sábado, 20 de diciembre de 2014

Invitado: David Whyte


La vulnerabilidad

No es una debilidad, una imposición pasajera, o algo sin lo cual nos podamos arreglar; la vulnerabilidad no es una elección, la vulnerabilidad es el trasfondo subyacente, siempre presente y perdurable de nuestro estado natural. Huir de la vulnerabilidad es huir de la esencia de nuestra naturaleza, el intento de ser invulnerables es el intento vano de convertirnos en algo que no somos y sobre todo, de cerrar nuestro entendimiento a la pena de los demás. Más seriamente, al rechazar nuestra vulnerabilidad nos negamos a pedir la ayuda específica necesaria en cada vuelta de nuestra existencia e inmovilizamos los fundamentos esenciales, conversacionales, como lo es la marea, de nuestra identidad.

Tener un sentido efímero y aislado de poder sobre todos los eventos y circunstancias es un lindo privilegio ilusorio y quizá la vanidad primera y hermosa de ser humanos y sobre todo de ser jovenmente humanos, pero es un privilegio al que hay que renunciar con esa misma juventud, con la enfermedad, con los accidentes, con la pérdida de quienes queremos y no comparten nuestros poderes intocables; poderes eventual y más enfáticamente abandonados a medida que nos acercamos a nuestro último aliento.

La única elección que tenemos al madurar es cómo habitar nuestra vulnerabilidad, cómo nos volvemos más grandes y más valientes y más compasivos a través de nuestra intimidad con la desaparición, nuestra opción es habitar la vulnerabilidad como ciudadanos generosos de la pérdida, robusta y plenamente, o al contrario, como avaros y quejicas, renuentes y temerosos, siempre en el umbral de la existencia, pero nunca intentando entrar valiente y plenamente, nunca queriendo arriesgarnos, nunca atravesando plenamente la puerta.



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Original en inglés y fuente, aquí.
Traducción al español e imagen, mías (dedicadas a Javier).

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