martes, 4 de agosto de 2020

i l'ardor temerari que m'encén

allunya les estrelles

Estos versos del poema "En la meva mort" de Bartomeu Rosselló-Pòrcel me han estado acompañando (por decirlo de algún modo) los últimos días (se repiten en mi mente en bucle a cualquier hora del día y los escucho en la voz de Maria del Mar Bonet). Ha sido como entrar en el túnel del tiempo.

Volver a la Barcelona de mis 17 años. Al paseo en el Barrio Gótico, una noche de verano, acompañada de dos de mis primos, cuando pasamos por fuera de un recinto, ni idea cuál era, donde la cantante mallorquina ofrecía un concierto. Después vino comprar el elepé cuya portada pintó Miró y llevármelo a mi casa en México, donde me lo aprendí de memoria como primer paso, pensé entonces, para aprender catalán. (También me llevé entonces una gramática de esta lengua y un diccionario catalán-castellano.) Me había enamorado de la ciudad, de la cultura, de un mundo en que me sentí totalmente acogida. Me acuerdo de mi tío Pedro explicándome cosas (de la gastronomía, de la cerámica...) y de mi otro primo, Pedro Antonio, hablándome de literatura, del poeta mallorquín Rosselló-Pòrcel. (Me parece que me regaló un libro, en edición bilingüe quizá, que aún vive en algún librero de mi casa de Cuernavaca.)

Y hoy, 40 años después, redescubro Barcelona, el catalán, en circunstancias que entonces no habría imaginado. Es como hacer el viaje y la estancia que soñé de adolescente, cuatro décadas después. En la piel aún reconozco los anhelos de entonces, aunque la imagen que el espejo me devuelve sea tan diferente. En el fin de semana, visité a otra amiga catalana, Àngels, en Caldes de Monbui, a una hora más o menos de Barcelona. El domingo al bajar del Farell, la montaña del pueblo, fuimos a desayunar y aprendí lo que es un esmorzar de forquilla, un "desayuno de tenedor", o sea, butifarra, fuet, queso, pan con tomate, allioli, crema catalana y un cortado con hielo. Aunque el nombre me era nuevo, los sabores me llevaron a la primera vez que los probé, en el piso del ensanche de mi familia medio catalana medio asturiana cuando era poco más que una cría. 

Y allá en el Farell, el sol y las plantas y mi camarita rosa le dieron forma a los versos de Rosselló, o así los ilustraría yo:





Dejo por aquí también el poema en la voz de la Maria del Mar:



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