sábado, 11 de mayo de 2019

hallazgo 18


flores de santiago












yo.no.importo.yo.no.importo.yo.no.importo.yo.no.importo.yo.no.importo.yo.no.importo

Esto lo aprendí de mi relación con mi mamá. Inconscientemente, claro. Ella lo debe haber aprendido de su propia madre, o más bien de su ausencia. Mi abuela, Adela como yo, murió cuando mi mamá tenía más o menos 7 años. Su padre se volvió a casar y la empaquetó, tan pronto como pudo, a un internado en Estados Unidos. Recuerdo cómo mi madre siempre habló del gran amor que le profesaba él, mi abuelo Óscar. Amor cuya expresión en acciones a mí siempre me resultó bastante cuestionable . Pero ella necesitaba creerlo.

Me parece que mi mamá seguramente aprendió, sin darse cuenta, que ella no le importaba a nadie. Esa sensación se le fue de las manos para invadirme a mí, como si, en cierta medida, no pudiera distinguir dónde terminaba ella y dónde empezaba yo.

Ahora soy yo quien tiene que distinguir (seguir distinguiendo) entre lo que mi madre me decía (como diciéndoselo a ella misma) y lo que me digo yo (a veces repitiendo sus palabras, como quien repite una maldición). Ahora soy yo la que le tiene que poner un alto a esas palabras que, en realidad, no son mías y buscar las que sí lo son.

En el camino aprendo a expresar lo que necesito, como un detalle, por mínimo, cursi y capitalista que parezca, el día de la madre, por ejemplo. Y recuerdo a mi madre a quien nunca creo haber reconocido demasiado, más allá de las tarjetas confeccionadas de muy niña en la escuela. 

Hoy la pienso. La siento. La invoco. Y le envío mi cariño, cada vez más libre de necesidad. Un día después del días de las madres.



flores de yare

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