sábado, 28 de noviembre de 2020

doméstico, ca

 



Del lat. domestĭcus, de domus 'casa'.

1. adj. Perteneciente o relativo a la casa u hogar.

2. adj. Dicho de un animalQue se cría en la compañía del hombrediferencia del que se cría salvaje.

3. adj. Dicho de un criadoQue sirve en una casaU. m. c. s.

4. m. Ciclista queen un equipotiene la misión de ayudar al corredor principal.


Este adjetivo fue uno de los tema de la semana pasada del grupo de fotografía, ese que abandoné hace algún tiempo y al cual volví durante mi estancia en España. Varias fotos eran de animales criados en la compañía del hombre (o de la mujer...) y cuando estaba a punto de subir una foto de mi Khandro, me encontré con la imagen que abre esta entrada y que saqué, si no el mismo día que llegué de vuelta de Madrid, al día siguiente.

Fue la primera foto de mi balcón, a través de las persianas y del mosquitero. Siempre me han gustado las pinzas para colgar la ropa y la luz que se filtraba era muy suave: un fragmento de ese hogar recordado y en proceso de reconocimiento, de eso  —tan inasible, de pronto— perteneciente o relativo al hogar, como describe la primera definición que propone el diccionario de la RAE para el adjetivo doméstico, ca. Curiosa, además de desconocida, me parece la cuarta: menudo papel el del (ciclista) doméstico o quizá no. Quizá eso de ayudar al compañero sea mucho más gratificante de lo que solemos pensar (o de lo que nuestra sociedad capitalista y egocéntrica nos deja pensar...).

Antes de salirme por esa tangente sociofilosófica, dejo por aquí la foto de mi doméstica gata, en una de sus mejores poses:


la mismísima licenciada echando la siesta


viernes, 27 de noviembre de 2020

Invitado: Chogyam Trungpa Rinpoché


 ¿Por qué meditar?


Nuestra verdadera debilidad es pensar que no somos suficientemente buenos, y que hay alguna seguridad externa que tenemos que encontrar. Si sientes que alguien más tiene la cordura y tú estás jodido, entonces piensas que tienes que convertirte en alguien más, en lugar de ser tú mismo. Cuando, a través de la práctica de la meditación, te das cuenta de que esto es lo que has estado haciendo, entonces tu vida se vuelve real y trabajable, porque ha sido trabajable desde un principio. 


un árbol muy suyo
en el Real Jardín Botánico
de Madrid

Original en inglés y fuente, aquí. / Traducción al español e imagen, mías.

jueves, 26 de noviembre de 2020

Cosas que hago para seguir aterrizando

  • Saco fotos. Muchas fotos. De mí. Del cielo. De mi gata. De algún rincón recuperado de mi casa. De la luz que entra por las persianas y cae sobre la pared.
  • Sacudo el polvo acumulado en las hojas de las violetas. Una a una. Con una brocha de maquillaje en una mano, mientras la otra las sostiene por el envés para que no se rompan.
  • Lavo ropa a mano, haciendo como que no veo el estado en el que está mi patio y, así, voy ganando ese espacio también.  Es un alivio usar las manos y dejar descansar la cabeza.
  • Acomodo o reacomodo rincones de mi casa: la parte de arriba del trinchador del comedor (de esos muebles que mi abuela Adela recibió como regalo de bodas) o la del librero naranja que vive en la sala. Cambio violetas de lugar y, entre ellas, coloco fotos y adornos varios, como la gallina de cerámica, procedente de Brasil, que me regalara hace vidas una amiga Blanca, o la taza de porcelana inglesa que me diera Arabella al desmontar una ofrenda de muertos en la escuela donde ya no trabaja ninguna de las dos.
  • Me quedo pegada hora a la computadora traduciendo artículos médicos que no paran de llegar. Aunque esta no es propiamente una elección, me ayuda a suavizar el aterrizaje y a hacer tierra aunque no quiera.
  • Vuelvo a escuchar mis cedés en un aparato separado de la compu (a la que a veces le digo aún ordenador): b.s.o. almodóvarAmoríos de S. Rodríguez, guitarra barroca o la banda sonora de la cinta Wild.
  • Recuerdo que El Coleccionista es a las 9 de la mañana y vuelvo a escuchar música clásica sin tener que hacer la conversión de las 7 horas entre aquí y allá.
  • Coloreo. Mucho. El libro de mandalas que había dejado en Madrid y que recuperé tras mi escala ahí. (Me esperan los mosaicos hidráulicos que traje de Barcelona.) Y vuelvo a usar las crayolas que no me pude llevar de viaje. (Qué gozo iluminar con ellas.)
  • Juego continental. Mucho. Con Santiago; con Santiago y Yare; con Santiago, Yare y Josmar.
  • Escribo en el blog. Escribir siempre me aterriza, esté donde esté y este blog es un espacio que me ha ayudado a no perder la cordura durante más de una década.
  • Leo. Todas las noches, un poquito. A veces, otro poquito en la mañana antes de levantarme, sobre todo ahora que no he podido volver a despertarme más tarde, como hacía en Barcelona o en Madrid
  • Me corté el pelo, estrategia casi infalible para conectarme conmigo aquí y ahora, sobre todo confiando en las manos mágicas de mi Bruno querido.

Releyendo esto antes de publicarlo, me doy cuenta de que lo que hago no difiere tanto de otros momento de mi vida. O sea, o estoy ya más aterrizada de lo que pienso (y siento) o bien, el proceso de aterrizaje es en realidad un proceso constante, porque las circunstancias de la vida cambian todo el tiempo, pero no solemos (o no queremos) darnos cuenta.

miércoles, 25 de noviembre de 2020

Zanata a la vista

Muchos zanates han pasado por este blog, desde sus comienzos. En fotos, en poemas, en meditaciones. Más machos que hembras, la verdad. Luego me fui a España y no había zanates. Solo su ausencia . La estela de su vuelo. Sus contrapartes europeas, las urracas, que se les parecen mucho menos de lo que me esperaba.

En mi primera salida desde que llegué a Cuernavaca, fui al banco (fracaso total, como suele ser con los bancos), pero llevaba mi cámara, claro. Sacar fotos me va ayudando a aterrizar, a reconocer, a recordar, a reinventar. 

Entre el estacionamiento y el banco, me encontré esta hermosísima zanata que gentilmente se esperó mientras le sacaba una foto:


Y recordé cómo mi abuela Rosa solía decir que los machos, de color negro azulado, eran más bonitos que las hembras pardas. Supongo que se podría calificar la aseveración de sexista. En realidad, qué alivio ser como la zanata parda que no tiene que preocuparse de seducir a ningún macho brillante
.

Las zanatas y sus compañeros son símbolos de mi hogar. Me llevan a la casa de mi abuela Rosa en la Cuernavaca de mi infancia y me acompañan en la Cuernavaca de hoy. Con sus graznidos y su vuelo. Con su presencia constante. Hoy me hacen recordar también a las urracas blanquinegras que me saludaban en "mi" ventana madrileña.

Para cerrar, visito la RAE y descubro que, además del sustantivo "zanate" (que se usa en Costa Rica, Guatemala, Honduras, México y Nicaragua y cuyo femenino es mi aportación), existe el verbo "zanatear" que en Honduras y México significa cuidar las milpas recién sembradas, o ya crecidas, para que el zanate no se coma los granos de maíz y, solo en Honduras y referido a un hombre, quiere decir ir a la conquista de una mujer. Y me encuentro también con el sustantivo "zanatera" que es como los hondureños se refieren a una bandada de zanates. 

martes, 24 de noviembre de 2020

Home 21, armando el rompecabezas 4

 Y hoy es el día de mi tía Olga, que completa mi tercia de cariños de noviembre. Es su cumpleaños y lo celebro mucho porque no sé qué habría sido de mí sin su compañía y su amor durante mi infancia y mi juventud. Lo celebro también porque me dejó otra tía Olga, su hija, a quien llamo de cariño Olguita, que me brinda hoy su compañía y su amor.

Estoy segura de que a mi primera tía Olga le encantaría saber, igual lo sabe de algún modo, que Olguita y yo nos mantenemos cerca y nos acompañamos en el camino de la vida. Que hablamos de ella, que la recordamos, y que nos conectamos en ese espacio cálido y amoroso que para mí sabe a café con leche. Sé de sobra que haber sido la sobrina nieta fue más fácil que ser la hija. Que quizás en este caso recibí yo un cariño menos cargado de oscuridades. Que tuve la suerte de relacionarme con el lado más luminoso de mi tía. Y agradezco a la vida por ello y a Olguita por conservar conmigo ese espacio luminoso y cálido, más allá de las tristezas y las complicaciones.

El año pasado le dejé a mi tía un clavel pensando que era su flor favorita. Olguita me dice que eran los alcatraces. Pero como de esos hoy no tengo y en el altar de muertos que montamos Joana y yo en Barcelona, puse claveles en su honor (uno rojo y varios jaspeados), hoy le dejo esta preciosa cola de borrega, oriunda de México y florecida y brillante en el otoño madrileño, sí de nuevo en el Jardín Botánico:




Gracias, tía, por haberme dado y seguirme dando un espacio amoroso que puedo reconocer dentro de mí y donde puedo conectarme cuando en el mundo de afuera me siento perdida. 

Gracias por ofrecerme ese pedacito de hogar que me salvó entonces y me sigue salvando ahora.

Gracias por darme tu amor y por recibir el mío.

Te quiero. Hoy. 

Te quiero. Siempre.


lunes, 23 de noviembre de 2020

Home 20, armando el rompecabezas 3

Hoy es el día de doña T, de mi querida doña Teresa, la madre de María Eugenia, mi comadre del alma. En el aniversario de su muerte, yo la recuerdo con el cariño de saberla una pieza clave de este rompecabezas que vengo armando para aclararme el sentido de la palabra «hogar».

El de doña T, Tlaníhuitl  en Chimal, nos lo ofreció siempre —a mí, a mi hijo y también a su padre—, como nuestro. Con su casa, su jardín, su volcán, su nogal, su Chara, su belén en Navidad, su ofrenda para Muertos. Allí hemos celebrado durante años los cumpleaños, hemos esperado a los Reyes, hemos visitado a los que ya no están.

Pero pensar en doña T y en su casa va más allá del mero entorno físico. Lo que ella compartió (y María Eugenia lo sigue haciendo) fue un espacio de cariño, de confianza, de cuidado. Ahora que estoy en este proceso de reconstruir mi sensación de hogar, esa calidez de Chimal me reconforta por dentro. Como si tomara varias tazas el té de la casa (de té limón y azahar, creo) o un plato de sopa de fideos.

Y veo a doña T, callada y presente. Pendiente. Reservada pero cómplice. Y le agradezco desde aquí ese regalo que hoy cobra una relevancia particular. No en balde es Chimal adonde me iré unos días para seguir encontrando el equilibrio en este regreso después de un año de distancia. Y aunque ella no estará físicamente ahí, su presencia permea todo el ambiente, hoy acompañada de la presencia también incorpórea de la Chara. Seguro que se darán sus vueltas mientras María Eugenia nos echamos un tequila y jugamos un continental.

Para celebrar nuestra conexión hoy, le dejo una imagen del otoño madrileño que tomé el mismo día de mi partida en el Real Jardín Botánico.

Ella también disfrutaba viajar y confío en que esta combinación de colores le hubiera gustado tanto como a mí :




domingo, 22 de noviembre de 2020

Home 19, armando el rompecabezas 2

Hoy en el blog es el día de mí mamá: su cumpleaños. Cada año la pienso, la extraño, me pregunto cómo habría sido tenerla cerca. Quizá uno de las cosas que mi mamá y yo compartimos, sin darnos cuenta, fue la sensación de orfandad.

De ser huérfano o huérfana dice el DLE que es un adjetivo dicho de una persona menor de edad: a quien se la ha muerto el padre o la madre o uno de los dos. Y mi madre lo era. Perdió a su madre a los 6 o 7 años, de un cáncer de páncreas que se llevó al mi abuela Adela en un suspiro. Cuentan que mi madre niña se escondía bajo la cama de su madre moribunda. Y la puedo ver, sola, helada. desamparada (a lo que alude también el adjetivo, a la falta de algo, especialmente de amparo).

Esa condición de orfandad marcó su maternidad del mismo modo que marcó su vida toda. Y marcó en particular su relación conmigo, con su hija mujer, de quien no pudo acabar de diferenciarse y, así, me heredó esa sensación de falta de ayuda, favor o valimiento a que se refiere el mismo diccionario cuando define el sustantivo orfandad.

En estos días de vuelta de España en que reflexiono sobre el hogar y lo busco, el proceso me ha llevado a tocar esa ausencia, esa orfandad, esa falta de comodidad o de familiaridad, de armonía con mis alrededores. Y me doy cuenta cómo el origen de ese espacio inquietante está en esa ausencia ancestral que me vincula con mi madre.

Ver el fenómeno, volverlo a ver y seguir entendiéndolo, es un paso más hacia la reconciliación conmigo misma  y un paso necesario hacia la reconciliación con el espacio que me rodea, Y mientras sigo recorriendo el camino, le dejo hoy a mi ma una foto del retrato de mi abuela Adela que vive en mi recámara de Cuernavaca y que estos días de alguna manera me ha bienvenido.







Ojalá, ma, encuentres, donde quiera que estés, esa sensación de bienvenida y pertenencia que tanta falta te hizo en esta vida.


jueves, 19 de noviembre de 2020

Home 18, armando el rompecabezas 1

Hoy es el día de Mausy en mi calendario personal. Despierto al son de la licuadora. Es demasiado temprano, pero en Madrid y en Barcelona ya van a dar las 2 de la tarde y mi cuerpo lo sabe. Sigue confundido. Mi mente también.

Hoy recuerdo a Mausy, como cada año, porque necesito un día para recordarla y el aniversario de su muerte se convirtió en ese día. Pero la recuerdo no porque murió, sino porque en vida me regaló esta casa a la que he vuelto hace poco después de un año de ausencia. En ese año, la soñé, la extrañé, la eché de menos, la imaginé. Sobre todo durante los meses del confinamiento en Madrid. Hoy no la reconozco. Aún. Solo a trozos.

Hago fotos, siempre hago fotos, dentro de la casa, fuera de la casa, en el camino: es una estrategia para reconocer, para recuperar, para darle sentido a lo que hoy se encuentran mis ojos, tan distinto de lo de ayer, o quizá menos de lo que creo o quizá totalmente. Como el río de Heráclito, que siempre es otro, y siempre otra la que se mete en él.

Siempre otra quien vuelve a casa. En pos de una Ítaca distinta de la que nos vio partir.

Anoche leía un libro que fui a buscar en Barcelona en mi último paseo por el centro con Àngels. Sin saber por qué, decidí que tenía que leerlo, que sería mi acompañante en el viaje de vuelta y, así, llegué por instrumentos a una librería del Rabal llamada La Lata Peinada, especializada en literatura latinoamericana, y me encontré con él último ejemplar disponible en ese momento de Una casa lejos de casa de la escritora argentina afincada en Madrid, Clara Obligado, un ensayo sobre la escritura extranjera. 

Y llevo dialogando con el texto, a través del texto, más allá del texto, desde que cayó en mi manos. Dice Clara, entre otras muchas cosas que le ponen palabras suyas a los sentimientos míos:

Todo era tremendamente familiar, y a la vez extraño. Esa es la percepción que se tiene del propio país [de la propia casa, respondo yo], cuando se vuelve.


Hoy para Mausy, como agradecimiento por tener esta casa familiar y extraña a la vez, una foto tomada desde mi balcón, que da cuenta, a su modo, de esa extrañeza del regreso:


peces en el cielo


miércoles, 18 de noviembre de 2020

Home 17, apuntes de vuelta 1

 

he decidido que hogar no es un lugar,
es una sensación











Hace unos días, cuando yo aún estaba de aquel lado del Atlántico, una amiga de acá, mi querida Frida, compartió esta imagen en su feisbuc y se la robé. Yo estaba a punto de emprender el regreso a casa (o sea, a México, a mi depa en Cuernavaca) pronto y sabía que este viaje implicaría una reflexión sobre lo que significa para mí la palabra, la idea "hogar". El cuestionamiento se disparó poco después de haber aterrizado, o de estarlo aún intentando.

Me puse a hacer un recorrido por el blog buscando las textos sobre este tema y me encontré con una serie de 16 entradas tituladas "Home". Las primeras 9 corresponden a 9 fotografías de fragmentos de mi casa, con especial presencia de plantas y flores, de entre julio y octubre del 2011 (a casi dos años de arrancado el blog y a 6 más o menos de haber empezado a vivir en este lugar: 1, 2345678., 9). Hoy me parecen como piezas de un rompecabezas que se ha ido armando y desarmando con el paso del tiempo.

La décima entrada con este tema corresponde a julio de 2015 cuando parecía que reconectaba con unas primas y cuando daba un paso más en el duelo del último amor perdido, asentándome de nueva cuenta en mi propio espacio (10). La undécima, de septiembre de ese año, es una foto de Chimal y un texto de Pierce Brown sobre el hogar como el lugar o la persona con la que encuentras la luz en tiempos de oscuridad (11). La duodécima es un amanecer en mi recámara de unos días después (12) y la que sigue, un atardecer en el comedor de enero del año siguiente (13). En la 14, de unos días después del mismo mes, Jonathan Carroll habla de los invisibles, de los detalles que damos por sentados y constituyen el hogar. Y en abril de ese 2016, volví a la luz y las plantas (15).

La entrada 16 me pilló (como dicen allá) en pleno confinamiento en Madrid con una reflexión trasatlántica sobre el hogar y la falta de hogar. Quizá fue el principio de la búsqueda para redefinir la palabra, la idea, la sensación. De empezar a descubrir que es, en efecto, un rompecabezas de piezas cambiantes cuyo sentido se transforma todo el tiempo. Hoy intento volverme a encontrar en el espacio externo que he llamado hogar durante casi 16 años, pero ni huele ni se ve como lo recuerdo ni las imágenes que encuentro en los espejos me hacen el sentido de antes. Experimento una falta total de solidez que, según las palabras del Buda, tendría que poder vivir como una bendición, pues se acerca a percibir las cosas como realmente son. Pero la verdad es que, de momento, me sigue resultando desconcertante e incómoda.

Y buscando y repasando, di también con una enseñanza del Karmapa 17, que había guardado como borrador en septiembre del 2015, y que aprovecho hoy para rematar esta primera reflexión hogareña:


Tu hogar más importante es tu propia mente, más que cualquier otro. Tienes que volver a ese hogar, llegar a conocerlo un poco mejor. Y cuando descanses en tu hogar, aun durante un momento, podría ser el descanso más bello que tengas jamás. Ese es el comienzo de encontrar significado en tu vida. Ese es el comienzo de hacer las paces contigo mismo.

Original en inglés, aquí. / Traducción al español, mía.


 Y mientras sigo en el camino con esa intención, un fragmento de mi hogar externo, atrapado desde el autobús entre el aeropuerto y Cuernavaca:

Tepozteco a la vista



lunes, 16 de noviembre de 2020

sueño 22.


Mi primer sueño de este lado del mundo (¿mi lado?). Y sucedía en Madrid. Y había un escritor, que daba un taller o algo así. Y había un cielo azul. Muy azul. También una escritora que no tomaba el taller, pero estaba vinculada de algún modo. También había canicas. Muchísimas canicas de vidrio transparente, creo.

En un momento dado, después de una decepción o un enojo o una incomodidad, yo entraba en el cuarto de la escritora, a pesar de las advertencias de alguien (mi hijo, mi conciencia, qué sé yo), que me acompañaba y me aconsejaba que no lo hiciera. Yo no hacía caso y, una vez en el espacio ajeno,  aventaba las canicas por los aires y luego las veía rodar por todos lados, con la conciencia de que mi actuación no pasaría desapercibida, de que tendría que esconderme o afrontar las consecuencias. Me preguntaba si sería capaz de responder.

Al final huía y me escondía junto a unos niños que nadaban en el mar. (Ya no era Madrid o a Madrid le había nacido un mar. Quizá para rescatar a la sirena varada.)

Desperté triste. Sacada de onda. Sin saber muy bien dónde estoy o dónde quiero estar. Con mucha luz y una temperatura que del otro lado del mar sería inconcebible en esta época, más ahora que:  «Contigo se fue el veranillo de San Martín», como me escribió Ana.

Y quién sabe que, como dice Sabina, siempre hay un sueño que despierta en Madrid.

A seguir procesando la vida, pues.





Y de pilón, una canción de Cri-Cri, que acabo de conocer gracias a mi amiga Evelyn, sobre canicas, claro: 



miércoles, 11 de noviembre de 2020

Varada en Madrid

menina patio de sevilla
a la entrada de la 
Torre Europa








La RAE dice que en Colombia, México, Uruguay y Venezuela "varar" significa "quedarse detenido en un lugar por circunstancias imprevistas". Así me quedé yo en Madrid, cuando no me permitieron volar a Roma porque de ahí iría a Nueva York y de ahí a México (sí, una locura total) y me informaron que no se podía entrar en Estados Unidos de ninguna manera..  Y entonces me quedé con mis dos maletas, sin móvil/celular (porque no tengo, lo asumo) y llorando por debajo de mi incomodísima mascarilla blanca de pato, mientras ideaba la manera de contactar a Ana, la amiga que en Madrid ya me había hospedado durante 9 meses, incluido el (primer) confinamiento. Un amigo dice que "Varada en Madrid" suena a canción de Sabina (bueno fuera que Sabina cantara mi historia pero me conformo con aquello de que "siempre hay un tren que para en Madrid", aunque en mi caso fuera avión).


reflejos madrileños cerca de La Castellana

Así que heme aquí de vuelta en una ciudad que me vuelve a encantar, en donde se me abre el corazón y mis ojos se llenan de azul. Y heme de vuelta también en casa de Ana, quien no dudó ni un segundo en decirle que sí al policía que le habló para decirle que su amiga Adela necesitaba ir a su casa porque no podía continuar su viaje. Es muy curioso las vueltas que da la vida y las lecciones que nos ofrece si podemos verlas. Humildad y agradecimiento son, sin duda, dos de las mías. Lo de la incertidumbre y el soltar también se me va dando bastante mejor.


Isabella de Plensa, sobre La Castellana


Pude arreglar ya volar directo de Madrid a México en un par de días y mientras tanto cierro este viaje de un pelín más de un año en el mismo sitio donde lo inicié y eso tiene algo de mágico. Me vuelvo a despedir de Madrid con la sensación de que siempre volveré, de que nos llevamos dentro una a la otra. Visito algunos de mis sitios favoritos e incluso ejerzo de guía para una querida amiga que empieza a vivir en esta ciudad de la cual quiero que se enamore igual que yo.


ella, mi amada Torre Picasso



domingo, 8 de noviembre de 2020

e l e v e n


O sea que hoy es nuestro bloguiversario número once.

O sea que hoy es nuestro primer bloguiversario capicúa.

O sea que hoy inicia la segunda década de vida de este blog.

Y lo celebro aún en España, pero con un pie, o un ala, ya rumbo a México.

Y lo celebro con este mensaje enlatado que me encontré paseando por Barcelona, sí, mientras me despedía:




Y me veo un poco a mí misma,
pero sobre todo veo a todos los seres que se pasan por aquí
y me leen y me comentan o no me comentan
y se conectan conmigo de un modo u otro,
dándole razón de ser a este espacio.

Gracias mil.

sábado, 7 de noviembre de 2020

Otoño 10, a medio camino

Ya se sabe que quien mucho se despide tiene pocas ganas tiene de irse. Bueno, yo después de mi caminata otoñal de ayer, a mes y medio más o menos de que oficialmente se acabe "la tardor", ya me empiezo a conectar con mis ganas de volver a casa y empezar allá nuevos proyectos, nueva vida y retomar la vida que me espera, mis cariños, mis pendientes.

Salí temprano de casa para ir a un laboratorio a hacerme la famosa pcr (esperemos que salgo negativa y me permita cruzar fronteras sin mayor problema ). Nou Barris iba despertando a medida que yo caminaba a Virrei Amat a tomar el metro: la Rosario empezaba a acomodar frutas y verduras en su puesto de Passeig Urrutia; en el Carrer del DoctorPi i Molist, la Adelaida (supongo que así se llama por el nombre de la floristería) sacaba flores y macetas a la calle, sin mascarilla para la labor (su cara tiene una vis mucho más equina de lo que se ve cuando va cubierta). Así trajinaban todos, ajenos, por supuesto, al hecho de que yo me iba despidiendo.

Me bajé en el metro Diagonal, en pleno ensanche, muy cerca de els Jardinets de Gràcia y caminé hasta el Carrer de Còrsega. Después de que me introdujeran un minihisopo por la nariz hasta el cerebro, empecé mi caminata de despedida del centro de Barcelona, bueno, un cachito del Paseo de Gracia, donde vi la decoración navideña, apagada, claro, pero llenando la calle de mariposas. 





De ahí, me fui a la zona de la Sagrada Familia, donde lo cierto es que perdí la Avenida Gaudí y por poco me regreso sin pasar por el antiguo Hospital de Sant Pau, pero la recuperé y, como suele suceder, afiné mi mapa de Barcelona ahora que me marcho.





Ayer la ciudad condal estaba vestida de gris, pero su belleza brillaba de ese modo particular que tienen los días nublados, como una fotografía en blanco y negro. Recorrí, pues, el tramo entre la basílica y el hospital de ida y de vuelta (para volver al metro). Me tomé un café con un cruasán (nada de cuernitos acá), sentada en una banca, con dos ojos que me miraban. 







Vi unas palomas bañarse, con todo y el frío que hacía, ajenas a la belleza modernista que las miraba a ellas. Compré unos últimos regalos para llevar a casa e hice unas últimas fotos de la obra cumbre de Gaudí, antes de volver a meterme a las entrañas de la ciudad.


 






Y quedé resonando con una de las preguntas que te puedes encontrar en algunas calle de Barcelona., Me recordaron, además, a los versos que aún quedaban aquí y allá escritos en las calles de Madrid.  Y pensé cómo ahora regreso a México con ambas ciudades, la capital española y la capital catalana, ocupando un cariño equivalente en mi corazón.


Ojalá mi amiga Joana tenga razón y en un par de años ande yo de vuelta por estos lares.




jueves, 5 de noviembre de 2020

Invitado: Dzongsar Khyentse Rinpoché

 

When you are looking for luck, the door to un-luck opens. Luck is when you are content with whatever you have.


hallazgo en el Parque de la Guineueta

Cuando estás buscando suerte, se abre la puerta a la falta de suerte. Suerte es cuando estás satisfecho con lo que sea que tengas.


Cita tomada de aquí. / Traducción al español e imgen, mías.

martes, 3 de noviembre de 2020

Invitado: Chogyam Trungpa Rinpoché

 

Superar tanto la esperanza como el miedo


Cuando esperas algo en tu vida, te decepcionas o te alteras si no sucede. En caso de que suceda, entonces te alegras y te emocionas. Estás constantemente subiendo y bajando en una montaña rusa. Sin nada que esperar y nada que temer, se logra el estado sin miedo.  
















Original en inglés y fuente, aquí.
Traducción al español e imagen, mías.

domingo, 1 de noviembre de 2020

Día de Muertos 5

 



Lo último que imaginé en la vida es que montaría yo un altar para mis muertos en Barcelona (of all places...). Pero la vida es así de sorpresiva o más. Como la muerte.

El caso es que mi amiga Joana me propuso que pusiéramos la ofrenda en su casa (en su comedor) a pesar de que para ella, y para el viejo mundo en general, la celebración no tenga mayor significado, como contaba yo aquí hace un año. Bueno casi un año, porque en esta ocasión me he adelantado un par de días: montamos el altar ayer y hoy será nuestro segundo día de castanyada y panellets (los dulces catalanes típicos para estos días).

La ofrenda este año no tiene fotografías (las de mis muertos están todas en México), pero sí que tiene pan de muerto (el de la tortillería gracienca), mandarinas, papel picado (hecho a mano por Joana y por mí con lo que aquí llaman papel de seda, nuestro papel de china) y hasta una calaverita de azúcar decorada (proveniente de Madrid y comprada a precio de oro en otra tortillería, más bien como miscelánea, de productos mexicanos). 

También tiene cigarros (para mi mamá y mi tía Olga), vino dulce (bebida tradicional para la castanyada), Tiene agua y sal y un espejo y 4 velas anaranjadas en sendos vasitos de yogur, proveniente de un bazar de chinos, que es donde aquí se compran las velas. Tiene dos juguetes, que para mi representan el paso del tiempo, lo que fue y ya no es: una combi amarilla de tracción (que además me recuerda a mi tía Marisa que tuvo una así en la vida real) y una baldufa (pirinola o peonza) que compré hace poco cerca del Montseny.



Tiene unas conchas del Mediterráneo, porque la vida y la muerte están en todos sitios, y unas hojas de los árboles que aquí llaman plátanos, que adornan muchas ciudades europeas, y se desvisten en el otoño, claro, recordándonos la transitoriedad. Flores pusimos también por supuesto, de las de acá: panaculata (como nuestra nube blanca), una suerte de nube violeta, minúscula, y claveles de varios colores: los rojos en honor de mi tía Olga y uno morado oscuro, casi del color de nuestros terciopelos. Y tiene un corazón rojo brillante. Todo está dispuesto sobre un camino de maduixas (fresas en catalán) y un mantelito mexicano blanco deshilado.

Al centro, junto a la calavera de azúcar, están las dos principales homenajeadas de este año: la Chara, la hermosa perra que mi comadre rescató hace muchos años y que vivió en Chimal hasta hace unas semanas, y la Ñaña, mi preciosa gatita negra que vivió en mi casa de Cuernavaca hasta marzo de este año. Lástima que al final no le pedí a Anna, amiga de acá, que nos donara unas croquetas para ellas. Se las debo para el próximo año. Y honrar a las mascotas invoca a mi querida Dasha a este espacio sagrado que es suyo también, como todos los años.

Así el Día de Muertos en este extraño y desafiante 2020, del otro lado del Atlántico.



Que todos los seres encontremos la felicidad verdadera y estemos libres del sufrimiento...