jueves, 25 de diciembre de 2014

Mañana de Navidad


Ya no llueve, pero el cielo sigue bastante encapotado. Se oyen algunos pajaritos tempraneros, que no saben que hoy pueden dormir hasta más tarde. Por lo demás, es una mañana silenciosa. Yo me levanto pronto, aunque me cuesta abandonar el lecho calientito (anoche acabé poniendo alguna cobija extra). Estoy tentada a pensar cómo hubiera sido si..., pero me detengo. Y entonces recuerdo cómo era amanecer en casa de mis papás el día de Navidad, cuando ya había pasado toda la emoción de la cena de Nochebuena. Y se me vienen dos recuerdos muy claros a la mente: El sabor del relleno sobrante del pavo, que mi madre preparaba con castañas. En el desayuno, lo comíamos sobre pan Bimbo tostado (entonces no era un sacrilegio comer pan Bimbo). Sabía riquísimo. El otro recuerdo es del comedor mismo: Esa mañana, por única vez en el año, nos sentábamos los cuatro a la mesa sin poner el plástico blanco con que siempre la protegíamos. Quedaba la cubierta de la noche anterior, que solo se usaba en ocasiones muy especiales: un mantel beige tejido a gancho (no me acuerdo quién era el autor o autora, alguien de la familia seguro, habrá sido un regalo de bodas para mis papás), a través del cual se colaba el color oscuro de la madera de la mesa. Era un momento de calma. Estábamos rodeados de los restos de la noche anterior (copas y platos sin lavar, papeles de envoltura descartados, quizá algún cenicero con cenizas), en pijama aún y sin haber pasado por la regadera. No había preocupaciones ni prisas.

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