pensando en Cortázar
Asegúrese de estar situado en la latitud y longitud correctas, ya que no en todo el planeta llueve en la misma época del año. Una vez que haya confirmado sus coordenadas, eche un vistazo al cielo. (No confíe en los servicios meteorológicos. Por un lado, su margen de error es bastante elevado y, por otro, le quitan la inspiración a cualquier buen aguacero.)
Las nubes que aseguran un chaparrón digno de ser visto suelen ser de color gris oscuro, como la panza de algunos burros, aunque conservan indicios del brillo solar entre su tejido de agua. Es frecuente que las acompañe un viento, ora suave, ora violento, cuya temperatura oscila entre fresca y fría. Su piel, sobre todo aquellas regiones expuestas al medio, será el mejor termómetro. (Evite taparse en exceso. El riesgo mayor no pasa de ser un resfrío.)
Finalmente, elija la ventana desde la cual se dispondrá a disfrutar del espectáculo, suponiendo que prefiera ver llover y no mojarse. Se sugiere una abertura de buen tamaño, quizá la de un balcón o una terraza, siempre y cuando las persianas estén levantadas y no obstaculicen el camino de su mirada.
Cuando el lapso entre los rayos y sus correspondientes truenos sea mínimo, considere que se ha dado la tercera llamada. Abandone cualquier otra actividad, concentre sus sentidos en las cortinas líquidas que empiezan a caer del cielo. Y no olvide nunca abrir su corazón. Si no, la lluvia no podrá lavarle el alma.
Si por alguna razón la tormenta lo sorprende acostado en su cama, no es preciso que se levante. Escuche el tamborileo de las gotas sobre los cristales, sobre los techos de los autos, sobre los adoquines del piso. Permita que la lluvia entre por sus oídos y escurra por sus mejillas, como si llorara sin proponérselo.
Asegúrese de estar situado en la latitud y longitud correctas, ya que no en todo el planeta llueve en la misma época del año. Una vez que haya confirmado sus coordenadas, eche un vistazo al cielo. (No confíe en los servicios meteorológicos. Por un lado, su margen de error es bastante elevado y, por otro, le quitan la inspiración a cualquier buen aguacero.)
Las nubes que aseguran un chaparrón digno de ser visto suelen ser de color gris oscuro, como la panza de algunos burros, aunque conservan indicios del brillo solar entre su tejido de agua. Es frecuente que las acompañe un viento, ora suave, ora violento, cuya temperatura oscila entre fresca y fría. Su piel, sobre todo aquellas regiones expuestas al medio, será el mejor termómetro. (Evite taparse en exceso. El riesgo mayor no pasa de ser un resfrío.)
Finalmente, elija la ventana desde la cual se dispondrá a disfrutar del espectáculo, suponiendo que prefiera ver llover y no mojarse. Se sugiere una abertura de buen tamaño, quizá la de un balcón o una terraza, siempre y cuando las persianas estén levantadas y no obstaculicen el camino de su mirada.
Cuando el lapso entre los rayos y sus correspondientes truenos sea mínimo, considere que se ha dado la tercera llamada. Abandone cualquier otra actividad, concentre sus sentidos en las cortinas líquidas que empiezan a caer del cielo. Y no olvide nunca abrir su corazón. Si no, la lluvia no podrá lavarle el alma.
Si por alguna razón la tormenta lo sorprende acostado en su cama, no es preciso que se levante. Escuche el tamborileo de las gotas sobre los cristales, sobre los techos de los autos, sobre los adoquines del piso. Permita que la lluvia entre por sus oídos y escurra por sus mejillas, como si llorara sin proponérselo.
magistral.... hermoso. gracias! gracias por bloggear la sensibilidad de la impermanencia y la interdependencia. un abrazo como arcoiris.
ResponderBorrarjulia
Gracias a ti, Julia, por recibirla con apertura y entusiasmo, por completar el acto de la creación desde la magia de esta espacio que existe y no existe al mismo tiempo. Un abrazo de regreso.
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