lunes, 20 de mayo de 2024

Vulnerabilidad 8

Te levantas con el tiempo justo para vestirte, desayunar algo ligero y prepararte un té antes de dar tu sesión de terapia de las 9:30 am. Ya con el tiempo encima, no se te ocurre mejor idea que, rápidamente, echar a remojar una blusa en una cubeta en el patio de servicio.   Quizá te la pongas para el cumpleaños de Frida al día siguiente.

Y entonces, en cámara rapidísima,  te encuentras con una caguama marca Indio (una de esas botellas enormes de cerveza) estrellada en el piso del patio, donde ha vivido durante meses junta a otra de otra marca porque tu hijo y tu nuera dijeron que  estaban quemadas y no te animaste a tirarlas.  El contenido burbujeante se cuela por todos los recovecos del patio y su aroma por toda tu casa, mientras el empeine de tu pie izquierdo queda rajado por el vidrio traicionero de la botella. 

Caminas hacia el baño más cercano, dejando huellas parciales de sangre en el camino. Subes la pierna al lavabo para echarle agua fría a la cortada con la esperanza de que la sangre pare. Te duele el chorro de agua fría sobre la herida, pero no hay tantísima sangre. Piensas que quizá logres cerrar la herida con una curita e ir a conectarte con tu paciente.

Pero cuando sales del baño y te sientas frente a la compu ves cómo los dos márgenes de tu piel están muy separados el uno del otro.  No crees que eso pueda cerrar solo. Cancelas la sesión y le marcas por teléfono a tu hijo. No  te contesta y él tiene el coche. Le marcas por teléfono a Frida, que también tiene coche y vive cerca y, llorando, le cuentas lo sucedido. Voy para allá, te dice. 

Le vuelves a llamar a tu hijo. Ahora sí te contesta. Sigues llorando, pero no sangrando demasiado. Te dice que respires, que arregla sus cosas y te encuentra en un ratito.

Llega Frida  y aún lloras un poco.  La herida no te duele casi nada. (Impresiona lo frágil y sabio que es el cuerpo.) Frida intenta hacer una videollamada con su mamá, que es médico, para  que les diga qué hacer, pero no la encuentra.  Entonces deciden ir a la Clínica Tlatenango, que está en Zapata, cerca de tu casa. Llevas tu pasaporte para identificarte. 

Las reciben amablemente, sobre todo una guardia mujer, y les dan sendos tapabocas (a $5 pesos cada uno). Es una clínica que atiende COVID y son obligatorios. Frida se forma para registrarte y tú te sientas a  esperar. Llevas la herida tapada con una venda. Llamas a Santiago para decirle dónde están. Ya viene en camino y Frida tiene muchas cosas que hacer. Te pregunta si estás bien sola mientras llega tu hijo. Asientes. Se va.

Al poquito rato te llama la enfermera Sonia que te lleva a un cubículo donde te abre un expediente. También te toma la presión, te mide la glucosa y el oxígeno, te pesa, te mide  y te pregunta qué pasó.  ¿Hace cuánto tiempo que se cortó?, pregunta. Como una hora, respondes. Oyes la voz de tu hijo afuera y lo ves de reojo. Sales para decirle dónde estás  y te vas a sentar con él cuando la enferemera te indica que vuelvas a esperar a que te llame la Dra. Fer.

Al poquito rato, te llama una muy joven doctora que te lleva a un cubículo que dice CURACIÓN.  Estás mucho menos nerviosa de lo que esperarías. La Dra. Fer te pregunta hace cuánto te cortaste y le respondas que más o menos una hora. Tienes la impresión de que la gente tarde mucho en atenderse una herida como esta.

Se la enseñas. La evalúa y te dice que necesitará un par de puntadas para ayudarla a cerrar. Le preguntas si podrás nadar. Te pregunta si lo haces profesionalmente. Le respondes que no, que es para refrescarte. Te dije que mejor hasta que te quiten los puntos.

Sonia, la enfermera, está de acuerdo con la decisión de la doctora. Le pregunta si necesita ayuda y la doctora le dice que solo el equipo de sutura. Como en ER o Grey's Anatomy, piensas. 

La doctora Fernanda te pregunta si te asustan las agujas. Le dices que no especialmente pero que tampoco te gustan. Te dice que te va a dar unos piquetitos con anestesia y luego te coserá. Mantienes la mirada en otro lado mientras lo hace y antes que cante un gallo (que para estas alturas ya cantaron hace mucho), estás cosida, vendada y con las instrucciones para cuidarte (tienes que tener la herida tapada dos días y lavártela con agua y jabón neutro cada 12 horas). Le preguntas cuánto debes y te dice que nada. (Gratísima sorpresa.) Le agradeces.

Ya de salida, la guardia amable arregla las cosas, hablando con la Dra. Fer, para que vuelvas el lunes 27 a que te quiten los puntos.  Le agradeces. Y se van Santiago y tú a tu casa, donde alcanzarás a atender a tu paciente de las 12:15.

Piensas que es la primera vez que te han cosido una herida por un accidente. (Parece que, sin importar la edad, siempre quedan primeras veces posibles.) Una vez, te quitaron una bolita del pulgar de la mano derecha y te dieron 2 o 3 puntadas, pero fue planeado. Cuando te operaron de cataratas, te dieron una puntada en el ojo, que luego te quitó el oculista en el consultorio, pero no se veía y fue planeada.  Cuando nació Santiago te hicieron una episiotomía innecesaria que te cosieron en tus 5, así que mejor en eso ni pensar.  Y cuando de adolescente te redujeron una fractura de nariz, no hubo necesidad de abrirte. Tampoco cuando te rompiste la nariz y tuvieron que operarte a principios del 2021. 

Es un milagro que estemos vivos, le comentas a tu hijo, con lo frágiles que somos. También resilientes, piensas. Y piensas que quizá utilices la cicatriz que te quede en el pie  como base para otro tatuaje.




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