lunes, 23 de febrero de 2015

Impermanencia 8


La palabra impermanencia no está registrada en el Diccionario. Las que se muestran a continuación tienen formas con una escritura cercana.
  • impertinencia.
  • permanencia.
Esto es lo que nos encontramos si buscamos el término que hoy vuelvo a proponer. Aunque pareciera que las sugerencias de la RAE poco tienen que ver con lo que busco, resulta que la tercera definición de "impertinencia" es: 3. f. p. us. Susceptibilidad excesiva, nacida de un humor desazonado y displicente, como lo suelen tener los enfermos. Dejémoslo en que cualquier parecido con mi disposición de esta temporada es mera coincidencia...

En cuanto al segundo término, el diccionario define "permanencia" así: 1. f. Duración firme, constancia, perseverancia, estabilidad, inmutabilidad. Y esto me resulta por demás interesante, pues así es como siento que es el mundo —estable, constante, firme—, aunque racionalmente pueda decir que todo es transitorio y efímero, sobre todo porque he tenido contacto con las enseñanzas del Buda, que nos machacan con esta realidad sin piedad, y ni así la he podido hacer mía del todo. Bueno, en mi defensa digamos que esto de trabajar con la mente y con los patrones habituales es un proceso y por suerte la vida siempre nos ofrece nuevas oportunidades para aprender las lecciones.

Ayer, ni más ni menos, estaba en el cine viendo la película por la que Julianne Moore ganó el Oscar como mejor actriz (Siempre Alice) y de pronto me di cuenta (quizá a propósito de la pérdida de recuerdos y de la propia identidad que sufre la protagonista, diagnosticada con Alzheimer precoz) que gran parte de mi sufrimiento de los últimos meses tiene que ver con que tomé como permanente lo que no lo es —y bueno, en esta dimensión en que vivimos nada lo es. Yo me creí y me aferré a la idea (inconscientemente o casi, hasta anoche) de que un amor que había sobrevivido más de treinta años era inmune a la transitoriedad. Es decir, me aferré a algo que solidifiqué en mi mente, tomándolo como inmutable. Y entonces me cayó el veinte (otra vez) de que por su propia naturaleza, nuestro amor, el amor, cualquier sentimiento, cualquier fenómeno compuesto es impermanente, transitorio, efímero y justamente tratar de atraparlo y no dejarlo ir es lo que me provoca el dolor, sí mi propia mente. Y eso que medito. No me quiero imaginar cómo sería la cosa si no meditara.

Así que, sumando a esto de la impermanencia, la conciencia de que solo el presente existe: hoy solo hay hoy, ni treinta años atrás, ni un año atrás, ni siquiera unos cuantos meses. Y los recuerdos, mientras duren, podrán ser buena compañía en la medida en que puedan deambular en libertad y con espacio, no como una manera de latiguearnos o de aferrarnos ni a lo que fue ni a lo que pudo haber sido.

Ya veremos cuántas lecciones más necesito...

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