Ayer se graduaron mis alumnos de noveno, cerrando así sus tres años de secundaria. Además de alistarse para la preparatoria, les tocaba despedirse de la escuela donde algunos habían estado más de 10 años. El día estaba precioso: brillante, luminoso y con un cielo azul azul, regalo de las lluvias torrenciales que enjuagan la ciudad cada noche.
Y cuando decidía qué aretes ponerme para la celebración, opté por aquellos que me regalaste en el Bazar del Sábado (¿te acuerdas?). ¿Por qué no?, me dije, es una manera simbólica de cambiarles el significado y, además, son de vestir. Así que los limpié con cuidado (llevaban bastante tiempo acumulando pátina) y me los puse. Me gustó cómo se veían, en especial con mi "peinado muy particular" (como dijo otro de ellos), ese que tú no conociste, ese que me hice para sentirme otra, una que no había sido contigo.
Y en la carta que me escribieron, como parte del ritual de graduación, ya no había buenos deseos por mi próxima mudanza, como los hubo hace dos años. ¡Dos años! (¿Te acuerdas?) Y yo ya no hablaba de complicidades pasadas. Al irse esta generación, no hay ya en la escuela ningún alumno cómplice. Los que quedan ya no te conocen ni conocen lo que hubo entre nosotros.
Y esto, sin duda, es otra liberación. Un peldaño más de la espiral hacia el olvido... o hacia la aceptación.
Amiga sentí mucho no estar ahí. Te admiro y honro tu trabajo para resignificar la historia. Abrazos fuertes
ResponderBorrarY nosotros te extrañamos a ti. Démosnos los abrazos en persona pronto.
Borrar