o de cómo intento ganarle la partida a samsara
Hay una práctica en el camino budista llamada "Los cuatro preliminares comunes" o "Los cuatro recordatorios". Como sus nombre indican, constituyen, por un lado, una contemplación que nos prepara para llevar a cabo otras prácticas, aunque en sí mismos constituyen un trabajo profundo con la mente y con nuestros patrones habituales (como es el caso para todo el camino de meditación en realidad). Por otro lado, se les describe como cuatro pensamientos que nos orientan hacia el dharma (hacia el camino, hacia la verdad, hacia las enseñas del Buda) en oposición a todos los pensamientos que minuto a minuto nos enganchan con la dimensión mundana, con la existencia cíclica a la cual nos anclan nuestros patrones mentales neuróticos habituales (samsara en sánscrito).
El cuarto de estos recordatorios reza así: Los hogares, amigos, placeres y riquezas del samsara son el suplicio constante de los tres sufrimientos, como un banquete antes de que a uno lo ajusticie el verdugo. Debo cortar los deseos y apegos y esforzarme por lograr la realización.
Como señalan los maestros, la validez que las enseñanzas de Sidarta Gautama tienen hoy depende del sentido que les encontremos en nuestra vida cotidiana, mucha más allá (o más acá) de tomarlas como meras disertaciones filosóficas, más o menos profundas y trascendentes. Y así, este cuarto recordatorio tiene que ver con estar conscientes del sufrimiento que implica estar en el samsara, sin que se invalide la posibilidad de disfrutar lo disfrutable, pero sin aferrarnos a ello: esta sería una manera de entender la realización.
Yo ayer, mientras comía, frente a la tele, viendo un programa de concursos y sin pensar demasiado en nada, empecé de pronto a llorar, bastante inconsolable. Pero noté que no era el llanto común y corriente de tristeza, depresión o soledad. Este era un llanto que me salía de más adentro del pecho y, eso sí, me seguía abriendo el corazón. Entonces me di cuenta, no solo con la cabeza, sino con el cuerpo, con la piel, que una de las causas principales de mi sufrimiento ha sido creer que puedo ganarle la partida al samsara (outsmarting samsara decía Trungpa Rinpoché).
En otras palabras, cuando reencontré el amor el año pasado, me conecté, sin conciencia, con la arrogancia de que todo se había resuelto en mi vida, sin acordarme de que en el samsara nada se resuelve en realidad: todo cambia, cualquier evento es pasajero y nos lleva al sufrimiento si nos aferramos a él como si fuera sólido y real. Y ayer esa arrogancia se resquebrajó toda. Experimenté, más allá de la racionalización, que no puedo ganarle la partida a la existencia cíclica, que intentarlo implica prolongar el engaño y el sufrimiento. Y fue fuerte, doloroso y liberador; me quedé sintiéndome totalmente vulnerable, como si me hubieran desnudado por completo. Y me di cuenta, también, que en última instancia todos los seres somos así de vulnerables y es precisamente desde ahí desde donde podemos acceder a la realización de la que habla el cuarto recordatorio, aquí y ahora, en cada momento de nuestra existencia.
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