puedo nombrarlas. Quizá eso me aleje de la mera experiencia de verlas, pero me conecta con gentes y experiencias pasadas. Que hoy solo viven en mi mente.


Aquí una urraca madrileña que fotografié antes de saber quién era,
cuando las hojas del árbol empezaban apenas a secarse:




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