domingo, 5 de febrero de 2023

Domingo de constitución

No es triste el día, sino yo la que estoy triste. Es parte del proceso. Supongo. Me intento convencer. Recuerdo que hace 29 años nos casamos Adrián y yo. Los aniversarios se me cuelan sin que me dé plena cuenta. Llegan. Se instalan y a veces, como hoy, resuenan con el presente. Ecos de soledad. De nieve helada. De soledad y de luz de primavera. De flores de jacaranda.

El 5 de febrero de 1994 fue sábado. Lo suponía y lo confirmo en gugle. Fue un día feliz, muy feliz. Soleado y de volcán. De baile sobre una tarima con agujas de pino. Y de mole y amigos. Lo recordamos durante los siguientes 9 años nomás y ya pasaron 20 de eso. Cómo se va la vida. Que ni qué.

Hoy me duele la amistad perdida, más que el amor no correspondido. Y está bien sentir lo que siento, me recuerdo, como se lo recuerdo a mis pacientes a menudo. 

El 5 de febrero de 1994 hice un bailecito raro, como dando una vuelta alrededor de Adrián,  cuando me tocó firmar el acta frente al juez. Usé, además, la Montblanc que me extendió mi hermano porque cómo iba a hacerlo con una bic cualquiera. Como si se pudiera otorgar seguridad a la vida con semejante gesto.

Mientras escribo, una sombra se empieza a levantar. Y el peso en mi pecho se aligera. Bendición inesperada.







El 5 de febrero de 1994 mi amiga Ángela me sacó una foto de novia. Adrián la tuvo, en un marco de barro azul —que no recuerdo si fue obsequio también de Ángela— sobre la mesa de su estudio, hasta que ya no la tuvo. Yo conservo un fragmento de esa foto, enmicada como marcador de libros. A veces sé dónde está y a veces la pierdo. Hoy la fotografío en mi balcón, junto a las Bolsita de Judas de Chimal. 

Hoy no te busco. Ni te persigo. Te pienso porque aún no puedo evitarlo. Pero descubro que puedo pensarte desde un espacio abierto. La constricción es una elaboración mental y es mía para soltar.

Hoy estoy triste, pero pasará.


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