jueves, 6 de julio de 2023

t r o l e bús


Esta foto de la parada del trolebús que recorre el camino entre Katmandú y Bhaktapur, en Nepal, con su respectivo vehículo (o par de vehículos), la tomó en 1975 Daniel W. Edwards, a quien no cozco de nada. Me encontré la imagen en la red hace un par de meses y la guardé porque me encantan los trolebuses y porque tengo la aspiración de ir a Nepal algún día, en esta vida si se puede. 

La RAE define así "trolebús" y, además, indica los orígenes del término:

Del fr. trolleybus, y este del ingl. trolley bus.

1. m. Autobús de tracción eléctrica que toma la corriente de cables aéreos por medio de un trole.

Y claro, busqué "trole", que es, ni más ni menos:

Del ingl. trolley 'carretilla'.

1. m. Conjunto de pértigas que sirven para transmitir a los vehículos de tracción eléctrica la corriente de los cables conductores aéreos.

O también es la voz que resulta de acortar "trolebús", aunque el diccionario dice que es poco usada. Y eso de que "trolley" en inglés sea carretilla, quizás, pero también se refiere, precisamente, a un tranvía eléctrico alimentado mediante un trole o al dispositivo mismo que lo alimenta

Yo de muy joven, apenas adolescente, empecé a tomar el trolebús para ir a mis clases de francés en la Alianza Francesa de San Ángel en la Ciudad de México, que entonces era el DF. No me acuerdo dónde lo tomaba exactamente, quizás en Vertiz, aunque esa avenida no estaba tan cerca de casa de mis papás, y me dejaba en Insurgentes, muy cerca de la alianza. Recuerdo (vagamente) que la primera vez que hice el recorrido me acompañó mi mamá para mostrarme cómo se hacía y por dónde iba el trolebús, dónde debía tomarlo y dónde bajarme. Tendría, quizá, 13 o 14 años o quizá menos. Sé que empecé de bastante pequeña a estudiar francés, con un curso para niños llamado Bonjour, Line. Y luego seguí hasta llegar a un curso avanzado de literatura donde leímos a Zola en francés (increíble, pero cierto) y luego casi se me olvidó por falta de práctica. Aunque eso sí, si me emborracho, recupero la fluidez. 

Los trolebuses que me llevaban al francés eran, casi seguro, color naranja. No se llenaban demasiado y el viaje ha de haber costado unos cuantos centavos, no creo que alcanzara el peso (35 centavos, dice el internet, que luego subieron a 50 y 60 centavos cuando se remodelaron; hoy cuesta 7 pesos viajar en estos carros eléctricos).  Recuerdo que una vez que pagabas te daban un boleto rectangular, angosto, de papel casi transparente que tenía letras naranjas y un logo con un círculo, un triángulo y un cuadrado. Yo los conservaba y los usaba como marcadores de libros. Quizá en algún cajón de mi casa quede aún alguno, como detenido en el tiempo. Escribiendo esto, me puedo conectar con la sensación de seguridad que me daba viajar en trolebús, entre el suelo y el cielo. Y con el nerviosismo, producto de la alerta-miedo de perderme la parada para bajar e ir a parar quién sabe dónde.

En una ocasión me fui de pinta de las clases de francés con mi amiga Rocío. Nuestra gran escapada fue ir a visitar el monumento a Álvaro Obregón, muy cerca de la alianza, donde se podía ver la mano del prócer en formol, a sight to see sin duda. No recuerdo si mi madre se enteró, si me regañaron o si me castigaron. Era tan bien portada, que algo así rozaba la criminalidad.

No recuerdo haber vuelto a tomar trolebuses después de ello, quizá en alguna ocasión hoy perdida en los pliegues de mi memoria, pero sí que me gusta, verlos y fotografiarlos, cuando me los topo, que es rara vez.

Y hace ya prácticamente 9 años visité (increíble, pero cierto) en la Ciudad de México una especie de museo del trolebús, que por supuesto no se llama así, sino más bien Museo del Servicio de Transportes Eléctricos. (Lo que hace una en aras del amor o del apego o de lo que sea...) De allá y entonces conservo alguna foto simpática de uno de los bichos más antiguos:









Y de algún ejemplar más moderno en pleno centro histórico de la ciudad, junto al Palacio de Bellas Artes:


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