domingo, 22 de marzo de 2020

Hoy


Hoy pelé una naranja (qué gran fortuna tener una naranja para pelar) como si fuera la última naranja del mundo. Despacito. Primero la cáscara gruesa, con el cuchillo curvo de mango azul. Luego la cáscara blanca más delgada. Y llegué a las naranjas hijas que tienen las naranjas de acá, como un regalo extra. Me las comí. Luego desprendí cada gajo, y me los fui metiendo a la boca, abriéndola grande, y llenándome de olor a naranja, de sabor a naranja, de frescura naranja.

Hoy vi que ya está en proceso el alargamiento del estado de alarma. Que los casos de coronavirus en España sobrepasan los 10,000. Que los hospitales empiezan a saturarse y se abren opciones hospitalarias en otros espacios. Y pienso en mi pobre país pobre y en cómo el impacto sanitario va a ser mucho peor. (Ojalá me equivoque.) Y me asusta tanto pensar en los posibles muertos, donde de por sí el sistema sanitario es menos fuerte, sobre todo para los pobres, claro, que son muchos y muy pobres. 

Hoy lavé algo de ropa a mano. Un chal y una blusa. Los remojé primero y luego los tallé un poco. Sintiendo el agua y el jabón. Tratando de aprovechar el agua de uno para la otra y gastar menos. (Me impresiona cómo se gasta el agua acá.) Y me calmé porque siempre me calma lavar mi ropa a mano. (Mi mamá me enseñó a hacerlo hace años). Y después la colgué y me quedé a oír cómo caían las gotas sobre la alfombrilla del plato de ducha. Me gusta ver cómo se seca la ropa que lavo a mano.

Hoy jugaré cartas con mi anfitriona, porque hemos hecho una rutina de sentarnos en el comedor a hacerlo. Cada tarde o cada noche. Le enseñé el juego que he jugado desde niña, continental, y ha aprendido. Con lentitud. De pronto, me aburro. Y la torturo repartiendo las cartas rápido, de tal manera que se deslicen sobre el plástico que cubre la mesa y amenacen con salir disparadas. Y sigo ganando, pero igual un día de estos ella me gane. Quizá hoy. Y extraño mi casa. Mi gente. Con la que suelo jugar cartas y todo lo demás.

2 comentarios:

  1. Adela querida aquí nada parecido a una conciencia real de lo que sucede, negocios abiertos, gente en la calle sin precauciones, yo en casa aportando lo que puedo con foros de Contención que iniciaremos la próxima semana y haciendo lo que en el correr del día a día he pospuesto.
    Te acompaño comiendo tu naranja deliciosa esperando poder conectarnos pronto por Skype y vernos.
    Un abrazo enorme

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  2. Y el otro día pensé en la dignidad del prisionero. Lo somos en esta lucha contra ese maldito virus: somos prisioneros. Y hablaba con los personajes que viven el en gueto por el que transcurre la novela, y uno de ellos, el protagonista me decía que nada de comer tirados en el suelo de la casa, hacinados como ganado, mal vestidos, con las manos sucias y a oscuras. Qué pondrían un mantel viejo, o una manta en su lugar, sobre la mesa. Qué se lavarían y peinarían, sentándose todos a la mesa que bendecirían después. Que tal vez en el plato, el único plato que quedaba, desportillado, colocarían el pan duro del día, y en los cuencos, de madera que perdió el barniz, el agua sucia a la que llamarían sopa, fría o calentada con el último suspiro de carbón, que beberían sorbiendo sin ruido en una mesa digna de un banquete. Sí, tu texto sobre nuestro encierro me hizo recordar el de un gueto en la segunda guerra mundial. Y tú, como ellos, has conservado la dignidad, la de una naranja, la de unas cartas, la de la ropa limpia que aroma tu casa. Un beso.

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