viernes, 13 de julio de 2018

El futbol y yo



No sé bien cuándo empezó la onda entre este deporte y yo. Nunca ha sido demasiado intensa (hasta este Mundial), pero siempre ha andado por ahí, entretejida de alguna manera con mi vida.

En mi casa, de niña, no se veía futbol, ni ningún otro deporte, para el caso. Mi hermano salió deportista y veía el tenis, acompañado de mi mamá, y el futbol, más bien solo. Le iba al Cruz Azul.

Yo no tengo muchos recuerdos de los Mundiales en México, ni del 70 ni del 86.

Mi abuela Rosa, en su casa de Cuernavaca, veía futbol. Los domingos. Más bien sola (o cuando venía alguien de "su" familia). Era de Guadalajara y le iba a las Chivas. Claro. También veía el box. Los sábados por la noche.

Y a mí el futbol ni me iba ni me venía. Sabía de personajes como Hugo Sánchez, Pelé, Maradona, Beckenbauer.

Luego me casé y vi con Adrián el Mundial del 94, dos años antes de que naciera Santiago. De entonces sí tengo el recuerdo vívido de cómo, cuando Colombia metió un autogol jugando contra Estados Unidos, Adrián rompió de un puñetazo la mesa de la sala, que venía de casa de mis papás, y yo dejé de ver futbol. (Todavía me parece increíble que al pobre jugador colombiano lo hayan matado al llegar a su país.)



Y entonces Santiago creció y le empezó a gustar el futbol: verlo y jugarlo. Le fue al Cruz Azul y luego dejó de irle. Y le empezó a ir al Barça porque nuestro Rafa Márquez era defensa ahí. Luego Márquez se fue, pero la afición de Santiago por el equipo catalán siguió. 

Aquí he contado la historia de mi propia afición blaugrana, que comenzó como táctica para ganarme a un alumno latoso y líder y luego se convirtió en una afición genuina, compartida con mi hijo. Sus otras inclinaciones futboleras, son para mí un  pasatiempo favorito cuando él anda por casa, echado en el sofá frente a la tele, y yo coloreando.

Entonces a mis personajes se sumaron Messi, Iniesta, Piqué, Villa, Xavi Hernández y "rivales" como Ronaldo o Griezmann. (Y empecé incluso a reconocerlos cuando los veía en la cancha.) 



  
Celebré la victoria de España en el 2010 en Sudáfrica. (También sufrí el partido entre México y Argentina de ese mismo mundial, pues se me ocurrió invitar a mis amigos argentinos a verlo a mi casa...) Lamenté la derrota de Argentina en 2014 en Brasil. 

Y así, llegó el Mundial del 2018 en Rusia. Para mí, equivalía a tener a Santiago en casa de vacaciones durante un rato largo, así que me hice de más mandalas y colores para acompañarlo a ver los partidos. Y resultó que cada vez pinté menos y vi más futbol. En la casa. En la escuela con mis alumnos (sorprendidos por mis conocimientos y gusto por el arte del balón) y algunos colegas. En casa de mis amigos, vecinos de los edificios, donde creí que su hijo Mateo había inventado la porra para el "El Chucky Lozano" y donde celebramos la victoria de México frente a Alemania (y me reencontré con Memo Ochoa y conocí a Carlos V) y lamentamos su derrota frente a Brasil.

Fui entendiendo cada vez más del juego y descubriendo patrones interesantes: Para realmente engancharme con un partido, tengo que irle a uno de los equipos y dejar salir mi pasión (y mi agresión aún se cuela también). De otro modo, me aburro. (Suena como a algo que nos pasa en otros momentos de la vida, ¿no?)



Santiago y yo hicimos un top 5 de equipos que queríamos que ganaran: México, España, Argentina, Islandia y Nigeria o Senegal (en un orden de preferencia ligeramente diferente). Y uno a uno, los fueron eliminando. Y yo, partido a partido, fui clavándome más en la competencia. A esto ayudó mucho, también, el programa sobre el mundial, De ida y vuelta, que mi amigo del bachillerato, Gerardo Kleinburg, ha presentado cada noche (a las 9) en el canal 22 desde que empezó la copa (¡aún quedan tres programas más!)





Para la segunda semifinal (Croacia-Inglaterra), Santiago y yo nos lanzamos al cine a verla. Fue increíble ver a los jugadores y al balón con tanta claridad y descubrir detalles que en mi pantalla prehistórica me habían pasado desapercibidos por completo. Ya para ese momento, sin ningún país latinoamericano sobreviviente, había yo optado por hinchar por los croatas, a pesar de que le ganaron a Argentina. En principio porque está Rakitić, del Barça claro, pero luego por la garra y el corazón que tienen cuando juegan. Y porque está Modrić, y qué más da que sea del Real Madrid, y está Mandžukić y está la guerra en sus historias y porque siguen corriendo y jugando cuando parece que ya no pueden. Y está Zlatko Dalić, su técnico, que es guapo y gentil y nos encanta a mi amiga Fuen y a mí.



Antes, en el partido de Croacia contra Rusia, había descubierto que ya sabía ver futbol de verdad cuando rogué por que no se fueran a penales (qué angustia, por dios). Hasta hace poco (en el mundial pasado seguro), esa era la parte que más me gustaba de un partido, porque era la única que realmente entendía. Hoy me aterra.

Ojalá que la final no se decida en penales. Y ojalá que gane Croacia, que de alguna forma ya ha ganado, al estar ahí frente a Francia. Pero ojalá ojalá ojalá se lleve la copa a casa.







Este último partido (qué tristeza...) lo veremos con los amigos: Algunos le van a Francia y otras a Croacia, como Santiago y yo. Todo un ejercicio de tolerancia y convivencia (que espero sobrevivir).

Algo más que aprendí es que se puede celebrar la victoria de los equipos que nos gustan sin necesidad de regodearnos en la derrotas de los que consideramos "enemigos". (No siempre fácil, pero posible, sin duda.)




Y también vivo algo que nunca me había pasado antes: Empiezo a imaginar la espera de 4 años hasta el siguiente mundial.

2 comentarios:

  1. Que bueno saberte aficionada a un deporte en el que crecí por venir de una familia totalmente fútbolera. Es apasionante, esta vez voy con Francia. Suerte��

    ResponderBorrar
    Respuestas
    1. Pal próximo mundial habrá que juntarnos a ver algún partido, amiga. Suerte para mañana también. :)

      Borrar