miércoles, 17 de agosto de 2022

Historia de una violeta blanca











Yo tengo dos violetas que dan flores blancas. Vinieron de casa de Dasha, de la crianza amorosa de Juana, hace muchos años. Cuando digo muchos, quiero decir cerca de 15, cuando menos. Mucho tiempo estuvieron en la misma maceta y me acompañaron en mi cubículo cuando trabajé en el Instituto Nacional de Salud Pública. Allá tenía que tener especial cuidado en los días libres al final de la Semana Santa, pues hacía mucho calor y había de dejarlas bien regadas. Sobrevivieron sin problema y siempre floreando. 

Cuando me fui del instituto, se vinieron conmigo, por supuesto, y pasado algún tiempo, decidí separarlas: cada una en su propia maceta. Y siguen floreando. Entre todas mis violetas (alrededor de 20), son las que más agua necesitan, por lo menos una vez a la semana, mientras que las demás pueden aguantar hasta 10 días entre riego y riego. Pero las blancas se alacian pronto. Hay que estar pendientes de ellas. Eso sí, si se me pasa un poco el día de riego, les pongo bastante agua y reaccionan rápido.

De las dos violetas grandes, una ha crecido más, con todo y que la Khandro convirtió en encaje vegetal varias de sus hojas. La otra se fue quedando más pequeña, con un tronco muy largo que la hacía colgar por el lado de la maceta. Con los años he aprendido (y creo que lo he contado aquí en alguna otra entrada) que, a veces, con el paso del tiempo, las violetas pierden sus raíces (queda solo un tronco pelón) y si no se atienden, pueden morir. Esto le sé detectar porque se empiezan a verse pachuchas a pesar del agua. Entonces, la única opción es desenterrarlas, lavarles el tronco y meterlas solo en agua para animar la salida de nuevas raíces.

Cuando sometí a la violeta blanca a este tratamiento, descubrí que tenía una sola raíz muy envejecida que no aguantó el lavado. Entonces la puse dentro de un frasquito de vidrio (de esos de yogur) que luego coloqué sobre un frasco largo y delgado de mermelada, para evitar que las hojas se maltrataran al contacto con la superficie del mueble que sostendría la planta: una especie de unidad de cuidados intensivos para violetas.

Al principio, se le empezaron a secar las hojas más externas, que fui arrancando delicadamente una a una, y pasaban los días y las semanas y seguía todo igual. Alba, que me ayuda con la limpieza y con quien platico de violetas, me veía con cara total de incredulidad y un poco de lástima (creo) cuando yo le aseguraba que la violeta acabaría por echar raíces nuevas, aunque la verdad es que yo ya había empezado a dudarlo también. Eso sí, tras la pérdida de las primeras horas, las que quedaron se veían muy sanas y también tenía hojas nuevas brotándole al centro.

Y fue probablemente más de un mes o después, o casi dos, cuando descubrí las primeras raíces. Sí, ya podía pasar a planta a esperar a que las raíces crecieran, antes de volver a una maceta con tierra. Y cuál no sería mi sorpresa cuando descubrí también que así, en el agua y con apenas unas cuantas raíces, mi violeta blanca echaba botones de flores, que empezaron a abrir tímidamente.











Todo un viaje de muerte y vida y vida y muerte, que al final son ambas parte del mismo acontecer.


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